En tediosa competencia con “Graffiti” estaba el “Café Colón”, en la calle Manuel Candela de Valencia. Era el segundo lugar más aburrido del mundo, pero únicamente porque llegó después. Mismas características, mismos síntomas, mismos efectos. Cuando me preguntan si alguna vez estuve en coma, la respuesta oficial es no, pero la real difiere, si sumamos los ratos, cortos en el reloj, infinitos en el tiempo, pasados allí.
En el libro “El signo de los cuatro”, de Arthur Conan Doyle, puede leerse lo siguiente:
Fue la nuestra una comida alegre. Holmes, cuando quería, era un excelente conversador, y aquella noche quiso serlo. Parecía encontrarse en un estado de exaltación nerviosa. Nunca lo he visto tan brillante. Habló sobre una rápida sucesión de temas: sobre las comedias de milagros, sobre vajilla medieval, sobre violines Stradivarius, sobre el budismo en Ceilán y sobre los barcos de guerra del porvenir.
Sobremesa en el 221 B de Baker Street, en Londres. De repente, “Graffiti” me pareció el sambódromo de Río de Janeiro en Carnaval, y el “Café Colón”, la Tomatina. El lugar más aburrido del mundo cambia de ubicación. Al llegar al budismo en Ceilán, el coma ya sería profundo e irreversible. Y con los barcos de guerra del porvenir, la extremaunción.
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