No me quería ir a casa. Eran las dos de la mañana. Habíamos salido los tres por el Cedro y, a las dos, se fueron. Y no tenía ganas de irme. Seguir solo de fiesta no dejaba de parecerme un poco patético (si tengo complejos ahora, con treinta y pocos…), pero es que no me apetecía. Y me fui a Velvet. Y me pedí una cerveza. Y, con mi cerveza, escuchaba la música (que desconocía, para variar) y miraba a la gente. Tenía a mi lado a un grupo de chicos y chicas muy bullanguero. Se me dirigieron dos de ellos en valenciano. Les contesté en su lengua. Me incorporaron a su grupo. Charlé con unos y con otros. Pasé un buen rato hasta que ya nos despedimos. Y todo lo que hablé aquella noche con ellos fue en valenciano. Todo. Aquella noche no fui churro.
Mucho se ha escrito sobre el efecto que el alcohol produce a la hora de hablar lenguas foráneas (y muy poco sobre lo que atrofia el oído, por cierto) y en aquel rato el teorema volvió a demostrarse (una vez más). Y, ¿fue sólo efecto del alcohol? Supongo que sí. No me ha vuelto a pasar. Pero es igual. Porque aquella noche no fui churro. No lo fui. Aquella noche fue...el meu moment.
2 comentarios:
Pentecostés está sobrevalorado como favorecedor del don de lenguas. Un par de cervezas, cacaus i olives i ho tens fet, nano.
Cervezas, cacaus, olivas y Velvet. En Velvet sólo pasaron cosas buenas.
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