Otra peculiaridad del negocio es que, además, es una agencia de detectives. De detectives culinarios. Dicha agencia se publicita en una revista gastronómica especializada. En el anuncio no aparece ni una dirección. Ni un teléfono. Como ellos repiten (en cada capítulo), sólo son encontrados por los que están destinados a encontrarlos.
¿Qué es un detective culinario? Bueno, los clientes van buscando platos cocinados de una manera determinada. Van buscando un sabor. Un lugar pasado. Un recuerdo. Una persona. Una vivencia. Un futuro. Lo que signifique para ellos ese plato. Y el detective busca satisfacer a sus clientes.
La novela se titula “Los misterios de la taberna Kamogawa” y su autor es Hisashi Kashiwai. Más que una novela, es una colección de relatos. De seis relatos, exactamente.
Los protagonistas de las historias son Nagare y Koishi. Nagare, el padre, es para llevárselo a casa, y no para que te cocine (bueno, también). Tiene una humanidad, un humor, una perspicacia y una sensibilidad que me ha conquistado (nunca se deben olvidar la humildad y la seriedad de cuando uno era principiante). Koishi, su hija, me rechina más. Sus impertinencias me irritan un tanto. Además, es un personaje prescindible. Aporta poco a la trama. Dar réplicas. Los relatos, sin ella, también habrían funcionado. Otros personajes de la novela son un gato (Hirune), la esposa de Nagare, ya fallecida, pero que está presente; la ciudad de Kioto, en todas sus estaciones (aquí abro un paréntesis que no debería abrir, pues sólo sirve para delatar mi ignorancia: hace poco descubrí que Tokio y Kioto son simétricos silábicamente. Entiendo que se escribirán con dos ideogramas y, según el orden, tendrán un significado u otro. Y son un lugar y otro) y la cocina. Podría decir que sería recomendable leer este libro con el estómago lleno, mas sería inútil. Aunque estuvieras recién llegado de pasar seis meses con Pantagruel, salivarías igual. Las ganas de coger un avión destino Kioto (practicando toda la duración del vuelo con los palillos) sólo para sentarte en una mesa de la taberna y comerte lo que te vayan sirviendo, son permanentes mientras lees.
La estructura de los seis capítulos, de los seis relatos, es idéntica. Una primera parte donde un futuro cliente deambula por Kioto buscando el local, con lluvia y frío en invierno, con los cerezos en flor en primavera. La entrada, con dudas, en la taberna. Los comentarios sobre la dificultad de hallarlos y cómo supo de ellos. La intención de contratarlos como detectives, aunque, previamente, comen un menú degustación a voluntad de Nagare, en una vajilla especial, y que siempre les encanta. El traslado al despacho por un pasillo lleno de fotos, fotos que se comentan. La toma de datos del nuevo cliente. Las pistas que pueden dar sobre lo que están buscando y que parecen insuficientes. La cita para la resolución. El gato, que está fuera y que quiere entrar. Y una segunda parte, con la presentación del plato, con la resolución del caso, siempre satisfactoria, y la explicación de cómo se llegó a la misma. La forma de pago, algún aforismo de los que te deja un rato pensando, el gato merodeando y, al final, el padre y la hija celebrando el éxito.
He leído sobre esta novela y muchos la consideran repetitiva. Y es probable que tengan razón, y más tras lo que he contado en el párrafo anterior.
Pero, a mí, cada relato me ha parecido distinto.
Porque cada historia es distinta.
El plato que es una despedida, que te permite decir adiós y volver a empezar. El plato del momento en que tomaste una decisión que condicionó el resto de tu vida y que nunca has dejado de cuestionar, de reprocharte. El plato que te recuerda quién querías ser frente a quién eres ahora, por muy poderoso que seas. El plato que permite que la historia de amor continúe y siga latente, a pesar de las imposiciones, del honor, de la tradición, del orgullo. A pesar de la muerte. El plato que supuso un principio y añoras sin saber por qué y que ahora averiguas. El plato que piensas que te va a llevar a un pasado y te devuelve otro.
No todos los relatos son igual de buenos. Yo les hubiera dado otro orden, pensando en dejar para el final los mejores y que las emociones fueran creciendo con el libro y cerraras la última página con el sabor que te deja uno de los capítulos intermedios y que no tienen los dos últimos.
Aunque esto sería por ponerle otro pero. Y sería mi pero.
Y sería uno de los pocos.