Coincidimos Kyezitri y yo de boda la pasada Semana Santa. Empezamos hablando de libros, de lecturas, de hijos, de canciones cuartofinalistas. Nos pasamos al deporte. Nos centramos en la actualidad, en las clásicas de primavera, en Van der Poel y en Pogacar. Abandonamos rápido el presente y nos fuimos al pasado, a los mitos, a los recuerdos. Fútbol. Brasil del 82. Milán de Sacchi. La Romareda, el lugar, según él, donde más tiempo pasa desde que el balón cruza la línea de meta hasta que toca la red. La Romareda, donde un diez de abril de mil novecientos noventa y seis marcó Milinko Pantic un gol de cabeza que todavía estoy gritando. Confesó que su jugador es Van Basten. Y que le plantea a sus hijos dilemas (junto a Yoli) tales como Beckenbauer o Baresi, Maldini o Roberto Carlos, Iniesta o Zidane. Balonmano. El Atlético de Madrid que jugó la final de la Copa de Europa contra la Metaloplástika después de eliminar en semifinales al Dukla de Praga. Él tuvo la suerte de estudiar la carrera en Ciudad Real cuando el Balonmano Ciudad Real ganaba Ligas y Copas de Europa. No sólo es que viera aquellos partidos en el pabellón. Es que se cruzaba por la calle con los jugadores. Y me contó que, una de las Copas de Europa que ganó, tras una remontada heroica ante el Kiel alemán, le pilló en Barcelona, y allí él, en la Rambla de Canaletas, con la camiseta de Jonas Källman, dando saltos (aquí contaré una anécdota personal. El Atlético de Madrid estaba en segunda división. Jugábamos contra el Nastic de Tarragona en casa. Si ganábamos, ascendíamos. Estábamos en Barcelona. Me llevé la bufanda para celebrar el ascenso en la Rambla de Canaletas. El Nastic empató en el último minuto. A la bufanda no le dio el aire. El Atleti tiene estas cosas). Llevé la conversación al atletismo y recordamos la final de longitud de Tokio 91, con Powell y Lewis. Y terminamos en el ciclismo. Su terreno. Él es ciclista. Yo sólo soy un globero veraniego (aquí ahora alguno dirá lo de que las bicicletas son para el verano y yo le prohibiré utilizar esa frase hasta que me haga un resumen de la obra de teatro de Fernán Gómez), pero un globero con muchas horas delante del televisor viendo etapas, que no durmió cuando Roche le levantó el Tour a Perico, que ha visto pasar por delante de él a Marino y a Induráin charlando a cola de pelotón en la clásica Luis Puig, que se ha colado en la Vuelta a la Comunitat y ha estado al lado de Olano con el maillot arco iris, o viendo cómo le curaban las heridas a Ugriumov o detrás del equipo ONCE, con Chozas y Jalabert al frente, antes de subir al podio. Un aficionado que confiesa su pecado de no haber descubierto las Clásicas y los Monumentos hasta ahora, cegado por Vuelta, Giro y Tour (y Mundial). Hubo un amago de discusión. Él defendió al ciclismo como el gran refugio de la épica y de la leyenda. Saqué la bandera del atletismo. Aunque es cierto que un cross o cualquier prueba de pista o en ruta no dura lo que una etapa, lo que una Clásica, lo que un Mundial. Enterramos el hacha de guerra para hablar del Tour. Y del Giro. Y de la montaña del Giro: Stelvio, Gavia, Mortirolo…Entonces me dijo, te voy a dejar un libro. Te garantizo que te va a gustar. Que te va a emocionar. Que te va a hacer llorar.
El libro se titula "Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey" y su autor es un donostiarra llamado Ander Izagirre, nacido en 1976 y a quien, como se lee en la solapa, el gol de Zamora lanzó por los aires cuando tenía cinco años (cuento ahora otra anécdota. Jesús Mari Zamora suele ponerse, durante la Behobia San Sebastián, casi en la cima del Alto de Mirakruz, cerca de Arzak. Una vez lo vi. No me suelo fijar, porque, a esas alturas (kilómetro quince), suelo tener la cabeza en otro sitio y a mí su gol no me lanzó por los aires. No ocurre lo mismo con Jose, devoto tanto de la Behobia como de la amistad como de la Real Sociedad (como de la cena del viernes en la sidrería). Él siempre sube Mirakruz buscándolo. Y se para a saludarlo. Y se hace fotos con él. Porque a Jose aquel gol también lo lanzó por los aires y todavía sigue flotando). El libro cuenta la historia del Giro de Italia desde su nacimiento hasta 2018, el año en que lo ganó Froome. Hablar del Giro es hablar de los italianos y su amor por el ciclismo desde el principio: Milán Sanremo, Giro de Lombardía, Tirreno Adriático. Hablar del Giro es hablar de los italianos y su sentido de la ética: trampas, engaños, clavos, chinchetas, puertos que desaparecen del recorrido, envenenamientos del rival, datos de la tasa de hematocrito falseados (Pantani) para que la Camorra gane con las apuestas, ciclistas (italianos) que suben a empujones, ciclistas (no italianos) a los que escupen, insultan, agarran de los maillots, a los que ponen un helicóptero delante para que el aire los frene. Es hablar de ciclismo, un deporte que se encontró con enemigos tan poderosos en su origen como el Vaticano (“el velocipedismo (qué hermosa palabra) es la anarquía aplicada a la locomoción, un intento de negar las leyes físicas y las del transporte” (según el autor, "cuesta encontrar una definición más bella y apetecible del ciclismo")) o Mussolini, “a quien seducía la modernísima velocidad del automovilismo, la aviación y el esquí, el porte viril de boxeadores y nadadores, la fuerza del fútbol para adoctrinar a las masas y que despreciaba a los ciclistas como figuras tristes, escuálidas y lentas, indignas del hombre nuevo fascista”. Es hablar de sus puertos, de los Dolomitas, de las Tres Cimas de Lavaredo, del Gavia, del Stelvio, del Mortirolo, subidos, en plena primavera, en condiciones muchas veces infames, entre la nieve, azotados por el viento, el granizo, el frío. Es hablar del lado sucio del ciclismo, del consumo masivo de anfetaminas, de los años tremendos de la EPO, de las autotransfusiones, de los doctores Corconi y Ferrari. Es hablar, sobre todo, de ciclistas, de Girardino, de Binda, de la fabulosa rivalidad entre Bartali y Coppi (y conocer a estos dos personajes y sus propias historias), con Fiorenzo Magni, el tercer hombre; de Charly Gaul y sus ojos extraviados; de Anquetil (como Fignon), jurando no volver nunca al Giro, pero volviendo (aquí abro otro paréntesis (uno más) para poner un enlace sobre la vida personal de Anquetil. Si lo contase, nadie me creería); de Eddy Merckx, el que siempre quería, (casi) siempre podía y que se retiró a los treinta años sin un milinewton de fuerza en su cuerpo (y que tiene una cuesta llegando a la aldea del Secarral, justo antes de bajar a la Nava viniendo desde Villalgordo. Allí, siendo nosotros niños, nos llevaron mis padres y mi tío Pepe para ver pasar la Vuelta. Por aquel sitio pasó Eddy Merckx en cabeza tirando del pelotón. Yo no recuerdo verlo, pero mis padres siempre dijeron que sí. Y aquella cuesta fue bautizada en nuestra casa con su nombre); de la rivalidad ridícula entre Saronni y Moser; de “nuestros” (porque, en el deporte individual, todos pueden ser nuestros, hayan nacido donde hayan nacido) José Manuel Fuente, Marino Lejarreta y Miguel Induráin; de Marco Pantani y, como dice el autor, su portentosa ascensión a los infiernos (el título de esta entrada está sacado del texto que dejó escrito); de Vicenzo Nibali o el reencuentro del ciclismo con la pureza. Es hablar de una carrera en la que puede pasar cualquier cosa, donde, por mucho control que exista, muchos súper equipos, mucha parametrización del esfuerzo en watios, ratios, valores y demás, la poesía, lo imposible todavía es posible. Pero, sobre todo, es hablar de algo intangible. De algo que supera a la historia, a los datos, a las personas, a los hechos. De algo que excede a la realidad y sólo puede tener sentido en el sentimiento, que sólo se percibe con el alma.
Kyezitri acertó. Este libro me ha gustado. Este libro me ha emocionado. Este libro me ha hecho llorar (¿quién no podría llorar con las palabras de Chaves después de que Nibali le hubiese ganado el Giro? ¿Quién no podría llorar con las palabras de agradecimiento después de aquella etapa de Nibali a su equipo, especialmente a Scarponi, para quien pide una estatua por su trabajo y su comportamiento para después leer –A Scarponi le levantaron estatuas en varios lugares de Italia al año siguiente, cuando una furgoneta lo mató mientras entrenaba cerca de su casa. Dejó viuda y dos hijos pequeños- Quién?). Este libro me ha hecho reafirmarme y enorgullecerme de ser miembro numerario (como Kyezitri) de la secta llamada “Yo también pienso que “El hombre que mató a Liberty Valance” es una obra maestra”, creyendo con devoción en su primer mandamiento. Y alegrarme de haber descubierto con este libro en Ander Izagirre a uno de los sacerdotes de la misma.
2 comentarios:
"Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda". Cómo olvidar la frase del director Scott.
Ese libro era una apuesta segura, tenía poco mérito acertar con la recomendación. Ahora te toca el del Tour, "Plomo en los bolsillos", que también te va a emocionar pero te va a saber a poco.
Y estoy buscando canción semifinalista.
Pues me lo leeré, me emocionaré y te lo agradeceré. Y para que no me sepa a poco, trataré de no compararlo. Lo cual es difícil. Nos va la competición. Y después de un libro finalista, uno cuartofinalista nos obliga a utilizar las frases hechas de consuelo, pero sigue siendo una buena posición. Porque tus recomendaciones literarias (sí, estoy pensando en Ishiguro y en Bolaño ("2666")) si no hacen podio, consiguen plaza de finalista y diploma olímpico.
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