lunes, 18 de noviembre de 2024

Mi madre y sus cuadernos

Mi madre siempre lleva una libreta debajo del brazo. Y nunca se separa de ella.

Realmente son dos. Una dentro de la otra. Si le preguntas, te las enseña.

Mi madre no para de hablar. Recuerda sobre todo a la gente de Villaescusa. Y habla de todos en presente. Al principio tratamos de corregirla. Desistimos rápido. La verdad ya es sólo una parte. Su verdad es la verdad.

Aunque a veces duda. Y te pregunta. Y créanme, no siempre es fácil responder -Car, me han dicho que papá está muerto. ¿Es cierto?

El otro día me enseñó una lista de nombres. Me dijo que eran los personajes de “Eloísa está debajo de un almendro”, de Jardiel Poncela. - ¿Tenéis el libro ahí arriba? -No, está en casa. ¿Ya no te acuerdas? -Sí que me acuerdo, mamá. Se suele recordar dónde se leyeron los libros que nos gustaron. La lista no era de los personajes. Era de sus compañeros. Una se llama Eloísa y sacó sus conclusiones. Me habló de cada uno de los nombres que tenía escritos. Y escuchándola, sí: todos eran personajes.

Como siempre está contando historias, le pidieron, supongo que como parte de una metodología, que las escribiese.

Y ella aceptó. Y escribe. Escribe en su cuaderno. En sus cuadernos. Y luego lo lee en voz alta.

Mi madre siempre ha tejido. No sé cuántos jerséis, bufandas, paños, muñecos habrá hecho a sus hijos y a sus nietos. Pero ahora ya no hace ganchillo. Ya no hace punto.

Mi madre siempre buscó la compañía de la televisión. Y hasta hablaba con ella. Pero ya no la ve.

Mi madre ha leído mucho. Libros. Novelas. Ha leído siempre. Pero ahora ya no lee.

Mi madre ahora escribe.

Escribe en sus libretas.

Y nunca se separa de ellas.

martes, 12 de noviembre de 2024

Refritos: Los veranos que pasamos en nuestros cráneos de elefante

Cuando voy a San Sebastián, tengo la sensación de que, en cualquier momento, me voy a cruzar con Teresa Iturrioz. No ha pasado nunca. O, a lo mejor, sí, pero no me di cuenta. No es algo obsesivo. Tampoco es una necesidad. Aunque pensar que podría ocurrir me resulta muy agradable (la pregunta ahora mismo sería inmediata: ¿hay algo que no sea agradable en San Sebastián?).

Hubo una temporada en la que me recorría los hoteles con mi hijo para que pudiera hacerse fotos con futbolistas. No sé cuántas tiene (puede presumir de haberse fotografiado con un Balón de Oro que jugó una temporada en el Atlético de Madrid). Muchas. Nunca tuve la tentación de hacerme yo también una foto con alguien. Es más, me preguntaba con quién me la haría, a quién le pediría un autógrafo. Ídolos tengo unos cuantos, desde luego, pero me siento incapaz de molestarlos. En una situación así, preferiría guardar en mi memoria el hecho de estar contemplándolo que tener un recuerdo físico que lo constate o haber hablado con él.

Con Teresa Iturrioz sería lo mismo si me cruzara con ella. No le diría nada. Me limitaría a mirarla. No la molestaría. Sólo contemplarla. Es ella. Y observarla me llevaría a un único lugar. Porque, para mí, Teresa Iturrioz, es una canción. Es un vídeo.


Según Blogger, que cuenta estas cosas, no me queda mucho para llegar a las mil entradas en este cuaderno. Y me pregunto si lo celebraré. Por una parte, ya que numeramos en base diez, está la fascinación que producen los números terminados en cero, que parecen más números que el resto y merecen alharacas. Por otra, entendería festejarlo o reseñarlo si me sintiera orgulloso de todo lo que escribí. Y no. No borro aquello de lo que me avergüenzo (aunque de vez en cuando entro y cambio cosas) porque no deja de ser el reflejo de un periodo (y porque, dado que tengo un ego inflamable, me viene bien para recordarme lo imbécil que puedo llegar a ser). Pero que no lo borre no significa que crea que merecen reconocimiento. Así que, no sé. Cuando llegue el momento, veré lo que hago.

A Teresa Iturrioz, a “Fotos” y al vídeo ya les dediqué una entrada. La canción hace poco se cruzó, recordé y la busqué. Al releerla, la eché en el cubo de las que restan, de las que hacen fuerza para que el escrito número mil no tenga fuegos artificiales. De aquella sólo salvaría el título (lo he mantenido) y por cortesía con Sanfélix, que fue quien me iluminó con la canción (y van…) y, sobre todo, con su comentario respecto al vídeo: me gustan esas miradas excéntricas a lo Gloria Swanson o Salvador Dalí. No concibo un verano sin cráneo de elefante, decía Salvador. Pude haber sepultado de nuevo la entrada en el olvido. No lo he hecho. Y la he reescrito de manera muy distinta a la anterior. ¿Por qué? Tal vez algún día me cruce con Teresa. De hecho, estoy convencido de ello. Y, por supuesto, no le diré nada. Pero, al mirarla, mientras tarareo año ocho, el quinto mes evocando a Gloria Swanson, podré pensar -volví a escribir sobre usted. Y creo que esta vez hice algo digno.

viernes, 1 de noviembre de 2024

¡Ñác!


 

Hace poco, le dedicaron el programa “Imprescindibles”, de Televisión Española, a Lolo Rico. Y Lolo Rico era “La bola de cristal”. Y ”La bola de cristal” era el programa que veíamos sin falta todos los sábados por la mañana a mediados de los ochenta. Tenía diversas secciones. Mis favoritas eran los episodios de “La familia Monster” o de “La pandilla”, “La cuarta parte”, con Javier Gurruchaga como protagonista y, sobre todo, las distintas actuaciones musicales de grupos de la época (siempre recuerdo la sorpresa y la alegría que me llevé cuando salió Nacha Pop y tocó “Pagas caro mi humor”). “La bola de cristal” era un programa gamberro, irreverente, iconoclasta, que empezó siendo gracioso y terminó siendo incómodo para el poder, poder que no dudó en censurarlo para terminar suprimiéndolo. Y, sobre todo, “La bola de cristal” fue un programa que no sólo nos marcó. Era un programa que enorgullecía a quien lo veía. Y nos reconocíamos unos a otros cuando lo comentábamos. No éramos cualquiera. Éramos seguidores de “La bola de cristal”. Y ese sentimiento no ha menguado con el paso del tiempo. Nos seguimos reconociendo. Y lo recordamos con orgullo.

Hay un canal en YouTube que se llama VynilRoute. En él entrevistan a músicos. Como YouTube no me espía, me va sugiriendo entrevistas de este canal y suelo ir picando. Por supuesto, me centro en aquellos que pienso tienen algo que decir, cuya música me gusta y mucho, y que no me sacan tantos años. He visto a Josele Santiago, a Jaime Urrutia, a Ramón Arroyo, a Ñete, a Mario Gil, a Fernando Márquez el Zurdo. Algunos están muy tocados. En otros me ha chocado que por lo que para mí son importantes (Mario Gil en La Mode, Ñete en Nacha Pop) para ellos sea un periodo de su vida, pero ni mejor ni peor que el resto (abro paréntesis para recordar a George Harrison. Leí una vez que para él los Beatles eran sólo una parte, una temporada. Pero ni mucho menos el todo. A mí me daban vueltas los ojos. Nosotros no salimos de los Beatles y los Beatles están (o estaban) fuera de los Beatles). Tengo unos cuantos pendientes. No sé si es una buena idea para un mitómano escuchar a la persona cuando se es un personaje. Por ahora no va mal la cosa. Seguiré asumiendo el riesgo.

La explosión de grupos que hubo en España durante finales de los setenta y primera mitad de los ochenta sigue viva. Las canciones de lo que se conoció como “La movida madrileña” y todos los que vinieron de Vigo están vigentes. Raro es poner cualquier emisora y no encontrarte con temas de esa época. Siempre suelen sonar canciones que ya están estandarizadas. En el trabajo, en la planta, la radio (las radios) se conectan antes incluso de fichar. Y como siempre escucho la música, por muchas veces que haya oído ciertas canciones, las siento como mías. Y cuando, alguna vez, aparecen himnos que tenía perdidos en mi memoria (“La máscara” de Armas Blancas, “Ana Frank” de Comité Cisne, “El eterno femenino” de La Mode, “No necesitas más” de Nacha Pop, "Las líneas de la mano" de Radio Futura o “La cantante” de La Unión), tengo que encadenarme a la silla para no ponerme a saltar en mitad de la planta cantando como un poseso.

La tira de Mafalda que encabeza esta entrada siempre me ha acompañado. Y la recuerdo cuando alguien (nuestros hijos) me pregunta por mis tiempos y le respondo –estos todavía son mis tiempos. Pero es una frase hecha para quedar bien. Empiezo a distorsionar. Y en esta distorsión puedo hablar no sólo de música. También de películas y de libros. Puedo contar que en el trabajo empiezo a sentirme obsoleto. Puedo relatar lo incómodo que me siento en este mundo de positivismo y buenismo, de eslóganes motivadores, de necesidad permanente de refuerzo, de los nuevos predicadores diciendo obviedades, de los ofendidos y de la censura permanente. Muy incómodo (estoy hasta perdiendo vocabulario. De cada diez palabras que digo, nueve son gilipollez o gilipollas). Siempre me llamó la atención lo grabados que se quedan ciertos años en la memoria. Y en el alma. La adolescencia. La juventud. Aquellos años pasaron despacio y todo lo que ocurría eran acontecimientos. Ahora el tiempo pasa muy deprisa, tan deprisa que no le damos importancia. Es como si fueran años ajenos a nosotros. Los primeros fueron nuestros tiempos. Estos, no. Estos dejan poco rastro. Y, recordando a Mafalda y a su tira, nunca quise renunciar al presente. Pero, cuando miro al presente y lo que me rodea, añoro “La bola de cristal”. Y me refugio en ella. Y en muchas canciones que llegaron a mí en años muy concretos. Y seguiré diciendo que estos son mis tiempos, porque en algunas cosas sí que lo son. Pero en muchas otras, no. Porque en mis tiempos sí que había grupos y se hacían canciones y programas de televisión que merecían la pena. Porque empiezo a estar un poco ñác.

jueves, 24 de octubre de 2024

Dieciocho

Hoy cumple nuestra hija dieciocho años.

Es una fecha señalada. Un hito. Ya es mayor de edad.

También es un dato. Legal. Estadístico, si quieren.

Pero no real.

Porque ella (Ella) no cumple hoy dieciocho años.

Son los dieciocho años los que la cumplen a ella (Ella).

Porque son los dieciocho los que anhelaban que ella (Ella) llegara.

Son los dieciocho los que hoy tienen un brillo y un esplendor diferente.

Porque no ha sido mi hija la que ha llamado a la puerta de los dieciocho y ha pedido permiso para entrar.

Han sido los dieciocho años quienes la esperaban con la puerta abierta, con luces, fanfarrias y fuegos artificiales.

Y ella (Ella), con su madurez, con su clarividencia, con su aplomo, con su seguridad, ha cruzado el umbral.

Ella, con su criterio, con su capacidad para distinguir a los idiotas de los que no lo son (no sé si esto es una ventaja, hija mía), con su humor, con su rapidez mental, con su facilidad para argumentar, ha entrado en los dieciocho bajo palio.

Ella, con sus concesiones a la infancia, su Padington, su calendario de adviento. Con sus momentos de ingenuidad. De ternura. Con su competitividad. Con su gusto musical, todavía un tanto confuso pero direccionado ya hacia la brillantez, ha sido recibida por los dieciocho con todos los honores.

Ella, universitaria, capaz, íntegra, con su “método”, con sus referentes, con su sentido de la amistad, ha entrado en los dieciocho para darles esplendor.

Feliz cumpleaños, hija mía. Muchas felicidades. Ya sabes que somos tres en casa los que te queremos tanto como te admiramos como te tememos como te respetamos como te necesitamos como te celebramos.

Y felicidades también a los dieciocho años. Porque hoy es un día de fiesta para vosotros. Pero no un día de fiesta cualquiera. Hoy es también vuestro gran día.

sábado, 19 de octubre de 2024

Mendoza y Mendoza

Tuve una época en la que repetía con frecuencia que, si alguna vez tenía hijos, les pondría de nombre Mateo Garralda y Javier Miranda (como nombres compuestos). Mateo Garralda era un jugador de balonmano. Javier Miranda, no. No cumplí, pero sigo pensando que eran unos nombres fabulosos. El primero, por su sonoridad. El segundo, no sólo por eso.

Existen dos tipos de personas: los que odian a los profesores de sus años escolares que les obligaron a leer libros (libros que aborrecieron) y los que se sienten en deuda con ellos. Soy de los segundos, por varias razones. La principal de ellas, “La verdad sobre el caso Savolta”, de Eduardo Mendoza.

Me gusta releer el final de este libro. Y lo hago de vez en cuando. No sé si fue por la edad en que me lo leí, no sé si es por lo bueno que me pareció (y me parece), el caso es que se me quedó grabado. Y me marcó mucho. Esa forma de narrar me desbordó. Y la historia. Y la época. Y los personajes: Cortabanyes, Lepprince, Enric Savolta, Maria Rosa Savolta, Claudedeu, Domingo Pajarito de Soto, Nemesio Cabra, Max, el comisario Vázquez, María Coral y, sobre todo, Javier Miranda, un tipo de personaje que descubrí entonces y que fui encontrándome después con otros nombres y con el que nunca he sabido si simpaticé con él más que me identifiqué o las dos cosas por igual.

Con este libro descubrí a Eduardo Mendoza. Y no me quedé aquí. He leído la mayoría de sus libros (de hecho, tengo uno en la mesita). Pero, cuando hablo de él, y suelo hacerlo con entusiasmo, siempre cito cinco de sus seis primeros, que fueron los que más me gustaron, influyeron, impactaron y me dejaron más poso.

Y aquí suelo hacer dos grupos. En el primero estarían el citado Savolta y el titulado “La ciudad de los prodigios”. Dos novelas, en mi opinión, colosales. Fabulosamente narradas, muy trabajadas, con una gran labor de documentación pues la ciudad de Barcelona es una de las protagonistas en las dos historias, la Barcelona de unas épocas muy concretas. Dos novelas que se leen mientras se disfrutan y se admiran. Dos novelas de las que te dejas las últimas páginas por leer porque no quieres que se terminen nunca.

En el segundo grupo incluiría “El misterio de la cripta embrujada”, “El laberinto de las aceitunas” y “Sin noticias de Gurb”. Con estos tres libros he llegado a llorar de risa. Son historias disparatadas (el detective protagonista de las dos primeras debiera figurar como uno de los caracteres clásicos de la literatura española). No sé si clasificarlas como comedias o como entremeses o como divertimentos del autor. Porque parecen escritas por Eduardo Mendoza para pasar el rato. Y como este tío tiene un talento natural para contar las cosas y que te provoquen desde sorpresa pasando por la sonrisa hasta la carcajada, terminas estos libros después de haber pasado un rato fabuloso y los guardas con la sensación de haber leído historias menores.

¿Por qué distingo las novelas de Mendoza en dos grupos? Hace poco releí “Sin noticias de Gurb” (las novelas de Mendoza pueden releerse. No pierden nada, por muchos años que hayan pasado desde la primera vez) y me hice esta pregunta. Tal vez por separar drama y comedia. Tal vez porque valoramos más el trabajo, el esfuerzo y la seriedad y le damos un grado mayor. Una nota más alta. O porque pensamos (o pienso) que jamás sería capaz de escribir una novela como “La verdad sobre el caso Savolta” pero, “El laberinto de las aceitunas”, pues oye, si me pongo… Y releyendo Gurb, pensé –hay que ser muy bueno para escribir con esta facilidad, para que parezca sencillo algo tan brillante, para que dé la sensación de que todo esto se ha construido sin esfuerzo. Y cuando lo terminé, cuando vi que lo había disfrutado tanto como hacía treinta años o como disfruto leyendo la conversación del final de Savolta entre el comisario Vázquez y Javier Miranda, sentí que siempre fui injusto hablando de dos Mendozas y menospreciando a uno respecto del otro. Eduardo Mendoza sólo hay uno. Y es uno de los grandes.

jueves, 10 de octubre de 2024

Por la calle de la Amargura

No sé cuándo podré comprar definitivamente mi tiempo. Trabajando no será. Un golpe de suerte no ocurrirá dada mi nula tendencia al juego. Y por herencia no parece. Llegará, cuando llegue, el día de mi jubilación, me temo. No antes. Pero lo tengo todo preparado. Lo primero que haré será irme a Saint Jean Pied de Port y empezar a andar hacia Santiago de Compostela al ritmo que me marque el camino. Cuando termine, comenzaré la ruta de las dos Españas, es decir, donde ponen tapa en el aperitivo y donde no, recreándome en la primera y pasando de puntillas por la segunda. Mi hermano, que tiene un año y medio menos que yo, me dijo que él tiene intención de hacer la ruta de los platos de cuchara por España y creo que llegaré a tiempo para unirme a él de fabada en cocido. Después…supongo que tendré que hacer la digestión y decir aquello de –como en casa, en ninguna parte.

Hay una sensación que cada vez me gusta más y es la de estar en un sitio donde nunca antes había estado. Y cada vez disfruto más del encanto de estar perdido. Que todo lo que vea sea nuevo, distinto. Creo que he aprendido a viajar. Antes pedía un plano y era un poco ingeniero haciendo turismo: si en el plano numeraban quince puntos interesantes que visitar, tenía que tachar los quince optimizando la ruta. Ahora los planos son para guardarlos en nuestra colección de sitios donde hemos estado. Porque cada vez me gusta más deambular, vagar, observar. Las calles. Los paisajes. A la gente. Porque cada vez me gusta más encontrar que buscar. Y cuando estás en un sitio distinto, si abres los ojos puedes encontrarte muchas cosas. Tal vez no lo veas todo, pero, si te vas más rico que llegaste, el viaje ha cumplido su cometido.

En el Secarral tenemos nombres de lugares que me encantan: Casa del Aire, Fuente El Beso, Laguna de los Capellanes, Fuente del Cabalgador, las Aguardas, Cruz Cerrada, la Vereda, la Semilla, Sierra de la Villa. Y he decidido coleccionar nombres bonitos. Nombres que vengan a mí. Nombres que me encuentren. Y así, en mis paseos camino de Santiago o buscando la tapa perfecta o el cocido más contundente, en cualquier lugar en el que esté, siempre habrá huecos para enriquecer el viaje, para leer, para mirar, para hallar nombres de lugares, de rincones, de plazas, de calles. Para aumentar mi colección. Y no sólo será por eso.

Porque seguro que el tiempo se disfruta más en la calle de las Impertinencias.

Y todo sabe mejor en la calle de los Galanes.

Y nada hay como perderse por la calle de la Amargura.

viernes, 4 de octubre de 2024

Barton Fink

“Barton Fink”, la película de los hermanos Coen, fue estrenada en 1991. Ganó premios importantes, la crítica le fue favorable y recaudó dos terceras partes de su presupuesto (en lenguaje matemático, éxito de crítica + fracaso de público = película de culto). Acabamos de verla. Me ha gustado mucho. Siempre supe que nací para ser un gafapasta.

Y como gafapasta que soy, voy a argumentar mi opinión. Y, la verdad, sólo encuentro razones para haberla rechazado. De hecho, no sé si la entendí bien, si capté todos los detalles. O algunos. He buscado, he leído sobre ella y parece que me quedé, una vez más, en la punta del iceberg (esto de la punta del iceberg creo que es la primera vez que se usa. O la segunda). Aprendiz de gafapasta. No apruebo ni la montura de las gafas.

Porque la película es rara.

Y fascinante.

Y rara.

Las interpretaciones de Turturro y Goodman (John y John). El hotel. El dueño del estudio y su lacayo. El trasunto de Faulkner y su secretaria amante. La foto de la mujer en la playa. La ola rompiendo sobre la roca. El escritor y el folio en blanco. El pasillo en llamas. El botones. Los detectives. Los zapatos en las puertas de las habitaciones. La caja.

Un peliculón.

¿Por qué?

No lo sé.

Bueno, sí, pero no soy capaz de explicarlo. Corazón razones razón ignora.

Y escuchando a mi corazón, a mi estómago y a mis vísceras, acepto su lógica y la doy por buena.

Así que, un peliculón.

Y sigo como gafapasta frustrado.

viernes, 27 de septiembre de 2024

La soledad

La fórmula que aparece en la imagen se utiliza para el cálculo de intercambiadores de calor, siendo el término UA el que se desglosa.


No se trata de aprenderlo. No voy a preguntar. No va a haber examen.

Quien sí se lo tuvo que aprender fue mi hijo. En una asignatura llamada "Transmisión de calor". El profesor, cuarenta y pico años, con gafas, camisa, pantalón y bolsito en bandolera como atuendo, un tipo serio aunque, según mi hijo, dejaba caer de vez en cuando, textualmente, algún chiste de cuñado, explicaba la fórmula escribiendo en la pizarra y al llegar al término UA, no dijo ua, ni u a sino que gritó ¡JU! ¡JA! Siguió explicando la fórmula y, al terminar, se giró.

Los alumnos lo miraban con cara de -¿qué le pasa a este tío?- mitad desconcertados, mitad extrañados, mitad aburridos (mejor que mitad, un tercio cada uno. Que se note que soy de ciencias) y entonces:

-Qué pasa. ¿No os reís? ¿No os ha hecho gracia? ¿No sabéis de qué estoy hablando? ¿No sabéis qué es ¡JU! ¡JA!? ¿No conocéis a Chimo Bayo? ¿De verdad que no lo conocéis? ¿De verdad? No puede ser. Nos extinguimos. Por supuesto que nos extinguimos.

Se giró de nuevo y siguió explicando en la pizarra. No hubo más chistes aquel día.

sábado, 21 de septiembre de 2024

Pra dizer adeus

Me fui a correr hacia la Marina Sur. Yendo para allá observé que un río de gente se dirigía al mismo sitio. Y que habían montado el puente giratorio. -Habrá concierto- pensé. Lo había. Me paró una chica muy agradable que llevaba un chaleco reflectante y una acreditación al cuello (lo que le gusta a la gente llevar colgada una acreditación). -Me parece que hoy no vas a poder llegar hasta el final. -No pasa nada. Gracias. Por curiosidad, ¿quién actúa? -Melendi. Me callé, me giré y pensé -no me jodas que no puedo correr hoy por la Marina por culpa del mendrugo éste. Y me fui renegando.

Más tarde caí en que las posibilidades de no haberme enfadado eran mínimas. Me gustan los conciertos, pero apenas voy. Cuando tus músicos o tus grupos favoritos o están muertos o ya no existen, las opciones son escasas. Aparte de que son ellos los que han de venir. No seré yo quien se desplace a verlos (hasta ahí podíamos llegar). Y los que no me gustan...que no molesten.

Hace dos semanas murió Sergio Mendes. Otra de las aportaciones de Sanfélix a mi vida. Lo conocía (“Mas que nada”, “País tropical”), pero nunca le presté demasiada atención, a pesar de su enorme buen gusto a la hora de dar nombre a sus grupos (Sergio Mendes & Brasil 66). Entonces llegó él y me grabó “Constant rain” y “Cinnamon and clove”. Y, una vez más, algo se puso en marcha.

Leí una vez que la clave en esta vida es trabajar una vez y que esa vez te mantenga por siempre (una patente, un libro, una canción. Por poner un ejemplo, Patrick Hernández grabó hace más de cuarenta años “Born to be alive” e ingresa todos los meses por sus derechos entre ocho mil y diez mil euros). Sergio Mendes nunca dejó de trabajar. Pero creó una marca. Un estilo. Un estilo muy elegante, con mucha clase, combinando el jazz y la bossa nova, mezclando su voz con voces femeninas. Un estilo inconfundible (valga la frase hecha). Y se dedicó a hacer versiones con su sello. Y vivió de ello. Y en muchos de los casos mejoraba el original (la versión de Mendes de “The fool on the hill” vendió más que la de los Beatles). Y así, sus versiones de “Norwegian wood”, “Day tripper”, “Going out of my head”, “Night and day”, “Watch what happens” o "The look of love", llegaron para quedarse.

Sergio Mendes ha muerto con ochenta y tres años. Y hasta el año pasado estuvo haciendo giras. Él era una de mis pocas esperanzas para volver a un concierto y disfrutarlo. Uno de los pocos que quedaban para meterme en el río de gente y poder decirle a la chica agradable, perfectamente acreditada, del chaleco amarillo -hoy sí que voy a poder llegar hasta el final porque hoy no es ningún cretino el que me lo impide. Se siguen muriendo los que no se tendrían que morir. La lista se va reduciendo. Nos quedamos solos.

P.D. Mi canción favorita suya siempre fue “Pra dizer adeus (to say goodbye)". Y quizá enlazar esta canción sea la mejor manera de terminar. Y de despedirme de él.

domingo, 15 de septiembre de 2024

El día en que toqué fondo

El viernes por la tarde hice uno de esos rodajes que se tardan en olvidar. Salí para correr cuarenta minutos y terminé haciendo hora y veinte. Hice una etapa montañosa con varias tachuelas y tres puertos. Cuando me quise dar cuenta estaba subiendo el cerro Espartoso (se llama así). Bajé, crucé la carretera por el paso subterráneo (poco transitado, por la cantidad de cardos que me llevé por delante), hice un tramo de senda y subí hasta más allá del punto limpio dejando a mi izquierda el cerro Puto (se llama así). Bajé y, al llegar a la carretera de Rada, vi que tenía dos opciones: o irme para casa atravesando el pueblo, sin apenas desnivel, yendo por la plaza del Pilar y las Aguardas, o subir hasta el castillo por sendas. Teniendo en cuenta que ya era, prácticamente, noche cerrada, hice lo más inteligente: me subí al castillo. Coroné y ya, por la circunvalación, para casa. Pletórico. Feliz. De los días para recordar.

El sábado por la mañana hice los cuarenta minutos tranquilos que tendría que haber hecho la tarde anterior y me fui para el Paseo. Han recuperado este año la tradición de hacer una carrera pedestre el sábado del fin de semana de la Virgen. Cuando llegué, me sorprendió porque ya estaba todo montado. Y me sorprendió porque, en el pasado, anunciaban la carrera a las diez y a las diez y cuarto aparecía el primero de la cofradía a preparar (con un resacón de órdago). Y si les preguntabas -pero ¿no era a las diez? - encima te gritaban. -Me he acostado a las tantas, ¿qué quieres? Este año, allí estaba el arco de salida, las inscripciones y todo el circuito marcado. Fieles a sus costumbres, nunca han repetido, ni circuito ni distancia. Este año decidieron hacer un cross. Por los dos parques y por el Paseo. Muchas más curvas que rectas. Hasta encendieron el riego. Cuatro vueltas. Menos de tres kilómetros y medio. Esta carrera no era para mí. Por eso sumé kilómetros antes y allí estaba, a lo que saliera y a hacer bulto.

En menos de un cuarto de hora ya había cruzado la meta. Me ganó gente que no me tenía que haber ganado. Con un par de vueltas más habría cambiado la cosa. De hecho, mi última vuelta fue la más rápida y terminé con ganas de más. Pero bueno, quedé contento. Fui sin pretensiones y me encontré bien.

Me entretuve charlando. Y ya me iba a ir para casa cuando me pidieron que me quedase, que iba a subir al podio.

- ¿Podio? Qué va. Si no he hecho puesto.

Había corrido un chaval de diez años. Y querían tener un detalle con él. Y, para quedar bien, habían decidido premiar al más joven.

Y no sólo al más joven.

También al más mayor.

Al más mayor.

Al más viejo.

Y ése era yo.

Dudé cómo tomármelo y me di cuenta de que sólo tenía un camino. Al menos hacia fuera.

Y empecé a reírme.

Y aguante todo el turbión de bromas que me asolaron aquel día.

Y no perdí la sonrisa.

Y me reí con ganas.

Pero, y esto lo digo aquí, no lo veo tan gracioso.

Joder, que los podios que hice siempre fueron porque me los gané. En la pista. En el asfalto. Y éste no tiene ningún mérito. Éste tiene un tufillo condescendiente que tira para atrás, aparte de que es como si me estuvieran enseñando la puerta para salir y se estuviera preparando mi homenaje. Tal vez no sea para tanto. Fue sólo un detalle y de carambola. Pero estos reconocimientos entran en la rueda de esas frases de palmada en la espalda medio compasiva (para tu edad) o de los verbos conservar o aparentar. Y me molestan. Porque me pego palizas como la del viernes y las disfruto igual que siempre. Porque cuando me pongo un dorsal salgo a competir. Aunque tampoco se trata de demostrar nada. Pero como estoy enrabietado, como me he picado, como, a pesar de reírme y aguantar con una sonrisa los chascarrillos de los demás, me tocó las narices un poco (mucho) que me reconociesen como mérito ser el más mayor de una carrera (y me señalasen. Eso me jode más), protesto. Y gruño. Y reniego.

Pero sólo aquí.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Me gusta callejear por la capital del Secarral

 

Porque cada cual, en la hornacina de su casa, venera la imagen que quiere.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Querer y poder

Al final del día siempre salíamos a tomarnos una cerveza. Normalmente una Regab, en formato de dos tercios. Solíamos ir al Café de Flore, de reminiscencias parisinas en el nombre, aunque sólo en el nombre, donde reinaba Lyrette. Otras veces bajábamos a la zona del casino, junto al mar. Allí estábamos cuando, en una mesa cercana, vimos a dos que estaban sentados. Nada de particular salvo que, sobre la mesa, tenían un paquete de Ducados y otro de Fortuna. Esto en sí mismo no significa demasiado salvo que estés en una terraza en Libreville, capital de Gabón, en pleno ecuador. Fue inevitable.

-Perdonad, ¿sois españoles?

-Somos gallegos.

No se pierde el acento por muy lejos que estés de casa. Eran pescadores. Normalmente hacían parada en el puerto de Santo Tomé y Príncipe, aunque esta vez habían decidido amarrar en Owendo (donde teníamos la obra), cerca de la capital.

Nos contamos qué estábamos haciendo por allí y la conversación cayó en las peculiaridades de la población subsahariana (los negros, vamos) como mano de obra. Ellos solían llevar lugareños como parte de la tripulación donde faenaban. Nos sorprendió cuando nos dijeron que eran muy buenos buceadores. De hecho, recurrían a ellos cuando tenían averías o maniobras que implicaban sumergirse. Aunque, como he dicho antes, eran peculiares. ¿Que quieres que me sumerja? Vamos a negociar. ¿Qué me ofreces? Una de las veces pareció que todos se habían puesto de acuerdo. Nadie aceptaba. Nadie pactaba. Convencieron, utilizando los argumentos que fueran (esto no nos lo contaron), a uno. Y éste se tiró al agua. Y el resto de los negros se tiraron detrás. -Pensamos que era para impedirle hacer su trabajo, pero no. Allí estaban, buceando, sonriendo. Habían rechazado el dinero y, gratis, estaban todos en el agua. ¿Vosotros los entendéis?

- Creo que sí. No es lo mismo no hacer algo porque no puedes que porque no quieres. Y ellos, me temo, sólo pretendían demostraros que no lo habían hecho porque no querían. Pero poder, claro que podían. Y tenían que mostrároslo.

miércoles, 28 de agosto de 2024

Algunos casos de náusea

Recupero una cita de “Los mares del sur”, de Manuel Vázquez Montalbán.

Apreciará usted conmigo que beber el vino blanco en copa verde es una horterada incalificable. Yo no soy partidario de la pena de muerte salvo en casos de náusea, y esa costumbre de la copa verde es un caso de náusea.

Debiera darme igual, pero me indigno (y apunto en la lista negra) cuando, en el ciclismo (ocurre en cualquier lugar), al pasar los ciclistas, hay más gente grabando con el móvil que mirando. Es decir, que es más importante registrarlo que verlo. Es decir, que es más importante contarlo que vivirlo.

En el mundo laboral, señalo con dedo inquisidor a los proactivos, a los asertivos, a los empáticos, a los sinérgicos y a los resilientes.

Y en todos los ámbitos, un saludo a los empoderados, a los que se reinventan, a los que dicen “ni tan mal”, a los que dan la mejor versión de sí mismos, a los que van a desgastar la palabra “brutal” en cuatro días, a los que llaman al corazón "la patata" y a los que rematan las frases con un “ahí lo dejo”.

jueves, 22 de agosto de 2024

Sobremoriré

Gonzalo y sus amigos se suelen plantear cuánto hubieran vivido en la Edad Media. Y debaten un rato. En una de nuestras rutas ciclistas extremas, Gonzalo me hizo la pregunta. -Me temo que poco- le respondí. Como guerrero no serviría ni para prisionero. Como artesano, una calamidad. Como fraile…no sé. Tal vez como señor feudal habría tenido algo de futuro. Aunque lo de intrigar no se me da bien. Y puño de hierro no tengo. Mala pinta hubiera tenido.

Le devolví la pregunta. Nunca me había planteado lo de la Edad Media pero sí cuánto sobreviviría en una isla desierta después de un naufragio. Siempre pensé que si Defoe, en vez de “Robinson Crusoe” hubiera titulado el libro “El Impenitente”, éste tendría dos páginas de tamaño y eso recreándose en el naufragio. Hubo un tiempo en que, cada vez que se hacía un cuestionario a gente famosa, se le hacía la pregunta -y tú, ¿qué te llevarías a una isla desierta? Nunca me la hicieron, y es una pena porque tenía la respuesta: El Corte Inglés, en uso y perfectamente equipado. Sólo así tendría una oportunidad de sobrevivir. Porque si tuviera que hacerlo dependiendo de mi ingenio, laboriosidad, capacidad de adaptación y habilidad para la caza, la pesca, la agricultura y la ganadería, a la segunda página del libro ya me estarían devorando las alimañas en estado de inanición.

Hablando el otro día con un amigo, me estuvo comentando que aprovechaba estos días de agosto para hacer trabajos en la casa que tiene en el pueblo. -Mira, hoy he cambiado una ventana. Otro amigo me enseñó el otro día su casa. La compró y se la ha reformado entera y me iba mostrando el trabajo que hizo en cada aposento (qué bien suena aposento). Al llegar al garaje, vi que tenía tres motos. Le pregunté. También me las enseñó. De una de ellas estaba muy orgulloso. -La saqué de un desguace. Luego compré las piezas que necesitaba y la armé entera. ¿A qué es bonita? Y no veas cómo va.

Admiro a la gente que dedica su tiempo a hacer cosas prácticas. Y los admiro desde la perplejidad. Porque cuando alguien me cuenta que, en sus ratos libres, ha cambiado una ventana o que ha armado una moto y la ha hecho funcionar, lo escucho anonadado porque es algo que me parece inverosímil. Y no es sólo admiración lo que me despierta. También otro tipo de sentimientos. Envidia, no. No anhelo tener esa capacidad. Ni siquiera tengo interés en intentarlo. Pero sí que me hacen sentir mal. Me hacen sentir menor. Cuando yo les comento que mi tiempo libre prefiero dedicarlo al deporte o a la lectura me veo ridículo. Y el caso es que la gente lo respeta. Y no termino de entenderlo. Porque yo me siento acomplejado delante de ellos. Y no es sólo porque hagan cosas que se ven. Que se tocan. Útiles. También me siento inferior porque sé que ellos en la Edad Media habrían sido hombres de provecho. Y que en una isla desierta habrían sobrevivido.

jueves, 15 de agosto de 2024

Porque en agosto, por las noches, refresca: el pregón

Fue en el último puente de diciembre cuando Cayetano nos comentó que había pensado en nosotros para que diéramos el pregón de las fiestas de agosto en la aldea del Secarral.

El motivo era que, ese mismo agosto, se iba disputar la décima edición de la mejor carrera del mundo, es decir, de la Carrera del Queso en Aceite, y pensó que era una buena manera de conmemorarlo.

Tres éramos y somos: Nacho, Eugenio y yo. Y nos pusimos, aunque faltaban algo más de ocho meses, a trabajar. Estaba claro que íbamos a escribir sobre la carrera, ya que era por ella por lo que nos habían invitado. Elaboramos las líneas que debía seguir el guion, pensamos en meter vídeos, ya que teníamos mucho material de otros años, y decidimos que Nacho se encargaría de la parte visual y yo de la parte escrita.

Decir que hemos estado ocho meses trabajando en el pregón es muy exagerado. Hablábamos de vez en cuando. Y teníamos un archivo donde íbamos metiendo ideas.

Como tenía la estructura clara, es decir, sabía lo que iba a contar, fue en el último mes cuando me puse a escribir. La idea era que hablásemos los tres, que fuera un diálogo entre nosotros y que fuera subiendo en interés. En una primera parte contábamos cómo nació la carrera y la sorpresa que supuso su primera edición, y ahí meteríamos el primer vídeo recordando aquella primera salida y un montón de fotos de aquel día. Luego, viendo que necesitábamos financiación, contamos cómo la conseguimos gracias a la llamada “Fiesta del terror” y ahí poníamos otro vídeo con imágenes de aquella fiesta. Luego contábamos una serie de anécdotas (cuando escuchéis en una entrevista eso de –después de tantos años, imagino que tendréis un montón de anécdotas. Innumerables. Podríamos pasarnos todo el día y no terminaríamos con ellas- es mentira. No tienen ni una) para terminar con lo que realmente queríamos contar (la consigna era estar sobre los dieciocho minutos de pregón. Y había que rellenar esos minutos. Cada página que escribía, cronometraba) y era hablar sobre el carácter y la personalidad acogedora de la aldea y, también, agradecer a todos los que colaboran de una manera o de otra para conseguir que la carrera se siga celebrando y siga manteniendo su nivel, terminando con un vídeo con las respuestas de varios (sabiamente elegidos. Algunos se rajaron) a la pregunta ¿qué es la carrera para ti?

Dos semanas antes del catorce de agosto, que era el día del pregón, ya lo tenía escrito. A partir de ahí, tocaba corregir. Teníamos el problema del tiempo. El día trece se celebraba la carrera. Y ésta nos absorbe mucho (qué bonitas vacaciones las de este año, con carrera y pregón). Aún así, nos sentamos un par de tardes y decidimos hacer algunas correcciones. La primera, que vimos que era mejor empezar fuerte y distribuir los vídeos. Así, después de los saluda, entraba el primer vídeo sobre la primera edición. Luego, en la parte que contaba el origen, pensamos en poner un vídeo de fondo con la secuencia de la plaza durante el día de la carrera (los anglófilos dirán time lapse) e imágenes tomadas desde un dron de la misma. Añadimos otro vídeo sobre la San Silvestre y el duatlón cross que también organizamos cada año. Encontramos algunas anécdotas más y completamos con más nombres la lista de agradecimientos.

El pregón iba a ser en los Frailes (un sitio espectacular. Imponente). Durante la semana anterior montamos dos lonas que iban a servir de pantallas. Ensayamos el lunes por la mañana y por la noche. El miércoles por la mañana montamos todo y ensayamos. Por la tarde hicimos otro ensayo, ya con los vídeos. Además, mi hija seleccionó la ropa que me iba a poner y me hizo leer delante de ella mi parte y no dejó de hacerme correcciones sobre mi lenguaje corporal y mi entonación. A las once de la noche se abrían las puertas. A las nueve y media ya estábamos allí. Hicimos otro ensayo. Llenamos los Frailes de velas (bueno, sólo la parte de delante). Las encendimos. Estábamos nerviosos, pero seguros. Habíamos trabajado. Nos presentábamos al examen habiendo estudiado. Y en mi mente empecé a escuchar las risas en los momentos que podríamos llamar divertidos, las caras de asombro, los aplausos, la emoción, las felicitaciones.

A las once se abrieron las puertas. Los Frailes se llenaron. No había sillas, ni mucho menos, para todos. Abrieron una puerta. La corriente de aire nos apagó la mitad de las velas. Llegó nuestro turno. Se apagaron las luces. Comenzamos. Lo teníamos trabajado. Rodado. Pero habíamos ensayado sin público. Falló la acústica. Se acoplaban los altavoces. Las partes divertidas no lo fueron. Hubo aplausos. Hubo emoción. Al final, nos ovacionaron. El Ayuntamiento nos hizo un regalo precioso. Se acercaron a felicitarnos los más cercanos. Más o menos nos decían –Ha sido muy bonito. No se oía nada, pero ha sido muy bonito (que es la forma educada de decir –no se os ha escuchado).

Y me sentí un tanto despagado. Las cosas no habían salido como habíamos pensado. Cuando salí a la calle volví a ser el mismo. Ni rastro del aura del artista cuando baja del escenario. Ni rastro del pasillo de gente aplaudiendo y dando la enhorabuena.

Y entonces pensé –Car, qué tonto eres. Esto no es nuevo. Esto te lo sabes. Cuando escribías poesía. Cuando empezaste con este cuaderno. Cuando buscabas el reconocimiento y, al ver que no llegaba, descubriste que era lo de menos, que lo hermoso era escribir, que ése era el premio, el verdadero premio. Y ahora, ¿te lamentas? ¿Por qué? El otro día les diste una arenga a esos pobres desgraciados sobre que identificamos triunfo con dinero y vanidad y que no hay nada más falso que el dinero y la vanidad, y que habría que cambiar los pilares sobre los que se sustenta, de manera general, el verbo triunfar. Y ahora, ¿Que no se han reído de tus tonterías? ¿Que no han podido valorar vuestro trabajo? ¿No te sientes triunfador? ¿Y? ¿Cuál es el problema? ¿Estás satisfecho? ¿Ha merecido la pena el camino hasta estar en el atril de los Frailes? ¿Fue hermoso dar el pregón? ¿Sí? ¿Entonces?

Y es más. ¿Quieres reconocimiento? ¿Quieres vanidad? ¿Quieres ego? ¿Te parece poco reconocimiento el haber tenido la oportunidad de dar el pregón en la aldea? ¿Te parece poco reconocimiento la cara de orgullo de Ana y de tus hijos cuando bajaste del escenario? ¿Y el abrazo de tu hermana? ¿Y de Fernando? ¿Y de Javi? ¿Y de Javier? ¿Y el de Eugenio?

Y la desazón se fue por el sumidero. Y empecé a sonreír. Y me sentí orgulloso de haber dado el pregón (junto a mis compañeros) en las fiestas de la Virgen del Favor y Ayuda en Villaescusa de Haro. Muy orgulloso. Y sentí que había triunfado.

                                           




P.D. “Me cuesta mucho comprender la importancia que parece tener para ti el reconocimiento de tu talento. Yo pensaba que para un creador lo importante es el crear y que el devenir de su obra era cuestión secundaria y que fama, admiración, curiosidad de la gente, etcétera, eran más bien inevitables que cosas deseadas”. Remedios Varo.

P.D. Añado la parte escrita del pregón. Ésta va a ser mi entrada más larga.


Carlos 
Señor alcalde y diputado provincial. Corporación municipal. Señora juez de paz. Señor cura párroco. Presidenta de la Hermandad de la Virgen del Favor y Ayuda. Vecinos, amigos y resto de fuerzas vivas, buenas noches.
Ayer se celebró la décima edición de la Carrera del Queso en Aceite. Y el Ayuntamiento ha querido conmemorarlo pensando en nosotros para dar el pregón de las fiestas. Creen que se trata de una buena idea. Intentaremos que no se arrepientan.
Como vamos a hablar de la carrera, puesto que es por ella por lo que estamos aquí, lo lógico es que empecemos por el principio. Y el principio es un trece de agosto de 2013, martes, cuando, a las nueve de la noche…

(Comienza a sonar “Thunderstruck”).

Nacho
Buenas noches. Bienvenidos a la primera edición de la Carrera del Queso en Aceite…

Eugenio
Perdona un segundo. Para la música. ¿Cómo que a las nueve? La carrera del Queso en Aceite empezó a las ocho. Con las cuatro carreras de los más pequeños, con bastantes más de cien niños corriendo. De hecho, fueron ciento sesenta. Y fue un espectáculo precioso, tantos críos, de todas las edades. Ver a todos aquellos chavales participando nos hizo sentir que había merecido la pena el tiempo dedicado y el trabajo hecho.

Carlos
¿Ya?

Eugenio
Sí.

Carlos
Y a las nueve de la noche…

(Comienza a sonar “Thunderstruck”).

Nacho
Buenas noches. Bienvenidos a la primera edición de la Carrera del Queso en Aceite. Aunque nos parece que quizá mejor que contarlo sea verlo.

(Entra el vídeo)

(Al final del vídeo).

Eugenio
Se nos ve jóvenes.

Nacho
Estamos todos mucho mejor ahora. Pero tenemos que contar cómo llegamos hasta aquella primera edición. Y hemos de decir que esta carrera nació un catorce de agosto de dos mil doce por la noche, hace hoy doce años, mientras volvíamos Carlos y yo de Fuentelespino (aquel año no fuimos a la procesión. Lo sentimos). Allí habíamos estado corriendo una carrera y, charlando, nos dijimos –esto podemos hacerlo nosotros.

Carlos
¿Qué era lo que podíamos hacer? Pues lo que habíamos visto allí: una carrera popular, con inscripción gratuita, con un pueblo volcado, con competiciones infantiles, con un circuito sin salir del pueblo de distancia asequible, con cena posterior y con una participación total que estuviese sobre las cien personas. Un día de fiesta que tuviera como pilares el deporte y la gastronomía.

Nacho
El caso fue que no nos quedamos en el –hay que- o en el -se podría- y nos pusimos en marcha. Y comenzamos a hablar con todo el mundo. Nuestra idea era involucrar a la mayor cantidad de gente posible, empezando por el Ayuntamiento y pasando por las distintas asociaciones, las cuadrillas de amigos y al que se nos cruzara por delante. Nos convertimos en los cansinos de la carrera. Y todos nos dijeron que sí, que lo que hiciera falta, claro. Siempre que no les costara un céntimo, por supuesto.

Carlos
En Navidad ya teníamos hasta fecha: el trece de agosto. La víspera de la víspera. Coincidía que era martes. Martes y trece. ¿Algún problema?

Nacho
Ninguno. Fue gracioso pues nos dedicamos a informar a todo el mundo de la fecha como si anunciásemos la llegada de un cometa y la gente nos miraba -¿trece de agosto? ¿De verdad ya estáis pensando en agosto?

(Entra vídeo time lapse e imágenes del dron). 

Carlos
En Carnaval tomamos otra decisión, probablemente la mejor, y fue meter a Eugenio en el equipo. No recuerdo que le preguntásemos. No le dimos opción. Eugenio, que sepas que queremos organizar una carrera y estás en el equipo con voz y con voto.

Eugenio
Y con quebraderos de cabeza. Eso no me lo dijisteis. En fin, aquella Semana Santa, aparte de recordar a todo el mundo que íbamos en serio, nos dedicamos a definir el circuito. Queríamos que pasara por los lugares más señeros, que no saliera del pueblo y que tuviera una distancia que no tirara para atrás. En alguna parte escribimos también que tuviera las menos cuestas posibles…

Nacho
Pero esa parte se traspapeló. Después de dar unas cuantas vueltas, fijamos el recorrido que sigue vigente. Nos costó dejar fuera la fuente romana y las balsas, aunque siempre la recomendamos como zona de calentamiento.

Carlos
Para que no tengan celos. Otra de las cosas que nos preocupaban era que no queríamos que se crease la imagen de que ésta iba a ser una carrera particular. Queríamos que fuera una carrera de Villaescusa. Y el seguro, obligatorio en este tipo de eventos, nos echó una mano. Nos dijo el alcalde que la carrera estaría cubierta por el seguro que cubre todos los actos del verano. Es decir, oficialmente la carrera la organizaba el Ayuntamiento. Es decir, la carrera era de Villaescusa.

Eugenio
Era final de la primavera y apareció Nacho con su diagrama de Gantt y su lista de tareas pendientes: cena, música, cartel, bolsa del corredor, regalos de los niños, categorías, horarios. Mirábamos todo lo que teníamos pendiente y la tentación de decir -de verdad, ¿es esto necesario?- parecía que flotaba. Pero nadie lo cuestionó. Y seguíamos para adelante, buscando soluciones.

Carlos
También nos preocupaba el tema del dinero. Era una carrera que se iba a hacer con la ayuda de todos, pero, aún así, había gastos. Y pedir, pedimos muy bien. Pedimos a todo el mundo. Menos dinero. Dinero no pedimos. Hicimos números, vimos que no era mucho y también vimos que, con la ayuda del Ayuntamiento, se podía cubrir. Y respiramos.

Nacho
Porque es verdad que pedimos muy bien. A todo el que se cruza. Y mandamos un montón de correos presentándonos y solicitando regalos, queso. Todo lo que pudiéramos conseguir. Lo que nos pudieran dar. Para los niños, para la bolsa del corredor. Todo nos valía. Y nos sentamos a esperar las respuestas. 

Eugenio
Y aquí seguimos, sentados. Esperando.

Carlos
Pero del año que viene no pasa.

Eugenio
Seguro. Otra idea que tuvimos fue que, para la cena, pensamos en adornar la plaza con velas. Como en Pedraza. Y compramos setecientas. Y decidimos llamarla “La cena de las velas”.

Nacho
Y hasta hoy no hemos podido utilizarlas. Ahora podríamos decir que sabíamos que llegaría un día como éste y que las habíamos reservado, pero no podemos negar que las velas han hecho diez viajes de ida y vuelta.

Carlos
Los días previos fueron movidos. Preparar la música. Los trofeos, que se los encargamos a los niños de la escuela de verano. La cena. Íbamos un poco perdidos con respecto a las cantidades. Siendo muy optimistas planteamos preparar para cien personas.

Nacho
¿Cien? ¿Tantos?

Eugenio
Preparamos cien botes de queso en aceite. Para la cena contábamos con gazpacho y con tortillas. Nos prometieron una paella. Y helados. Y dulces. Y cuerva.

Carlos
Respecto a la bolsa del corredor, ocurrió un milagro. Teníamos los botes de queso. Pero, gracias al cuñado, nos dejaron un arco para la salida. Y camisetas, que serigrafiamos para personalizarlas. Y bebida isotónica. Y unos geles de frutas. Y para los niños teníamos bolsas de regalo, con chuches, helados, unas pulseras luminosas. Y medallas. Y flores para las chicas que terminasen. Hasta bici escoba teníamos.

Nacho
Y luego los carteles, que pegamos por todos los pueblos de alrededor. Y publicamos la carrera en páginas web especializadas. Y el boca a boca. No quedó nadie en Villaescusa a quien no animásemos a correr.

Eugenio
Porque nuestra idea era que ésta fuera una carrera lo más popular posible, una carrera para todos o, lo que es lo mismo, que cada uno hiciera la carrera que quisiera hacer. ¿Que quieres competir? Ahí tienes un podio. ¿Que quieres dar una vuelta? Puedes. ¿Dos? Puedes. ¿Que quieres andar? Puedes.

Carlos
Que nadie tuviera una excusa para no correr. Que fuera una fiesta.

Nacho
Porque nuestro sueño realmente era ganarle un día a las fiestas. Que la carrera pudiera convertirse en el primer día de las mismas. Y conforme se acercaba la carrera, más teníamos la sensación de que podíamos vivir algo muy bonito.

Eugenio
El día anterior se nos fue la mañana bajando trastos al Pósito con el camión del Ayuntamiento: cámaras, megafonía, vallas, sillas, mesas, los cajones para el podio, cintas. Hasta urinarios químicos.

Carlos
La mañana de la carrera madrugamos. Pensábamos que íbamos a estar solos. Y fue fabuloso. Empezó a llegar gente. A ayudar. A lo que hiciera falta. A montar. A marcar.

Nacho
Por la tarde habíamos quedado a las cinco y media, pero una hora antes ya estábamos allí. Los nervios. La tensión. Cien dorsales para adultos. Setenta dorsales para niños. A las siete abríamos inscripciones. A las seis y media la cola daba la vuelta a la plaza. Abrimos. Los dorsales de los niños volaron. Buscando folios para rotular números uno. Porque todos corrieron con el número uno.

Eugenio
Tuvimos miedo de empezar con retraso. No estábamos preparados para aquel aluvión. Pero la emoción podía con la preocupación. Teníamos problemas, pero bendito problema ver aquella respuesta. Ver tanta gente en la plaza.

Carlos
Porque fue un día bonito. Muy hermoso. Tenemos la costumbre de quedarnos con lo malo, con lo que falló, con lo que puedes mejorar. Y el primer pensamiento de aquella noche puede ser el caos que fue la cena, la sensación de sentirnos desbordados.

Eugenio
Pero fue un día precioso. No hay más que ver las sonrisas de las fotos. Recuerdo la emoción de mucha gente al cruzar la meta. Esa alegría. Esa sensación. Fue un día de hermanamiento. Habíamos conseguido entre todos que fuera un día de fiesta para Villaescusa.

Nacho
Y no habíamos terminado de recoger y ya estábamos hablando del año siguiente. Y vimos que no podíamos depender tanto de los demás, especialmente con la cena. Y con las clasificaciones. Y las inscripciones. Y los trofeos. Pero, para ser autosuficientes, necesitábamos una cosa: dinero. ¿Y cómo conseguíamos dinero? ¿Pidiendo?

Carlos
No fue necesario. Encontramos otra vía.

(Vídeo de la Fiesta del Terror). 

Eugenio
Se nos ve guapos.

Nacho
Estamos todos mucho mejor ahora.

Carlos
Y conseguimos, a partir de ahí, tener siempre dinero para la siguiente. Y nos planteamos crecer, hasta llegar a quinientos adultos y doscientos niños, e ir comprando lo necesario. Y como no podemos evitarlo, nos metimos en más líos. Junto al club ciclista del Cerro de la Horca decidimos organizar un duatlón cross dentro del circuito de la diputación de Cuenca. Y, además, cada treinta y uno de diciembre, nuestra San Silvestre.

(Vídeo San Silvestre y duatlón. Eugenio entra cuando empiece el del duatlón).

Eugenio
Y, a lo tonto, llevamos ya ocho ediciones de cada una de ellas.

Nacho
Confiemos en que, cuando lleguemos a la décima, el Ayuntamiento no nos vuelva a encargar el pregón.

Carlos
En estos años nos han pasado unas cuantas cosas. La primera fue que la carrera fue creciendo hasta consolidarse. Y no sólo en Villaescusa. Viene gente de de todos los pueblos de alrededor. Y muchos nos confiesan que lo hacen porque aquí están a gusto, porque aquí se divierten.

Eugenio
Y luego los disgustos que nos hemos podido llevar. Las clasificaciones siempre nos han dado guerra, desde luego. El año con los dos lectores de códigos de barras, que uno funcionaba y el otro no. Y la mitad de los que habían corrido protestando.

Nacho
Nuestros problemas con los podios. Los que se consideran con derecho a subir, hayan hecho lo que hayan hecho, y se inventan categorías o lo que sea con tal de llevarse un premio y son incansables en sus reclamaciones. Los padres con hijos atletas de cierto nivel, que se comportan como sus representantes y se sienten con derecho a exigir.

Carlos
También los viajes que hacemos con el maletero cargado de cosas para la carrera. Lo bien que olerá el coche de Eugenio, lleno de chuches y de flashes.

Eugenio
Tampoco va mal Nacho, que no sabe dónde meter tanta salchicha de Frankfurt para los perritos. El día en que nos pare la Guardia Civil, a ver qué le contamos.

Nacho
Pues Carlos trae el gazpacho y las tracas. Como le dé a aquello por explotar a mitad de camino, ese día sí que vamos a salir en los periódicos.

Carlos
Mejor no pensar en qué página.

Eugenio
Aunque lo peor fue el año en que nos quedamos cortos con la comida y dejamos a mucha gente sin cenar.

Nacho
Es curioso que lo que organizamos se llame “Carrera del Queso en Aceite” y lo que nos da más trabajo sea la cena.

Carlos
Es verdad. La mayoría de nuestras conversaciones incluyen palabras tan relacionadas con el deporte como son panceta, pan, empanada, gazpacho o paella.

Eugenio
Y la bebida, no lo olvides.

Nacho
Porque aquí también, como siempre, lo más importante es que la cerveza esté fría. Lo de correr es secundario.

Carlos
Y acertar en la estimación. Siempre ajustamos las cantidades a lo que se consumió el año anterior y, por supuesto, nos quedamos cortos de una cosa y largos de otra. No hay dos años iguales.

Eugenio
Así tenemos material para apuntar en la libreta de puntos a mejorar. Cada año llenamos no sé cuántas hojas de cosas para corregir, para crecer.

Nacho
Y mira que nuestro objetivo es hacer la carrera perfecta y no tener nada que apuntar. Nunca lo conseguimos. El problema es que luego no encontramos la libreta. Y la memoria empieza a fallar.

Carlos
¿Cuánto tiempo llevamos ya?

Eugenio
Diecisiete minutos.

Carlos
Habrá que ir pensando en terminar.

Nacho
Sí, que estos señores se querrán ir a la pólvora.

Eugenio
Pues vayamos terminando. Primero decir que los tres que estamos aquí arriba, salvo Carlos, que es medio villaescusero…

Nacho
Y un poco laña

Eugenio
No podemos decir que tengamos ni ocho ni dos apellidos villaescuseros. Ni uno siquiera. Lo que sí podemos decir es que en Villaescusa nos sentimos en casa. Y eso dice mucho del carácter de la gente de aquí. Dice mucho de su personalidad. En Villaescusa te acogen y te hacen sentir uno de los suyos. Aquí eres local. Y es el momento de agradecerlo.

Nacho
Los villaescuseros también nacen donde quieren. Es cierto que cualquiera no puede ser villaescusero, que para eso hay que valer. Pero, una vez dentro, sólo podemos decir que estamos orgullosos de sentirnos parte de Villaescusa de Haro.

Carlos
Muy orgullosos. Otra cosa que queríamos decir es que es injusto que seamos nosotros tres los que hayamos tenido el reconocimiento de dar el pregón. Porque es cierto que, para que las cosas salgan, siempre tiene que haber una cabeza que piense y ponga orden y una locomotora que tire, pero si se sigue haciendo esta carrera no es sólo mérito nuestro.

Eugenio
Y aquí tenemos que nombrar a Cayetano y a Bernardo, que son dos patas más del banco. Y al equipo del Ayuntamiento, a los que tenemos que pedir perdón por toda la guerra que les damos y les hemos dado. A Nemesio y a Fernando. A Sofía, a Juanvi, a César, a José Manuel.

Nacho
Al equipo oficial de marcadores de la carrera, capitaneados por Juanfran junto a Jesús, Tomás y José Luis. A los que han sufrido en la cocina preparando las cenas, especialmente a Nacho, a Fernando y a Esther. Y, por supuesto, a todos los que sudaron y padecieron el calor del Pósito: Carlos, Pablo, Mariano, Samuel, Carlos, Carlos, Israel.

Carlos
A los que no hace falta avisarles y que siempre aparecen el día de la carrera por la mañana temprano. A Alejandro, a Alberto, a Héctor, a Elena, a María, a Rafa, a Sergio, a José Luis, a Benito, a Valentín, a Javier, a Julián, a Paloma, a Javi, a Silvia. A la gente de la Plaza, empezando por Carlos y siguiendo por María José y las Hermosilla, por toda su ayuda material e inmaterial. A Fernando, por las flores, porque nunca falla al día siguiente para recoger. A Pedro que, junto a Chimo, son fundamentales animando en la Puerta del Cerezo. A Javier, por el diseño de la página web. A Mariano y a María José, por todas las copas que nos regalaron para las clasificaciones de los más jóvenes.

Eugenio
A las chicas del bar: Laura, Ana, Nuria, Carmen. Al equipo de inscripciones: María, José Aníbal, el clan Higueras al completo, a Elena. A las niñas, siempre voluntariosas, en la tienda vendiendo camisetas, ayudando donde hagan falta. A todos los que dieron un paso para poder servir la cena, empezando por Nuria sin olvidar a los Vazines, a los Majaras, a las gemelas, al resto de peñas. A los que colaboraron para que pudiéramos dar la mejor bolsa del corredor posible: a Diego, a Juan Ángel, a Antonio, a Cristina, a María, a Clara.

Nacho
A Montse, por su entusiasmo, siempre contagioso, y por llevar en sí el espíritu de la carrera. A Ana, por los miles de botes de queso en aceite preparados. Por estar siempre detrás. A María, por ser, en la sombra y dando la cara, el alma de la carrera.

Eugenio
A todos los que han participado en lo que no deja de ser un día de fiesta, corriendo, sumando, colaborando. A todos los que tuvieron paciencia haciendo cola. A todos los que se quedan al final para recoger. A todos los que posibilitan que nunca perdamos la ilusión y las ganas de seguir.

Carlos
Y, por último, quisiéramos nombrar a Pepe, que siempre sintió esta carrera como algo suyo, que nunca falló a la hora de trabajar, de echar una mano y de participar en ella y que, por circunstancias, lleva unos años sin poder venir. Pero no por ello ha dejado de ser parte de este equipo.

Y para ti, ¿qué es la carrera?

Vídeo ¿Qué es la carrera para ti?

(Subimos los tres al atril).

Nacho
Porque esta carrera es la carrera de todos.

Eugenio
Porque esta carrera es de Villaescusa de Haro.

Carlos
Las fiestas quedan pregonadas. Muchas gracias, buenas noches y... ¡Viva la Virgen del Favor y Ayuda!

Nacho
¡Viva el Santísimo Cristo de la Expiración!

Eugenio
¡Viva Villaescusa de Haro!

jueves, 8 de agosto de 2024

Porque en agosto, por las noches, refresca: canciones

Tengo cierto problema de competitividad. Y me temo que puedo ser un tanto inoportuno. Pasamos la tarde con Mar y con el Sensei. Y fueron unos anfitriones fabulosos. Llegado un momento, el Sensei empezó a poner música. Respeto mucho su criterio. De hecho, él fue quien me enseño el camino de AC-DC y alguna senda en el inefable mundo de la música disco. Pero envidó Depeche Mode y yo no sólo recogí el envite sino que doblé la apuesta. Luego envidó Bobby Womack y volví a aceptar y a doblar. Él ya no quiso seguir jugando. Quizá tendría que haberme quedado quieto.

El nivel musical del bar de la piscina de la aldea del Secarral nunca estuvo a gran altura. Hablo de los últimos diez años, por lo menos. Por decirlo de otra manera, está al nivel promedio general. Tuvo algún destello, pero fue fugaz. Y este año está en ese nivel. Nada nuevo. Aunque, ayer, de repente, en mitad del soniquete habitual, empezaron a sonar los Rolling Stones. Y después, los Small Faces. Y acto seguido, Pink Floyd. Luego retomaron la línea. Como pensaba que estaba viviendo un espejismo y que, tal vez, era un delirio lo que creía que estaba ocurriendo, pedí a Javier que me confirmara que era real lo que sonaba. Y me dijo que sí. Si hubiese visto pasar delante de mí a Elvis Presley no creo que mi sorpresa hubiera sido mayor. Ni mi alegría. Todavía es posible que haya diez hombres justos. Todavía es posible creer.

jueves, 1 de agosto de 2024

Frases que nunca diré

Salimos con la bicicleta desde la capital del Secarral. Jorge, Gonzalo y yo. A Jorge me lo presentaron ese día. Iba casi todo el rato por delante, por lo que Gonzalo y yo pudimos tener nuestras conversaciones sobre Ingebrigtsen, Pogacar, los nombres de las calles de Santa María y los trastornos de ego de algunos de nuestros conocidos. La ruta, Santa María, Manjavacas, Pedernoso y vuelta. Más de tres horas con el sol en lo alto y el viento solano que no se calmaba. Teniendo en cuenta que en los últimos once meses sólo había hecho treinta kilómetros en bicicleta, cuando nos sentamos a hidratarnos (cervezatarnos) en la terraza de un bar, tuve que hacer un verdadero esfuerzo para sentarme como las personas y no como si acabase de caer de un séptimo piso.

Con las primeras cervezas nos pusieron de tapa unos trozos de empanada y unas aceitunas. Con las segundas, un plato de salchichón generoso. Gonzalo y yo somos de buen comer, así que, ahí estábamos. Jorge no comía. Su trozo de empanada seguía en el plato. Y seguía. Y seguía. Esto no puede quedarse ahí, y más con el hambre que tenemos.

-Si no te lo comes tú, me lo como yo.

-Sí, coméoslo. Es que si como en el aperitivo, luego no como (cinco veces el verbo comer (seis) con sus conjugaciones en tres frases. Récord).

- ¿Cómo? (Éste no es del verbo comer, que os veo venir).

Gonzalo y yo con los ojos como platos. - ¿Qué tiene que ver una cosa con otra?

Ya no es que los dos seamos de aquellos de -mejor comer dos veces que dar explicaciones. Es que tenemos otra teoría. Siempre pensé que, diga lo que diga la ciencia, el ser humano tiene dos estómagos: uno para el salado y otro para el dulce. Por muy lleno que estés, siempre hay hueco para el postre y eso es porque, por otro conducto, va a otra cavidad. Pero he llegado a la conclusión de que realmente tenemos tres estómagos: uno para el aperitivo, otro para la comida y el tercero para el dulce. Jorge se ve que sólo tiene dos. Pobrecito. Por eso dice esas cosas. Pero ¿nosotros? A nosotros el aperitivo nunca nos dejará sin comer.

La terraza estaba llena. A mi izquierda había una mesa con unas cinco o seis personas. Tenían una edad provecta (eran mayores que yo. Ya van aviados). Se les veía educados. Muy formales. Y un tanto pedantes. En uno de nuestros silencios, de esa mesa nos llegó el siguiente comienzo de frase:

-Pues la gobernadora del estado de Michigan…

-Yo no me puedo morir sin decir alguna vez esta frase-les dije a mis compañeros. Quiero tener conversaciones en las que pueda citar a la gobernadora del estado de Michigan con propiedad y con interés para el auditorio. Fue una revelación aquello. Me vi muy inculto. Un iletrado. Tengo que evolucionar del hombre de los tres estómagos a la gobernadora del estado de Michigan, pensé. Mi conversación tiene que crecer. Mi acervo. Mis inquietudes. Porque de la mesa de al lado me llegó la luz. Esa mesa me ha enseñado el camino.

jueves, 25 de julio de 2024

Un tres de septiembre

Fue un tres de septiembre.
Siempre recordaré ese día. Sí que lo haré.
Porque ése fue el día en que murió papá.
Nunca tuve la oportunidad de verlo.
Nunca escuché nada más que cosas malas sobre él.
Mamá, dependo de ti para conocer la verdad.
Mamá bajó la cabeza y dijo, hijo.
Papá fue un bala perdida.
Donde quiera que pusiera su sombrero ahí estaba su hogar.
Y cuando murió, todo lo que nos dejó fue abandono.

En 1972 The Temptations grabaron “Papa was a rolling stone”. Hubo una versión previa, que pasó sin pena ni gloria. Norman Whitfield, uno de sus coautores, produjo esta versión.

¡Mamá! ¿Es cierto lo que dicen de que papá no trabajó ni un día en su vida?
Las malas lenguas murmuran por la ciudad que
papá tenía otros tres hijos.
Y otra esposa. Y eso no está bien.
Escuché algunas conversaciones. Papá predicaba en la tienda.
Hablaba de salvar almas y todo el tiempo estafaba y sangraba.
Traficaba con basura y robaba en el nombre del Señor.
Mamá bajó la cabeza y dijo, hijo.
Papá fue un bala perdida.
Donde quiera que pusiera su sombrero ahí estaba su hogar.
Y cuando murió, todo lo que nos dejó fue abandono.

La canción fue un éxito. El mayor que tuvieron los Temptations (y también el último). Un himno para la Motown. Soul (psicodélico) de denuncia de los males de la comunidad. Era la época. Una introducción musical larguísima, con su bajo, sus instrumentos de cuerda, su trompeta, la guitarra, las palmas. Un éxito para The Temptations, aunque ellos protestaron. Tanta parte musical les restaba protagonismo. Ay, el ego de los artistas.

¡Mamá! Escuché que papá se consideraba a sí mismo un experto en todos los oficios.
Dime, ¿fue esto lo que envió a papá a la tumba tan pronto?
La gente dice que papá hubiera suplicado, pedido prestado, robado
para pagar sus deudas.
¡Mamá! La gente dice que papá nunca pensó mucho.
Que pasó la mayor parte de su tiempo persiguiendo mujeres y bebiendo.
Mamá, dependo de ti para conocer la verdad.
Mamá miró hacia arriba con lágrimas en los ojos y dijo, hijo.
Papá fue un bala perdida.
Donde quiera que pusiera su sombrero ahí estaba su hogar.
Y cuando murió, todo lo que nos dejó fue abandono.

“Papa was a Rolling stone”, para mí, no es una canción. No sé cómo calificarla. Es una historia, un musical, una representación, un drama. Esa introducción, que te va preparando, que te abre porque sabes que algo va a ocurrir, algo que no es bueno, algo que te va a sobrecoger. Y en ese entorno de tinieblas se ilumina el escenario y, allí, la madre y al hijo. Y cuando el hijo dice - It was the third of september- ya sabes que la tragedia está desencadenada. Y ese hijo queriendo saber, con ansia, preguntando si todo eso que le han contado sobre su padre es cierto, que no puede ser verdad. Y esa mujer, derrotada, cansada, abatida, que sólo murmura una letanía. Y esa música, esa instrumentación, que son nubarrones negros, llenos de carga eléctrica. Y llegará el final de la canción y la luz en la escena se irá apagando. Y el hijo, sin saber, sabrá. Y eso le acompañará siempre. Y la madre seguirá muerta en vida. Más muerta si cabe. Su hijo ya conoce la verdad. It was the third of september.


P.D. Qué buenos son los vídeos de "Soul train". Qué buenos son.

jueves, 18 de julio de 2024

Lo hicimos. Lo hicieron

Se me hace raro que España haya ganado el Europeo de fútbol y no haber escrito nada.

Con lo que vivimos aquí y por aquí en el pasado con los otros dos Europeos y el Mundial. Con la Selección. Y con los triunfos (y los dramas) del Atlético de Madrid.

Siento que cada vez estoy más lejos del fútbol.

No es del todo cierto. Me emociono hablando del Brasil del 82. O puedo recitar la alineación del equipo que ganó la Copa en el 91 y el 92, o la del equipo que hizo el doblete en la temporada 95-96. Y el gol de Maceda a Alemania en el 84 me sigue poniendo la carne de gallina. Y me siguen creando desazón los partidos de cuartos contra Bélgica, Italia, Inglaterra.

Pero sí que me voy alejando de la actualidad. Y mi pérdida de interés tiene algo de orgulloso. El fútbol ha devorado al resto de deportes y yo soy del resto de deportes, empezando por el atletismo y siguiendo por, bueno, ciclismo, tenis, natación, baloncesto, balonmano… Todos son bonitos. Bonitos en sí mismos. El fútbol, si le quitas la pasión, se queda muy cojo. Y, aparte del orgullo, con el Atleti tengo la sensación de que todos los partidos ya los he visto y de que soy incapaz de distinguir una temporada de otra. Y muy motivado no estoy. Y con la Selección, después de haber vivido lo que vivimos en 2008, 2010 y 2012, es como si hubiera quemado toda mi devoción y pasado a ser un espectador que mira de reojo.

Antes, que esperaba las convocatorias del Seleccionador con ansia, con nervios. Y opinaba. Y me enfadaba. Y protestaba.

Ahora, que la leo y veo que no conozco ni a la mitad y no sé ni dónde juega la mayoría.

Hemos ganado el Europeo, sí. Pero no me siento con el derecho de celebrarlo con la camiseta puesta yendo a la fuente (ahora es una rotonda desecada) de la plaza del Cedro con Maroto y con Sanfélix. De los siete partidos que hemos jugado, sólo he visto enteros dos. Y sí, veo al equipo y, de alguna manera, me identifico con ellos. Y el día de la final sufrí y disfruté como en los viejos tiempos.

Pero me subí al carro al final, cuando aquello empezaba a oler a victoria.

Así que, por si alguna vez generaciones futuras entran en este cuaderno buscando información, que sepan que España ganó el Europeo de fútbol de 2024. Y lo hizo mereciéndolo con un equipazo al que daba gusto ver jugar siendo un equipo.

Pero esta vez no siento que pueda utilizar la primera persona del plural a la hora de hablar de este título.

Porque no me lo gané.

jueves, 11 de julio de 2024

Instrumentos desafinados

Luis Landero ha vuelto a cruzarse en mi vida. “Caballeros de fortuna”. Su segunda novela. Landero me gusta. Mucho. Su forma de escribir. El lenguaje que utiliza. El sabor de cada una de sus frases. Sus personajes. Sus destellos mágicos.

Sus padres le habían contado algunas cosas maravillosas que ocurrían en el mundo. Le habían contado por ejemplo que las chicharras se alimentan de rocío y que, cuando se juntaban muchas, podía pasar que al amanecer ellas se hubieran comido ya todos los brillos y el sol no encontrase entonces un asidero donde agarrarse y prender su lumbre. En ese caso era preciso que todos los gallos uniesen sus fuerzas para orientar con sus cantos al sol y ayudarlo a salir. Pero, ¿Qué ocurriría si un día vencieran las chicharras y no saliese el sol? ¿Cómo sería vivir siempre de noche?

Hay escritores, la mayoría, que, cuando los lees, te iluminan el camino de la lectura pero te cierran el de la escritura. Disfruta leyendo pero no intentes hacer lo que yo hago, porque no eres capaz. Ni lo serás. Hay otros, pocos (sólo recuerdo a Cortázar y a Landero), que te estimulan a lo contrario. Escribe. Deja salir lo que tienes. No te importe si es bueno o malo. Eso es indiferente. Disfruta escribiendo. Luego, rómpelo si quieres. O no lo leas. Pero que nadie, que ningún miedo, que ningún complejo frene el placer de convertir en palabras lo que ahora mismo te recorre.

Y no sólo a escribir. Algunas veces te sugieren ideas un tanto peculiares. Y serán mejores o peores, pero, en su momento, te parecen ingeniosas y divertidas.

Un día se le ocurrió desde las brumas de su septiembre infuso que podía afinar las esquilas de las cabras para que hiciesen música, y se pasaba las tardes templándolas con una lima y concertándolas entre sí. Aquella campanillería sonaba desde luego a música del demonio, pero él no se cansaba de asegurar que, combinando los graves con los agudos al andar presto o largo de los animales, y dirigiendo luego sus movimientos con maestría de pastor de orquesta, había conseguido sacar algunos compases de zarzuelas famosas

Y me puse a pensar en la película “Babe, el cerdito valiente”. Y pensé en esos campeonatos de perros (cerdos) pastores. Y pensé en lo bonito que sería ver a todas las ovejas (cabras) entrando en el redil mientras con las esquilas tocan “La Zarzamora” o el “Coro de los esclavos judíos” de Nabucco.

Conforme iba avanzando en la novela, lleno de euforia y de estímulos, decidí que tendría que escribir sobre ella. Y entonces, crecido como estaba, pensé es describirla como una sinfonía interpretada por instrumentos desafinados (no como los cencerros, todos perfectamente afinados). Tuve un segundo de autocomplacencia hasta que caí en dos cosas. Primera, relacionado con las personas, ¿Quién está afinado y quién desafinado? Y segundo, ¿Cuántas grandes novelas escritas no son sinfonías cuyos personajes están fuera de tono? Más que una descripción parecería una categoría. Ana terminó de rematarme, cuando me dijo que ni siquiera era original. Y era cierto. Juan Antonio Vallejo-Nágera, que era psiquiatra, escribió “Concierto para instrumentos desafinados”.

Deambulando por Google buscando reafirmar la brillantez y la originalidad de mi idea sobre los instrumentos desafinados, me encontré con este vídeo (sin imágenes).




Haré un pequeño resumen del mismo. A finales de los sesenta, principios de los setenta, en el Reino Unido, dentro del mundo musical, hubo un personaje de nombre Gavin Bryars que se movía cómodamente en la fina línea que separa ser un transgresor de ser un sinvergüenza. Una de las ideas que tuvo fue la de crear una orquesta, a la que llamó Portsmouth Sinfonía, donde ninguno sabía tocar el instrumento que portaba. Empezó como una broma, y terminó convirtiéndose en un fenómeno de culto, llegando a tener hasta ochenta miembros. Lo que era un chiste, fue revestido de cierto contenido filosófico (celebración del amauterismo, burla del fracaso, aparición del prepunk). Grabaron discos (sólo una toma por grabación), hicieron giras y, un buen día, dejaron de actuar. Según las malas lenguas, porque ya habían aprendido a tocar. Supongo que sería porque, o bien ya no eran graciosos, o bien ya no se divertían. O por las dos cosas.

Vuelvo al libro. Y, aunque sea poco original, no renuncio al símil de los instrumentos desafinados (lo que Landero despierta, con Landero se queda). Tras conocer a los personajes, a los instrumentos, vemos como sus caminos comienzan a entrecruzarse y uno de los instrumentos, con el que simpatizo, tal vez el que mejor suena (tendría un pie fuera en la Portsmouth Sinfonía), siempre en la escala de los grises, empieza a tocar en la longitud de onda del resto de los colores. Y lo que hasta ese momento era una obertura deliciosa que había disfrutado como espectador, pasa en esos momentos de color a ser una sinfonía con un ritmo allegro giocoso ma non troppo vivace (toma ya). Y va subiendo el ritmo. Y los colores son más vivos. Y en el final del último movimiento, con cuerdas, vientos y percusiones allegro molto, el instrumento desafinado, en quien he invertido mi ilusión, mis sueños, mis deseos, observa como todos los colores se diluyen delante de él y su vida se funde en negro de manera irremisible.

Y los cencerros empiezan a sonar como una música del demonio.

Y lo que era una hermosa sinfonía se convierte a mis ojos y en mis oídos en “Así habló Zaratustra” tocada por la Portsmouth Sinfonía.

Y compruebo, una vez más, que mi simpatía por los personajes influye en mi opinión. En mi juicio. En mi crítica. Que mi oído musical está lleno de prejuicios.

Y esto no cambia mi devoción por Landero. Ni por asomo. Cómo narra. Cuánto hay en cada una de sus frases.

Sin embargo, en este caso, en “Caballeros de fortuna”, al llegar a la última página, no tengo la sensación de cerrar el libro porque se haya acabado sino porque, como la Portsmouth Sinfonía, ha dejado de ser divertido.

jueves, 4 de julio de 2024

Mis comidas preferidas, todas fallecidas

Hablando con una compañera de trabajo, cité un episodio de “Bob Esponja”. Me miró extrañada. -A mí es que “Bob Esponja” me pilló mayor- respondió. Y fue paradójico, puesto que tiene veinticinco (o treinta) años menos que yo. Ella es mayor para “Bob Esponja”. Yo, no.

En casa, las frases (y las canciones) de “Bob Esponja” son habituales (de hecho, estamos prácticamente de acuerdo con mi hermana MJ, quien afirma que -todo está en “Bob Esponja”). También son parte de la familia los personajes (y las citas. Y las canciones) de “Hora de aventuras” y de “Historias corrientes”. Llegaron a casa con nuestros hijos. Se supone que somos los padres los que educamos, los que orientamos, los que velamos. En estos tres casos, ellos abrieron la puerta y nosotros entramos y nos acomodamos estupefactos. ¿Quién enseña a quién? ¿Quién orienta a quién?

No sólo nos ha ocurrido con lo que antes se conocía como “dibujos animados” (nunca he escuchado a nuestros hijos utilizar esta expresión). También con algunas películas que llegaron de la misma manera. En mi caso, hay dos que son muy especiales, una con cada uno de ellos. Para mi hijo y para mí, “Cars” es nuestra película. Pocas veces agradecí tanto el carácter obsesivo de los niños y el que nunca se cansen como las setecientas mil veces que la vimos. Puedo repetir los diálogos de memoria. Y de verdad, no sé a quién de los dos le gusta más. Con mi hija, nuestra película es “Up” (la película más bonita del mundo). Una vez me dijo que, si alguna vez se casa, ella y yo bailaremos juntos esta canción en su boda. Les aseguro que ese día no habrá pañuelos suficientes.

Son buenos. Desde luego, mucho mejores que nosotros. Tienen que serlo. Sólo hay ver sus referentes, con lo que se han criado, de dónde parten, qué es para ellos lo natural. No hablo sólo de nuestros hijos. Hablo de su generación. Cuanto más los observo, más claro lo tengo. Y viendo a Rigby y a Mordecai, a Finn y a Jake y a Bob Esponja, a Patricio (sí, a Patricio también) y a Calamardo, entiendo porqué.

viernes, 28 de junio de 2024

Veintitrés minutos de odio no curan las heridas

En la aldea del Secarral organizamos un duatlón cross. La carrera pertenece al circuito de la diputación de Cuenca. Llevamos ya ocho ediciones. Son, más o menos, cinco kilómetros a pie, veinte en bicicleta y otros dos finales corriendo. Se puede hacer de manera individual o por equipos, corredor más ciclista.

Odio esta carrera.

Los cinco kilómetros primeros a pie son exigentes, por pistas y sendas, con zonas con el piso muy suelto e irregular, con bastante desnivel. La parte de bicicleta tiene de todo. El último tramo a pie es rápido, con sus cuestas, pero por pistas y asfalto, la mayoría dentro del pueblo.

Odio esta carrera.

Nunca la he hecho completa. No soy ciclista, así que siempre la disputé por equipos. He tenido tres parejas distintas de baile. Las dos primeras me dejaron porque perdieron la bicicleta y las ganas de encontrarla. Mi compañero actual siempre sabe dónde la deja y no creo que eso cambie.

La odio.

Y no es porque me toque trabajar. Eso no me importa. Es más, me gusta. No es por el segundo tramo de carrera, que podría parecer que va a costar después del esfuerzo anterior, pero que se hace muy cómodo, especialmente si uno se queda en tierra de nadie, ya que sólo se trata de mantener el puesto.

Odio el primer tramo. Corro mal. Quedo mal. No disfruto nada. Sufro como un perro. Siempre termino pidiendo perdón a mi compañero por lo mal que lo he hecho. En la última edición íbamos seis en cinco segundos cuando llegamos a un tramo de senda de más de un kilómetro. Me metieron un minuto en esa parte. No sé correr ahí. Todo es maldecir. Renegar. Padecer.

Y odiar.

Empecé a trotar un poco, después del primer tramo, diez minutos antes de cuando estaba previsto que llegara mi compañero con la bici. Y noté un dolor en el talón enorme. No podía correr. Pero, ¿cómo no iba a hacerlo? ¿Cómo iba a dejar tirado a mi compañero? Es más, hizo un carrerón. Y me entregó el testigo como segundo local. Y como los primeros iban terceros en la general, vi que teníamos la oportunidad de volver a ver el mundo desde el sitio más alto. Y sabía que Fernando venía detrás, y él me mete treinta segundos por kilómetro mínimo. Ni dolor en el talón ni carrera cómoda manteniendo la posición. No sé cómo corrí. Sí sé que lo hice con el corazón en la boca pasado de pulso y mirando hacia atrás en cada giro. Llegué. Podio. Primeros.

Y cojo. Se pasará rápido. No. No pasaba rápido. No iba a mejor. Y volvió el tremendismo. El apocalipsis que supone estar lesionado. No me voy a curar nunca. No voy a volver a correr. -Sería gracioso que te despidieses de las carreras arriba en el podio. Sería gracioso si me sintiera orgulloso de ello. Porque fuimos primeros a pesar de mí.

Y mi odio por esta carrera llegó al máximo. No sólo me hunde el orgullo y la autoestima. No sólo me hace padecer físicamente hasta el límite para tener un resultado mediocre. Además, me lesiona.

Cuatro semanas. Cuatro semanas de intentos y vuelta a los veinte metros. Cuatro semanas de reafirmar mi amistad con el fisio. Cuatro semanas de pinchazos, masajes, corrientes y calor (y canciones deleznables. Sólo canté la versión de Betty Missiego de “Sin ti”. El resto…prefiero la punción seca). Cuatro semanas de piscina y bicicleta estática. Cuatro semanas de estirar y estirar. Cuatro semanas hasta que me dijo: prueba a rodar el sábado y el domingo. Mínimo, cuarenta minutos. Procura correr sin apoyar el talón. Quiero verte el lunes, a ver qué tal.

Salí ese sábado por la mañana porque soy muy obediente. El día anterior, trabajando, di un paso en falso y vi la Vía Láctea. Y estuve toda la tarde cojo. No voy a correr en la vida. No voy a volver a correr. Jamás se me irá este dolor. Sin la menor ilusión, probé a trotar sin apoyar el talón.

Cincuenta minutos.

Fui a las esquelas y volví.

No iba cómodo, pero iba.

Por la tarde no podía moverme. No sólo me dolía el talón. También, de cambiar la pisada, el gemelo, el sóleo (porque tengo sóleo) y más cosas de las que ignoro el nombre. Dar dos pasos era un suplicio. Y no dejaba de sonreír. -Vale, no puedo andar. Pero puedo correr.

El domingo, lo mismo.

Y en mi cabeza armé mi plan de entrenamiento hasta final de año.

Veo luz.

El dolor va a menos y los minutos corridos, a más.

Aunque mi odio no ha menguado.

La luz no ciega mi odio.

Porque odio esta carrera.

sábado, 22 de junio de 2024

La dalia azul

A principios de 1945 los estudios cinematográficos de la Paramount tenían un serio problema: su estrella más importante, Alan Ladd, debía reincorporarse al ejército tres meses después y no había ni un metro grabado de película que el estudio pudiera comercializar mientras él estuviera ausente. Y teniendo en cuenta que el tiempo estimado para hacer una película de calidad o de clase A entonces era de año y medio (cinco meses para escribir el guion, tres meses para rehacer el guion más lo que llevase la selección del elenco, la elección del director que, por supuesto, cuestionaría el guion y el elenco, retrasando el inicio con sus imposiciones, el rodaje, el montaje y la escritura de la partitura musical), las posibilidades de solucionar el problema se veían nulas.

Raymond Chandler trabajaba entonces para el cine. Había colaborado en varios guiones (entre ellos el de “Perdición”, de Billy Wilder, obra maestra absoluta por los siglos de los siglos. Y perdón por el entusiasmo). Había vendido los derechos de dos de sus novelas (“Adiós, muñeca” y “El sueño eterno”), aunque no había participado en los guiones de las mismas (otro paréntesis para decir que en el guion de “El sueño eterno”, otra obra maestra absoluta por los siglos de los siglos, tanto la película como el libro (perdón de nuevo por el entusiasmo), participó William Faulkner). Gracias al cine Chandler vivía como nunca había vivido. Pero no estaba contento. No le gustaba el trato que recibía por parte de la industria cinematográfica, que él consideraba humillante. No dejaba de ser un empleado y sus escritos eran manipulados según el interés del productor, del director o de la propia película. Y su ego de autor, a pesar de los dólares en el banco y de su casa al sur de California, sufría.

John Houseman era entonces uno de los productores de la Paramount y también era un buen amigo de Chandler. Estando comiendo juntos, el escritor le contó que tenía una novela muy avanzada y que se había quedado estancado. Y que estaba pensando en convertirla en un guion y vendérselo al cine. Dos días después, la Paramount había comprado “La dalia azul” y había contratado a Raymond Chandler para desarrollar el guion de la película que protagonizaría Alan Ladd. John Houseman sería el productor de la misma.

Tres semanas después la mitad del guion ya estaba en manos del estudio. Y se fijó el comienzo del rodaje a la vuelta de otras tres semanas. Se contrató al director. Para el reparto, por contrato, se tenía que consultar a la estrella, a Alan Ladd y, dado que éste era muy bajito, sólo ponía como condición que los actores y actrices fueran, como mucho, tan altos como él. Como protagonista femenina se contrató a Veronica Lake, que daba la talla. Más problemas hubo con el papel de Helen. No tenían muchas opciones y la actriz elegida era más alta que Alan. Éste trató de vetarla. Trataron de convencerle con el argumento de que, en las escenas conjuntas, ella siempre saldría o sentada o tumbada. Y como además, Helen muere pronto, Ladd terminó aceptando.

El rodaje llevaba muy buen ritmo. Incluso adelantaba plazos. Sólo había un problema: el resto del guion no llegaba. No se terminaba. Chandler estaba bloqueado. El estudio le ofreció una prima para estimularlo, pero aquello agravó el problema: Chandler lo consideró una ofensa. Una degradación. Una deshonra. Habían atacado a su ética personal.

Estando John Houseman en su despacho, se presentó Raymond Chandler para decirle que se veía incapaz de terminar el guion. Aunque había una posibilidad, muy dolorosa para él. La había discutido mucho con su mujer, pero era la única salida que veía. Chandler le contó los problemas que había tenido en el pasado con el alcohol, y lo difícil que le fue dejarlo, no sólo por el sufrimiento físico sino porque el alcohol le daba energía y seguridad en sí mismo. Y le fue muy duro renunciar a aquello. Y ahora, para poder terminar, necesitaba de aquella energía y de aquella seguridad. Es decir, que terminaría el guion pero lo haría borracho. Sacó un papel y mostró su lista de exigencias: dos Cadillac con sus chóferes que estuvieran en la puerta de su casa para llevar y traer al médico que debería vigilarlo y ponerle inyecciones de glucosa para resistir; para llevar y traer las páginas del guion escritas al estudio; para llevar y traer a la doncella al mercado y para lo que hiciera falta. Además, necesitaba seis secretarias, en turnos de a dos, que estuvieran aptas permanentemente para cuando él empezara a dictar y que luego mecanografiasen los textos. También requería de una línea telefónica directa libre en todo momento para poder hablar con la productora durante el día y con la centralita del estudio por la noche. Y por supuesto, un vaso, bourbon y agua.

El estudio aceptó. No tenía otra opción, desde luego. Durante los últimos ocho días de rodaje, Chandler no probó alimento sólido. Estuvo, salvo cuando dormitaba (con su gato negro al lado), con un vaso en la mano, bebiendo lo justo para mantenerse en el estado de euforia que necesitaba. Sólo paraba de ocho a diez de la noche, cuando escuchaba un programa de radio de música clásica junto a su mujer. Ocho días dictando, releyendo y corrigiendo. Y el guion se terminó. El rodaje se pudo concluir seis días antes de lo previsto. Y Alan Ladd volvió el ejército con su trabajo terminado.

Y “La dalia azul” se estrenó. Las críticas no fueron muy buenas (un entretenimiento más, una película carente de importancia) pero el público no opinó lo mismo. Fue un éxito comercial, con una recaudación que llenó de felicidad a los ejecutivos de la Paramount.

¿Y Raymond Chandler? Pues enfadado. El Departamento de Marina estadounidense (tenía esa potestad) rechazó que el asesino fuera un veterano de la Guerra del Pacífico herido (más bourbon para poder reescribir). El director modificó un diálogo por necesidad sin consultarlo con él. La escena final es distinta de la del guion. Y luego está la interpretación de Verónica Lake, que daba la talla, pero que no estuvo a la altura. Las críticas no fueron especialmente cariñosas con ella. Chandler, de hecho, la llamaba Morónica Lake (moron, en inglés, entonces, significaba deficiente mental. Ahora se dirá de otra manera). Aun así, Chandler fue candidato aquel año a los Óscar al mejor guion original.

No he visto la película. La he buscado, pero no la he encontrado. Lo que sí he hecho es leerme el guion. Y, bueno. No está mal. Es entretenido. El problema es cuando lo comparas. Y está muy lejos de “El largo adiós” o de “El sueño eterno”. Digamos que es un Raymond Chandler menor. Pero un Chandler siempre es un Chandler. Y por muy bajo que sea el tono, por mucho barro que haya, siempre encuentras alguna perla. Algún diamante. Siempre.


No te compliques tanto la vida, Eddie. Cuando un individuo se la complica demasiado, es desdichado. Y cuando se es desdichado, la suerte se escapa.


Johnny: (Levantando los ojos y mirándola). Y no hay nada que arreglar. Además, aunque pudiera, yo no querría. Y a ti, ¿qué te sucede? (vuelve a comer).

Joyce: ¿A mí? Soy huérfana. Tengo siete hermanos…

Johnny: ¿Sólo siete?

Joyce: Todos tocan el violín.

(Johnny no sonríe).

Joyce: Pero no simultáneamente.


Johnny se vuelve.

Johnny: Es una despedida. (Pausa). Y no me gusta despedirme.

Joyce: No tiene por qué hacerlo.

Johnny no responde. Se limita a mirarla.

Joyce: Pero ha sido hermoso conocerme, ¿no? Y ahora todo ha terminado. Es como si nunca me hubiese visto.

Johnny: Todos los hombres la hemos visto en alguna parte…El problema consiste en dar con usted.

Joyce le mira sin pronunciar palabra.

Johnny: Sólo que yo no la he encontrado a tiempo.