Hace poco regresé a María Dolores Pradera. No tuve una regresión después de ver la historia que comenté donde cantaban “Amarraditos” y “Caballo de paso”. Regresé, si es que alguna vez me fui. Y regresé a la María Dolores Pradera que siempre me gustó, a la que cantaba sin más acompañamiento que las dos guitarras de Los Gemelos. He escuchado canciones. He visto vídeos. Sin parar, por supuesto. Nunca tuve la oportunidad de verlos en directo. Por una parte, lo lamento. Por la otra casi lo agradezco, puesto que me hubieran expulsado de la sala ya que no habría sido capaz de dejar de cantar ni un momento, y me habría convertido en una molestia.
Llegué a María Dolores Pradera siendo muy niño. Mis padres tenían una cinta (casete. Qué bien suena casete) titulada “Folclore hispanoamericano” (qué buena era) donde venían tres canciones interpretadas por ella (por ellos): “Amarraditos” y luego otras dos de Chabuca Granda (otro paréntesis. Una de las últimas (o la última) novelas que escribió Mario Vargas Llosa es “Le dedico mi silencio” y la trama tiene como trasfondo la música popular peruana, donde Chabuca Granda es uno de sus puntales. Podríamos decir que es un Vargas Llosa menor, pero un Vargas Llosa menor es el Aconcagua), “Fina estampa” y “La flor de la canela”.
La letra de “La flor de la canela” es poesía pura. Es de una belleza casi infinita (según mi opinión, que es la buena). No es una canción que se cante. Ni que se escuche. Más bien se saborea. Se paladea. Entra por los poros. Por todos los sentidos. Y la frase –alfombra de nuevo el puente y engalana la alameda, que el río acompañará su paso por la vereda- me desarma. Que el río acompañe a La flor de la canela siempre me pareció algo muy bonito. Que un río te acompañe. Que nos acompañe.
En mi regreso a María Dolores Pradera he escuchado “La flor de la canela” una cuantas veces. Y he descubierto que estaba equivocado. Porque el río no acompaña su paso. La letra dice exactamente -que el río acompasará su paso por la vereda. Y aquí sonreí. Y lo hice dos veces. Porque que sea el río y su cadencia la que marque el paso de La flor de la canela me pareció muy hermoso. Pero también puede interpretarse con que es el río quien acompasa su corriente al paso de La flor de la canela. Y esto es más bonito. Mucho más. Por la vereda que se estremece al ritmo de sus caderas, llevando el compás del río. Con sus jazmines en el pelo. Con sus rosas en la cara.
2 comentarios:
Cuánta lisura derramas en este texto, limeño.
Déjame que te cuente, limeño (de la terreta), ay, deja que te diga, moreno (¿moreno?), mi pensamiento.
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