lunes, 28 de junio de 2010

¿Qué amigos tiene Díez-Salazar?

El pasado sábado veintiséis de junio en la ciudad de Sevilla se celebraron tres eventos: la Marcha del Orgullo Gay, el concierto de unos muchachitos australianos bastante talluditos y muy noblesitos ellos y el Día Mundial del Canalillo en su variante “hasta el esternón”. Fui para allá al reclamo de uno de los actos y terminé siendo espectador de los otros dos. Es de reseñar que la Marcha del Orgullo Gay se simultaneó con la Marcha del Orgullo Antropófago pues, al cruzarnos los cinco que íbamos con la misma, y tras hacernos unas cuantas fotos, una de las participantes, de sexo tal vez femenino y de profesión sus camiones se dirigió a A. con la cándida frase –te voy a comer lo que ni sabes que tienes.

Alguna vez conté que, para mí, en España hay dos tipos de ciudades: donde ponen pincho con las cañas y donde no. En Sevilla no ponen pincho. Ni siquiera hay ambiente de cañas, y eso que llevaba referencias de un nativo. Decepción. No pasa nada. Nos hicimos fuertes en una bodega y terminamos haciéndonos íntimos de unos almerienses que también habían ido al concierto y a los que llegamos a perdonar, incluso, su condición de merengones. Que lo que ha unido la cerveza que no lo separe el fútbol.

Si alguno va por unas horas a Sevilla y, ante la falta de tiempo y las ganas de ver la ciudad, decide subir a un bus turístico y hacer la ruta, que sepa que hay infinitas formas mejores de tirar el dinero.

También si alguien va a Sevilla y tiene necesidad de coger un taxi, si al subir observa que el interior está decorado con infinidad de estampas de Cristos y de Vírgenes, que se baje inmediatamente pues correrá el riesgo de que sea el mismo tipo que se tiró un buen rato echando espuma por la boca criticando descarnadamente a ese fabuloso pelotero que es Fernando Torres para después dejarnos a veinte minutos andando de nuestro destino pues, según nos dijo, si nos llevaba hasta La Cartuja luego lo iba a tener muy mal para salir.

De todas formas y con lo poco que vi creo que volveré a Sevilla. Me gustó. Además, y dada mi fascinación por los nombres de las calles, una ciudad que tiene una avenida con el nombre de Kansas City tiene que merecer la pena. Y si esa avenida está presidida por el monumento escultórico que se muestra en la foto, vamos…vuelvo seguro.

Y es más, me quedé sin ver esos antros de lenocinio como son el Pizjuán y el Villamarín. Ya tengo excusa. Bueno, y sin excusas.

miércoles, 23 de junio de 2010

Canta la pradera

Bueno, pues ya está aquí el verano. Náuticos sin calcetines. Pantalón bermudas de pinzas. Es importante como complemento la funda del móvil alojada en el cinturón. Para la parte superior dos alternativas: polo de Lacoste de manga corta metido por dentro o camisa de manga larga por fuera remangada una o dos vueltas. Y, si refresca, el jerseicico por los hombros con las mangas sobre el pecho anudadas.

Mejor Karina. Mucho mejor.

viernes, 18 de junio de 2010

Esperanza

¿Habrá algo en el mundo que pueda dar más repelús que un grupo de niños de seis años cantando a coro la canción “Color esperanza”?

La respuesta es sí. Hay algo que da todavía más repelús y es ese mismo coro de niños cantando “No dudaría” (si alguien se hubiese molestado en escuchar la letra de esta canción es indudable que Antonio Flores debiera haber entrado de ipso facto en la cárcel y haber pasado allí toda su vida. No habría publicado más canciones. Eso que hubiéramos salido ganando todos).

Pero todavía podía ser peor. Los mismos niños cantando “Que canten los niños” de Perales. Y ya no sólo es que cantan. También se abrazan y se balancean al compás de la música.

Y ese niño colosal y brillante con alma de rapsoda que con elegancia y distinción declama de manera solemne y elevada unos versos (Son de abril las aguas mil. Sopla el viento achubascado) de Antonio Manchado (sic).

Y esos padres embobados, emocionados, con los ojos fijos en sus hijos, con gesto extasiado, sin parar de moverse, cámaras de fotos, cámaras de vídeo. Los hay más serenos. Los hay más risueños. Los hay más emotivos que no pueden parar de llorar.

Y para qué negar que Ana y yo éramos dos de esos padres.

P.D. Lo menos que puedo decir es muchísimas gracias, Esperanza, por estos tres años.

martes, 15 de junio de 2010

La misma piedra

En Inglaterra 66 apenas tenía cinco meses y la verdad es que no me acuerdo.

En Argentina 78 estaba en el secarral, en casa de mi abuela. 1-2 contra la Austria de Krankl y Prohaska. Después del partido salimos a la calle mi hermano y yo. Estábamos desolados. Cinco minutos después ya estábamos jugando al fútbol con los amigos.

En España 82, 1-1 contra la terrible Honduras de Gilberto. De milagro y a trampas. Fue en Mestalla. Yo estaba apenas a un kilómetro, en casa de mis padres.

También estaba en casa de mis padres en el 0-1 contra Brasil en Méjico 86. Golazo de Michel. Aquel día creo que podía haber matado a alguien.

El 0-0 contra Uruguay de Italia 90 lo volví a vivir donde los dos Mundiales anteriores. Rubén Sosa falló un penalti en un partido que fue tan triste como Luis Suárez y como lo fue aquel Mundial.

En Estados Unidos 94 fue un 2-2 contra Corea del Sur. Aquel partido lo vi en el secarral. Nos quedamos con diez por expulsión de Nadal. Salió Caminero y revolucionó el partido. Nos pusimos 2-0 y terminaron empatándonos.

En Francia 98, otra vez en casa de mis padres en Valencia. 2-3 contra Nigeria. Nos adelantamos dos veces (Raúl y el increíble milagro de ver a Hierro meter un gol de falta directa) pero Zubi y los que no son Zubi nos la volvieron a liar.

Japón-Corea 02. Primer partido contra la Eslovenia de Zahovic. 3-1. No lo vi. Estaba en la comunión de la hija de una prima de Ana. Sin comentarios. Cada cinco minutos llamaba a mi hermano. Ganamos. Por primera vez desde que la tierra realiza sus movimientos rototraslatorios alrededor del sol conmigo aquí ganamos el primer partido. Y me lo perdí. Igual era yo el cenizo.

Alemania 06, 4-0 contra la Ucrania de Shevshenko. Estaba en mi casa. Fue a mediodía. Después del partido tenía visita de obra y entré en la caseta sin llamar y cantando oé oé oé oé. Los demás me corearon.

Sudáfrica 10. Contra Suiza. Estaré trabajando. Utilizaré mis viejos walkman para oír el partido, los mismos que llevan en mi cubículo mil años y que sólo utilizo durante el Tour y la Vuelta. Una vez más estaré ahí, a pulmón, a pecho descubierto. Porque las cosas se hacen o no se hacen. Y porque este año sí. Este año sí. Aupa España. Vamos a ganar el Mundial.

jueves, 10 de junio de 2010

El pintor y la Modelo

No tengo ni idea de dónde estará Antonio Anglés pero creo conocer a alguien que lo sabe.

P. trabajaba como pintor en un taller de estructura emplazado en la comarca valenciana de la Horta Sud. La verdad es que el tío hacía lo que le daba la gana y entraba y salía cuando quería. No era mal profesional y, si había que cumplir, cumplía. Cuando se le reprochaba su informalidad respondía que él no necesitaba trabajar, que lo hacía para justificar unos ingresos pues él se ganaba la vida por otros medios y se la ganaba muy bien, así que no le aglomerasen mucho. ¿Cuáles eran los otros medios? No lo sé.

Estábamos almorzando un día y nos empezó a contar lo mal que estaba el negocio de la prostitución, no porque no fuese negocio sino porque era una mafia controlada por unos pocos y no se consentía a los advenedizos. De hecho él había montado un puticlub y tuvo que cerrarlo por las presiones de la competencia (no especificó qué tipo de presiones). Terminó recomendándonos que nunca intentásemos abrir locales de alterne pues escaparíamos mal. He de reconocer que le he hecho caso. De las cero empresas que he creado ninguna estuvo relacionada con la prostitución.

Hubo problemas de cobro en una obra. Más que problemas digamos que fue un enganchón serio en toda regla. Estábamos comentándolo y jurando en varios idiomas cuando se acercó y nos dijo –tengo amigos que os lo podrían resolver. Decidme qué queréis exactamente y yo os diré la tarifa.

Estando las vacaciones cercanas me comentó que tenía intención de hacer un viaje. -¿Y a dónde te vas? –A Medellín. -¿Medellín? Ten cuidado, aquello debe de ser muy peligroso. Se rió. –Con la gente que yo voy no creo que tenga problemas.

Mi mayor entretenimiento en las cenas laborales navideñas consistía en observar a P. Éste no paraba de levantarse y de ir al baño. A veces iba acompañado. Otras veces no. Era divertido averiguar quién iba a entrar una vez saliese él. Solía ser gente del taller. A veces algún montador. Incluso los camareros de donde estábamos cenando. ¿Qué hacían dentro? No lo sé. Lo que se hace normalmente dentro de un baño sospecho que no.

P. al final abandonó el taller. Tenía problemas de asma que se le fueron agravando y estar en contacto con la pintura no es lo mejor para un asmático. Al poco tiempo nos enteramos de que estaba en la cárcel. Lo habían detenido en Barajas. Algo trataba de pasar que no era muy legal. ¿Qué? No lo sé. Después nos enteramos de que el chivatazo a la policía lo había dado su propio hermano. ¿A cambio de qué? Tampoco lo sé. Qué familia. Como para pasar la Nochebuena con ellos. Seguro que siempre dejan una silla vacía en recuerdo de Anglés. O a lo mejor no está vacía.

domingo, 6 de junio de 2010

El Montgó y los estados de la mente


Lo que se ve en la foto es el Macizo del Montgó. Podríamos decir de él que es un parque natural. Podríamos hablar de su orografía, de su flora, de su fauna. Podríamos tratar incluso de su cultura. Mucho rato podríamos estar hablando sobre el Montgó. Pero el Montgó es principalmente una cosa, sólo una: el Montgó es la realidad.

En el puerto deportivo de Denia está amarrado un yate de dos pisos y veintiún metros de eslora, con cuatro camarotes y los lujos propios de quien puede permitirse tener y mantener un yate de veintiún metros de eslora. El yate tiene su capitán y su tripulación y un nombre de dos sílabas. La primera es to. La segunda es gay. En un yate con ese nombre nos metimos diecinueve tíos, corredores casi todos. El destino era Formentera.

Partimos de Denia. Hablaras con quien hablaras la conversación era siempre la misma: yo he nacido para ser millonario. Podría acostumbrarme a este tipo de vida perfectamente. Atiborrado a biodraminas me subí al puente y me dediqué a abrasar a preguntas al capitán, un tío encantador que no sé cómo no me tiró por la borda. A nuestra espalda el Montgó. La gente comenzó a esparcirse. Alguno se durmió. Algún otro sacó la cabeza por la borda y se dedicó a llamar a Raúl. Yo me notaba el cuerpo raro, pero aguantaba. El Montgó estaba más lejos. El Presi se había presentado con vino, jamón y queso y empezaron a sacar platos. Vi que tenía hambre. Muy malo no debía estar. El vino estaba bueno. Cosecha de no sé cuántos de la Ribera del Támesis verdadero ejemplo de ambrosía y pundonor. Muy rico. El queso estaba excelente. Obtenido de la leche de los mismísimos rebaños de Anubis criados en la meseta esteparia bajo estricta observancia de su preparador físico personal y curado por el doctor Barnard. Pues comeré más. Oye, este jamón está muy rico. Toma, como que es un Joselito. Y eso, ¿es bueno o es malo? ¿Que no sabes qué es un Joselito? Un ruiseñor canijo. ¿Y tú dices que has nacido para ser millonario? Bueno, pero es que a los millonarios del secarral conquense no se nos hace el culo gaseosa con estas cosas. Somos más de la panceta y el forro de cabeza. Qué pena. Qué pena. Vale, vale, pero acércame el plato que todavía queda.

El Montgó a nuestra espalda cada vez se veía más pequeño. Frente a nosotros comenzó a aparecer Ibiza, el peñón de Es Vedrá y, a la derecha, Formentera. Con el estómago lleno sentado en la cubierta notaba cómo la realidad se diluía y todo era ficción. No me molestaba ni en pellizcarme. Poco a poco fui tomando conciencia de que aquello no podía ser más que una ensoñación. El Montgó ni se veía. Ibiza a nuestra izquierda. La irrealidad. La percepción brumosa de las cosas. Ya ni le preguntaba al capitán. Que nadie me llame por mi nombre. No soy. No estoy.

Llegamos al puerto. Nos instalamos. Recorrimos la isla. Alrededor de la misma se podían ver los más maravillosos azules que haya visto nunca. Nos comimos un arroz con marisco impresionante en un restaurante de nombre poético y evocador (Tanga). En una mesa cercana había una morena italiana de esas que sólo existen en los discos duros de los ordenadores y que viven en los vídeos musicales. No existe en el castellano un adjetivo para poder calificar de manera justa a la beldad italiana. Paseo por las playas de Llevant y de Illetes. Tremenda puesta de sol en Cala Saona. Cena frente a una fiera rubia rizada de labios abrasivos y turgentes pechos hipnóticos ocultos tras un escote del tamaño del Gran Cañón del Colorado. Jorge, Mortirolo y yo cenamos sin hablar. Sólo nos mirábamos y nos reíamos. De hecho, para poder cenar, tuve que quitarme las gafas. Al amanecer intercambiamos saludos con los no corredores. Estos se iban a acostar. Nosotros, a desayunar. Buena carrera, con visita al podio. Nada extraordinario, quizá, pero que ahora, mientras lo escribo, se me aparece envuelto en neblina y no sé si son recuerdos o acaso imaginación, espejismos, delirios, sueños.

Tras la carrera decidimos comprar unos bocadillos y comérnoslos en el barco antes de volver. Salimos del puerto y nos emplazamos frente a la playa de Illetes. Cuando paramos me tiré al agua junto al Presi y Emilio Altos y Bajos. Estaba helada. Fue entrar y salir. El resto comía y se metía con nosotros. –Estáis locos. Reconozco que me bañé no porque me apeteciese sino únicamente para poder contar durante el resto de mi vida –fondeamos el yate frente a la playa y aproveché para refrescarme en aquellas cristalinas aguas. Un poco cursi pero es que los millonarios del secarral conquense somos cursis y avezados marineros.

El viaje de vuelta fue lo que fue. Estaba cansado. Dormité un rato. Me subí a la cubierta. El Montgó apareció a lo lejos. Lo miraba. Poco a poco volví a tener nombre. De repente era domingo por la tarde. El Montgó estaba más cerca. Ya no era millonario. Al día siguiente era lunes. Los millonarios no tienen lunes. Yo sí. Me sorprendí pensando en el trabajo. Llegamos a Denia. Bajamos del barco. Me despedí del capitán. Le di la mano. Hube de hacer un esfuerzo para no abrazarme a él. Me despedí del barco. Hasta siempre To gay. Hasta siempre. Hola Montgó. Sí, soy yo. Soy yo.

martes, 1 de junio de 2010

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Mis padres están ya rondando los setenta y cinco años. Se han hecho mayores y, la verdad, empiezan un tanto a chochear. Mi padre nunca dejará de intentar meterse y disponer en la vida de sus hijos y mi madre nunca dejará de tratar de organizar el tiempo de los demás ni de hacer cordilleras de minúsculos granos de arena pero, así como antes me enervaban constantemente, cada vez me cuesta más enfadarme con ellos. Cada vez me resultan más tiernos, más entrañables. Se han hecho mayores y, a lo mejor, yo también.

Lo que si tienen los dos es muy buena salud. Mi madre muy rara vez ha estado enferma. Mi padre de vez en cuando agarra algún constipado. Entonces se mete en la cama y ve la luz al final del túnel. Luego nos llama a todos y cada uno de sus hijos y nos hace partícipes de sus últimas voluntades. Se enfada mucho porque nos da la risa. Y luego se enfada muchísimo más si no llamamos cada cuarto de hora preocupándonos por el devenir de su desgracia. Si llamamos y coge el teléfono mi madre, se acerca y tose mucho y muy alto, para que veamos lo malísimo que está. Dos días después nos llama para tranquilizarnos. Está mejor. Ha vuelto a esquivar a la muerte. Esta vez ha pasado muy cerca. Quizá la próxima vez no lo consiga.

Teníamos boda un viernes en Valladolid de una de mis primas. El martes mi padre se despertó con la nariz taponada. Al instante se incorporó y se puso a jugar al ajedrez con la muerte. Después llamó a mi madre y con profunda gravedad le comunicó que, en el improbabilísimo caso de que estuviese vivo el viernes, no podría asistir a la boda pues no iba a estar recuperado.

-Mejor habla con tus hijos y te vas con ellos.
-No. Yo sin ti no voy. Sola no voy a ir. No voy a ir a una boda como si fuese viuda. Ya tendré tiempo para eso.
-¿Cómo que ya tendrás tiempo para eso?

La recuperación más fulminante en la historia de mi padre.