sábado, 5 de marzo de 2022

Dieciocho

Ana se quedó ingresada la noche interior. Su madre pasó aquella noche con ella. A la mañana siguiente, a las siete, se la llevaron a la sala donde le conectaron las oxitocinas. Ahí ya estaba yo con ella. Junto a su ginecóloga había decidido programar el parto. Y aquel era el día elegido para la inducción. La mañana fue larga. El proceso resultó ser lento. Ana no paraba de hablar sobre la gente de la aldea, primos, amigos y demás. Yo llevaba un libro (de relatos de Stevenson) y procuraba leer. Sobre las doce y media del mediodía sería cuando se la llevaron al paritorio. Yo fui detrás. Tenía intención de entrar pero luego me di cuenta de que no tuve otra opción. Me puse tras Ana. No sé qué compañía se puede hacer en ese momento pero, bueno, ahí estaba. Yo sólo observaba a la ginecóloga y al resto del personal que estaba dentro. Estaban de buen humor. Bromeaban. Y mientras estuvieran así, todo iba bien. Que no hubiera silencios. Que no se callasen. Habíamos cumplido con la tradición y habíamos dado las nueve vueltas a la catedral bajo el auspicio de la Virgen del Buen Parto y nada podía salir mal, pero el miedo es el miedo. Ana no estaba tan de buen humor. Sufría. Le animaban. Le daban instrucciones. Yo veía caer al suelo trozos que parecían casquería. –Joder con el milagro de la maternidad- pensaba. De repente, allí estaba. Morado. Arrugado. Retorcido. Gritaba. Era la una y media. Cortaron el cordón. Me vino a la mente un episodio de una serie llamada V, donde nacía un niño que luego resultó ser un lagarto. De la boca de aquel recién nacido no salió una lengua bífida. Menos mal. Lo lavaron. Lo vistieron. Lo pusieron sobre una cuna. Me dijeron que empujase aquella cuna hasta el ascensor y la llevase a la habitación. Dudo mucho que ningún torero al salir por la puerta grande de las Ventas o de la Maestranza (Puerta del Príncipe) tuviera la sonrisa que tenía yo cuando se abrió la puerta del paritorio y salí al pasillo. Subimos a la habitación. Al poco trajeron a Ana. Y aquel recién llegado nos dejó muy claro sin hablar que había llegado para quedarse, que pasaba a ser el centro de todo y que a partir de ese momento pensaríamos a través de él. Acatamos las reglas de manera natural y empezó nuestra nueva vida.

Hoy se cumplen dieciocho años de aquel día. Mayor de edad. Nuestro hijo es mayor de edad. Nos han pasado muchas cosas en todo este tiempo. Muchísimas. Pero algo no cambió. Ni cambiará. Las instrucciones fueron claras y precisas. Las cumplimos. Contigo y con tu hermana (para no cumplir con tu hermana. Cualquiera). Eres mayor de edad. Seguirán pasando cosas. Vendrán cambios. Más cambios. Y aquel niño en aquella cuna siempre estará. En ti. Con nosotros.

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