sábado, 6 de marzo de 2021

Descartes o breves o algo así

Escuché el otro día a una chica contar en la radio que había tenido un consultorio musical. La gente le llamaba contándole sus problemas y ella les recetaba canciones. Me gustó la idea.

Mi padre nunca ha podido estarse quieto. Especialmente en la casa familiar en la capital del Secarral, si no estaba pintando, estaba podando. O cavando. O arreglando cualquier cosa que se hubiese estropeado. Mi hermano y yo nunca tuvimos esas inquietudes (mis hermanas tampoco, aunque nunca se dieron por aludidas) pero, por vergüenza, siempre ejercimos de peones suyos y hemos pintado, podado, cavado, limpiado el patio o hemos visto pasar nuestra vida por delante subidos a una escalera de inestabilidad total tratando de arreglar cualquier cosa. Ha llegado la siguiente generación. Nuestros hijos. Los nietos. Mi padre los llama los pastores alemanes. Aparecen tumbados en cualquier sitio. Se desperezan. Se mueven con lentitud y sólo lo hacen para llegar hasta el frigorífico. Luego vuelven a su estado de letargo. Ni se inmutan cuando su abuelo está por ahí trajinando. Ni se conmueven cuando ven a sus padres con la sierra en lo alto de la escalera. Algo hemos hecho mal. No sé cómo será la siguiente generación. Igual se vuelve al principio. Me temo que no.

Nunca presté demasiada atención a Nick Cave and the Black Seeds. Vía sugerencia (a veces les perdono a Spotify y a YouTube su impertinencia) se han colado en mi vida dos melocotonazos que me tienen arrebatado: “There she goes, my beautiful world” y “Get ready for love”. Qué barbaridad. Qué coros. Qué guitarras. Qué actitud. Qué camisas blancas. He consultado al experto y tengo pendiente una lista que me ha preparado Sanfélix (soy hombre de obsesiones y aún no he podido salir de estas dos). Nick Cave va a entrar en el recetario.

El día que más odio de todo el año es aquel en el que tengo el reconocimiento médico de la empresa, y lo odio porque hay que ir en ayunas. Lo primero que hago al levantarme es desayunar. El no poder hacerlo me supera. Este lunes toca. Y ya llevo cabreado tres días.

Con todo este lío de las vacunas se está hablando mucho de los mayores y de los menores de cincuenta y cinco años. Dicen mayores y menores, y no mayor o igual o menor o igual. Así, los de cincuenta y cinco estamos en un limbo que me lleva a mal traer. Porque no es lo mismo ser el más viejo de los jóvenes que el más joven de los viejos. Y no sólo porque eso puede suponer que te vacunen pronto (luego buscaremos la equivalencia en meses de pronto) o a saber cuándo. Es por saber si estoy al final o al principio.

3 comentarios:

Entonoquedo dijo...

Sí, en efecto. corren tiempos de Pastores Alemanes.

Sierpe dijo...

Nick Cave entra en su vida a los 55 años. Algo hemos hecho mal

El Impenitente dijo...

Bueno, veamos el vaso medio lleno. A los cincuenta y cinco todavía me quedan muchas cosas por hacer. Entre ellas, Nick Cave. Me hace sentir vivo.

Celebro, Sierpe.