sábado, 20 de agosto de 2022

Pepe

¿He dicho alguna vez que lo mejor de cualquier vivencia es la gente (buena) que te permite conocer? Con la mejor carrera del mundo no iba a ser distinto. Esta carrera me ha dado algún disgusto, preocupaciones, quebraderos de cabeza, bastante trabajo y grandes (enormes) satisfacciones pero, sobre todo, me ha permitido conocer, convivir y compartir trabajo y emociones con gente fenomenal, gente como Pepe.

Para que una carrera como la nuestra (la mejor del mundo) siga reuniendo a quinientos adultos y doscientos niños y que la gran mayoría se vayan contentos y quieran volver, no hay más secreto que un equipo motor entusiasta de cuatro (cinco) personas basado en la confianza, perfectamente engranado y en donde todos tenemos claro nuestro cometido, y un montón de gente colaborando (y algunas otras cosas, pero no me voy a extender). Y esa colaboración nace de la naturaleza de cada uno. No podemos dar nada a cambio salvo las gracias (y alguna botella de agua). Y no tenemos gracias suficientes para la gente que dedica parte de su tiempo y su esfuerzo para ayudar a que todo salga.

Pepe siempre sintió esta carrera como algo suyo. Bastante mayor que nosotros, él estaba para lo que hiciera falta. Cargar, colgar, mover, llevar, arrastrar. El primero. Sin esconderse. Y luego, correr la carrera. Porque para él correr esta carrera era uno de sus objetivos del año. Era mayor, sí. Pero el reto de terminarla le guiaba. Y no hacerla…inconcebible.

Pepe vivía en Valencia. O, mejor dicho, pasaba allí la mayor parte del año. Y éramos casi vecinos. Y si en la aldea nos veíamos, en la terreta nos seguíamos viendo. Por el río, por la calle…Y lo que empezó siendo cortesía y educación pasó rápido a ser afecto.

Dejamos de coincidir. No nos veíamos tan a menudo. Y llegó la noticia: cáncer. Y lo que es peor: avanzado. Cumples años y esta noticia no es nueva. Pero siempre es un golpe en el estómago. En el mentón. No te acostumbras nunca. Las minas explotan cerca. No dejan de explotar. Y cada vez son más.

Estaba en la esquina de Carolina Álvarez con Trafalgar esperando a que mi hijo saliese de entrenar. Alguien me tocó en el hombro. Me giré. Con una gorra. Demacrado. Sin pelo. Encogido. No lo reconocí. Pero era Pepe. No quiero pensar cuál fue mi primer gesto. El que él vio. Mi impresión fue enorme. Me recompuse. Me abracé a él. Empezamos a hablar. Hablamos mucho rato. Mucho. Lo que nos dijimos. Cómo nos lo dijimos, Cómo me habló él de su enfermedad. Cómo la afrontaba. Los pasos siguientes que tenía que dar. Vinieron a buscarle. Nos abrazamos. Se fue.

Esa conversación nos marcó a los dos. Siempre nos la recordábamos, lo que nos había supuesto. El afecto pasó a ser algo mucho más profundo. Volvimos a vernos con más frecuencia. El tratamiento comenzó a hacer efecto. Recuperó peso. Color. Ánimo. Vino al duatlón. Corrió la carrera. El otro día hablaba de lo que es ganar. Cuando Pepe cruzó la meta y alzó los brazos…no creo que hubiera nadie más feliz que él. Y pocas recompensas hay al esfuerzo de preparar esta carrera como ver su cara en aquel momento.

Un día me dijo que tenía un regalo para mí. Sacó una bolsa. Era una camiseta del equipo de atletismo “Valencia Terra i Mar”. De tirantes. Talla 2XL. Se la había dado su yerno. Me la puse. Parecía Milburn, Shorter, Prefontaine o Wottle en Munich 72. Me sobraba por todas partes. Agradecí el regalo. Yo soy muy mío con las camisetas. No me pongo cualquiera. Me las tengo que haber ganado. Aquella la guardé en un cajón en la aldea. Y allí se quedó.

Marzo de 2020. Nos encerraron en casa. Llegó el verano. Pregunté por él. Me dijeron que volvía a estar delicado. Nos cruzamos por la calle un día. Delgado. Apagado. Cansado. Sin brillo. Vi el desánimo en su cara. No quiso hablar apenas conmigo. Se fue rápido. Y traté de negarme lo que acababa de ver.

Noviembre de 2020. Me entró un mensaje de Nacho. Decía lo que no querría haber leído. Estábamos entonces incomunicados. No podíamos viajar de una provincia a otra. En el tanatorio aquella tarde estábamos los valencianos de la aldea. Y una corona de flores donde se leía “Tus amigos de Villaescusa” que lo decía todo. Yo miraba a la sala y miraba aquel texto y sólo podía pensar –Pepe, tal vez no lo parezca, pero aquí estamos todos. Pero todos. No podía ser menos por ti.

Este año se ha vuelto a celebrar la mejor carrera del mundo como la hicimos hasta 2019. En 2020 nos juntamos unos cuantos el día trece de agosto a las nueve de la tarde. Nos hicimos algunas fotos, que se publicaron, y nos dimos las dos vueltas al circuito. En 2021 fue algo más íntimo: Fernando y yo. Foto (que guardamos cada uno pero que no se publicó. Somos de naturaleza discreta ambos) y las dos vueltas. En 2022 hemos vuelto a salir después de contar diez a la inversa mientras sonaba “Thunderstruck”.

Y tanto en 2021 como en 2022, he corrido con una camiseta de tirantes del “Valencia Terra i Mar” de la talla 2XL.

Porque, mientras yo pueda, Pepe no va a dejar de correr esta carrera.

2 comentarios:

GARRATY dijo...

Se me ha metido algo en el ojo

El Impenitente dijo...

El hombre blandengue.