Seguía después con un segundo párrafo en el cual recordaba un juego que teníamos el grupo de amigos del colegio (y que mutó al grupo del futbolín), y que consistía en preguntar ¿qué preferirías? En aquel juego eran mucho más importantes las preguntas que las respuestas. En realidad, nos daban igual las respuestas. Porque no se trataba de saber si carne o pescado, dulce o salado o mar o montaña. Las preguntas tenían que estar trabajadas. Había que pensarlas bien. ¿Ejemplos? ¿Qué preferirías? ¿Salir en la portada del ABC Cultural o en la del SuperPop? ¿Ver a Joan Crawford haciendo el gesto con los dedos de “entre comillas” o escuchar a Clint Eastwood decir -no me da la vida? ¿Tropezar y caerte en el último obstáculo cuando vas destacado en la final olímpica de ciento diez metros vallas o estar en un local donde está sonando a todo meter “Sultans of Swing”, de Dire Straits, rodeado por más de cien tíos (con una cinta de hacer aerobic en sus cabezas) que están tocando sus guitarras imaginarias?
Terminaba con un tercer párrafo en el cual le contaba a Sanfélix mi revelación escuchando por la radio aquellos fragmentos del concierto de Elvis. Poco después me entraba un mensaje: ¿Qué preferirías? ¿Ver a Elvis en el Madison en el setenta y dos o presenciar en directo las quince primeras ediciones del Festival de San Remo? Y ahí empezó una de nuestras batallas pretenciosas, que tanto nos gustan. ¿Y por qué no ir a ver a Herb Alpert y a Sergio Mendes y Brasil-66 en cualquier boite con sillones de skay de finales de los sesenta? ¿Y estar en el café-concert La Fusa de Buenos Aires en julio de mil novecientos setenta viendo a Vinicius de Moraes, Toquinho y María Creuza? ¿Y tomarnos unos combinados cualquier atardecer de finales de los cincuenta en el Shell Bar de Honolulu mientras tocan Martin Denny y su combo? ¿Y pasarnos a ver actuar a The Rat Pack a principios de los sesenta en Las Vegas? ¿Y acercarnos al Hot Club de París a escuchar a Django Reinhardt y a Stephane Grappelli a mitad de los años treinta? La discusión acabó en uno de nuestros paraísos comunes: Beatles, “Álbum blanco”, George Harrison. Y allí nos quedamos. No era mal sitio.
En 1968 Elvis Presley llevaba siete años sin actuar en directo. Su mánager, el coronel Parker, tras su retorno del ejército, había dirigido su carrera hacia el cine. Dos o tres películas al año. Ninguna para recordar, pero todas funcionando muy bien comercialmente. No se había desligado de la música, grabando las bandas sonoras y discos de música góspel. Seguía siendo una estrella, pero ya no era quien marcaba el camino. Las bandas británicas lo habían desbancado. Tenía treinta y tres años y era una vieja gloria.
La recaudación de las películas comenzaba a estancarse, y el coronel Parker pensó, para no perder vigencia, en que Elvis grabara un especial navideño televisivo y negoció entonces con la cadena NBC. La idea de Parker era que fuera un programa de villancicos. El productor (Bones Howe) y el director (y psicólogo a tiempo parcial Steve Binder) del mismo propusieron darle un giro a esa propuesta. No sería un especial navideño. Sería algo más. Porque, según el productor y el director, Elvis era algo más. A Elvis le entusiasmó la idea. Y Parker, por una vez, dio su brazo a torcer.
Se planificó un programa en tres partes. Una primera, con coreografías. Una segunda, en acústico (¿De dónde sacó la MTV la idea del “Unplugged”?). Y una tercera, con Elvis sólo en el escenario.
Se grabaron cuatro horas de actuaciones, que terminaron convirtiéndose en una. La grabación no fue fácil. Elvis se sentía inseguro. Tenía miedo. Miedo a no estar a la altura. Miedo al fracaso. Miedo a que fuera el último acto. El final.
No lo fue. Todo lo contrario. No sólo el éxito de audiencia. Es lo que supuso (aquel programa pasó a la historia con nombre propio: '68 Comeback Special). Particularmente memorable (en mi opinión) es la parte acústica, sentados en círculo Elvis y sus músicos, los mismos que estaban con él al principio, en las grabaciones de la RCA: Scottie Moore, DJ Fontana. Un Elvis pletórico, vestido de cuero de arriba abajo, confiado, seguro, cómodo, feliz, derrochando talento, derrochando carisma, derrochando magnetismo, derrochando personalidad. Ni rastro de sus inseguridades (la labor psicológica de Steve Binder funcionó).
El programa se cerró con una canción que se estrenó aquel día, escrita a la sombra de los discursos de Martin Luther King, tras su muerte y la de Robert Kennedy. La canción es “If i can dream”. Al terminar la misma se le escucha decir -Thank you. Goodnight. Pero realmente no estaba diciendo eso. Porque aquel día Elvis no hizo un especial para la televisión. Efectivamente, fue algo más. Y lo que realmente estaba diciendo era: señores Lennon, McCartney, Jagger, Richards, Davies, pueden postrarse ante el Rey. Porque yo soy el Rey.
A partir de ese momento vinieron los conciertos en Las Vegas. Su degradación como persona. Su muerte en vida, como dicen algunos. Pero ese día, con ese programa, Elvis, en su trono, estuvo sentado de nuevo en la cima del mundo.
Así que, mi muy querido Sanfélix, siguiendo con la batalla, ¿no preferirías estar un día de las navidades de 1968 sentado delante del televisor en cualquier lugar de los Estados Unidos (Tupelo o Memphis incluidos), viendo en la NBC cómo, estando la pantalla en negro, suena la introducción de “Trouble” y aparece Elvis con una guitarra eléctrica vestido de negro con un pañuelo rojo al cuello?
P.D. Toda la historia del especial navideño de Elvis la escuché en un podcast llamado ”Sofá Sonoro. Elvis y el regreso más arrollador de la música” (en Spotify se puede encontrar). Fue Sanfélix quien me lo recomendó. Quién si no.
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