sábado, 20 de febrero de 2021

Crímenes y fechorías

Sigo sin poder tener demasiada conversación ya que no termino de entrar en el mundo de las series televisivas. Hice un amago. Vi “Crimen en seis escenas” y… bueno. Como a Woody Allen le perdono todo diré que tenía algún momento brillante. Luego me dejé arrastrar por la corriente y empecé a ver “Peaky blinders”. Qué ambientación. Qué decorados. Qué selección musical. Qué sintonía. Qué vestuario. Qué tía Polly. Iba viendo los episodios por orden. Ocho capítulos duré. La carcasa seguía siendo espectacular, pero estaba ahíto. Y no tuve necesidad de más.

La verdad es que no me veo con ganas de seguir una serie. Me gusta más sentarme y ver capítulos sueltos, que empiecen y terminen, que sean relativamente independientes. CSI, por ejemplo. Me da igual la temporada. Ves uno, te entretienes, y ya. Con matices, claro. En Nueva York hay un personaje, mulato él y con gafillas, que siempre está ísimo (concentradísimo, motivadísimo, atentísimo). Y, a ver, no. Que no. No es así. Nadie trabaja así. No cuela. No eres investigador. No me creo tu papel. Eres un capullo. Y me genera tensión. Y me paso el capítulo insultándolo. Me pasa lo mismo con una tía que sale en la franquicia de Miami, una que tiene apellido portugués y que, vamos, se ve a la legua que a duras penas hará la o con un canuto y suelta unas frases que por los cojones se te va a ocurrir a ti eso, monina. Y persigue a los malos pistola en mano con una actitud que seguro los tiene aterrorizados a todos. Pero aquí alterno los insultos a la muchacha ésta con los vítores, jaleos y aplausos a Horatio, a sus aforismos brillantes (mejorables de vez en cuando, Horatio. Te venero, pero podría venerarte más) y a sus posturitas. A Horatio sí que me lo creo. Como me creo Las Vegas. Seguro que es así (como Nueva York o Miami). No hay feos. No hay gordos. Pura realidad. Sobre Las Vegas sí que quería añadir algo ya que, en la publicidad, siempre sacan a Grissom o a Sam Malone (por los siglos de los siglos) como reclamo. Y quiero reivindicar el periodo de Ray Langston (Lawrence Fishburne), que, sí, era un poco intensito y torturado, pero le gustaba el blues de Chicago (que no sé cuál es, pero seguro que es respetable) y que, sobre todo, vivió un duelo con Nate Hashkell sólo comparable a los Ovett Coe o Borg McEnroe.

Además de CSI, también me gustan los episodios de “Mentes criminales”. Son de características similares a los otros, aunque estos últimos tienen más poder adictivo. Hay una cadena que los pone en tirereta, sin parar, y, como veas empezar el siguiente, ya sabes que te lo vas a acabar. Hay días que me siento y, cuando me levanto, llevo más de cien muertos. Y esto no es saludable.

“Mentes criminales” la supongo conocida. Son unos criminólogos del FBI que tienen el despacho en la sede central (Quantico. Qué bien suena), que disponen de avión privado y que se dedican a perseguir asesinos en serie. Hay que decir que Estados Unidos es un país muy grande con unos asesinos en serie muy bien organizados ya que cada vez actúan en una ciudad distinta y eso permite a nuestros protagonistas llevar su avión de aquí para allá (mientras una voz de fondo suelta una cita de Lao Tse o del Apocalipsis) sin necesidad de repetir ruta y así no caer en el aburrimiento y poder hacer siempre amigos nuevos. También he de decir que admiro cómo hacen la serie y que ésta resulte creíble. Porque un caso en Phoenix o en Pittsburg impone respeto. Luego te la imaginas hecha en España con los protagonistas cogiendo su avión para resolver casos en Lugo, Jaén o Albacete y…bueno. No sería lo mismo.

La estructura de los capítulos se suele repetir. Los protagonistas llegan a la ciudad, toman contacto con los casos (con la reticencia de la policía local por lo que consideran una intromisión en los capítulos impares, reticencia que, al final del episodio, se convierte en adhesión; con la total colaboración de la policía local en los capítulos pares), analizan cuatro cosas y, automáticamente, reúnen a las fuerzas del orden para dar el perfil del asesino. Hablando una vez cada uno, en perfecta secuencia, sin trabucarse, sin atropellarse, nuestros protagonistas dan muchos datos mientras la policía local toma nota. Este acto, muy efectista, es absolutamente inútil. Jamás, en todos los episodios que llevo vistos, la policía local resolvió el caso. Siempre, el cien por cien de las veces, el caso fue resuelto por nuestros muchachos del FBI. Si en vez de hablar del perfil del asesino recitasen letras de muñeiras con la policía local tomando nota, tal vez le escena perdiese vistosidad, pero sería igual de efectiva.

Los investigadores, a pesar de la dureza de su trabajo, no dimiten. No se van. Se quejan, pero no se van. Y, cuando un personaje desaparece, ya sabes que es porque pidió más dinero, porque se lio a puñetazos o algo así. En cada capítulo uno de los criminólogos es más protagonista. Y ahí descubrimos su naturaleza oculta, su alma torturada, sus cicatrices, su amargura, sus fantasmas, su pesar. Está claro que, cuando te hacen las entrevistas para ficharte como criminólogo, como te dé por reírte o por contar que tu infancia fue feliz no tienes nada que hacer. Ser listísimo es lo básico y apenas suma. Ser un amargado es lo que te garantiza el puesto.

Otra cosa que admiro sobremanera de los investigadores es su absoluto dominio de la geografía estadounidense. Cuando van como locos con sus coches (cochazos) y les indican una dirección por la radio o el teléfono, el que conduce, con residencia en Quantico, dice -eso está a dos manzanas. ¡Coño! ¡Tienen todos los callejeros de Estados Unidos en la cabeza! ¡Da igual que estén en Alaska o en Portland! ¡Saben dónde están todas y cada una de las calles y la numeración correspondiente! Acojonante. También me gusta que, en cada episodio, rinden homenaje a “Starsky y Hutch”. Nunca, cuando les dan una dirección, están yendo en el sentido correcto. Siempre van mal – ¡Agarraos! Giro de noventa a ciento ochenta grados, chirrían las ruedas y a correr. Doctorado, un punto. Amargura, punto y medio. Callejero en mente, un punto. Piloto de rallyes, un punto. Vamos acercándonos al perfil de criminólogo tipo.

Más cosas. El procedimiento dice que, cuando allanan una morada (qué bien escribo), las fuerzas del bien entran con los brazos estirados pistola en ristre y haciendo giros bruscos cubriendo todos los ángulos. Es espectacular y seguro que tiene un porqué. Lo que no entiendo es que si entran quince policías en una casa por la misma puerta (nuestros investigadores los últimos), los quince hagan lo mismo. Con que lo hagan los tres primeros sería suficiente. El resto, ¿para qué? También tengo que decir que este gesto es muy contagioso. Cuando me levanto del sofá con mis más de cien cadáveres a cuestas lo hago con los brazos juntos y estirados y haciendo giros bruscos cada puerta que atravieso. Es inevitable.

El final también es repetitivo. El malo tiene a su presa. No sabemos si los criminólogos llegarán a tiempo de salvarla (bueno, sí que lo sabemos. Siempre lo hacen). Entran (siguiendo el procedimiento). El malo coge a su víctima de rehén. A partir de aquí, hay tres opciones: muere el malo (cosido a balazos o suicidado), muere el malo y el rehén (sólo cuando el rehén tiene lazos afectivos con alguno de las protagonistas, para aumentar su amargura) o no muere ninguno. Luego avión de vuelta, es muy tarde, ¿te vas a casa?, me quedo un rato, tengo que hacer unas cosas, voz de fondo soltando una cita de Helen Keller o de Bertrand Russell y sal corriendo que, como empiece el siguiente episodio, vuelta a empezar.

4 comentarios:

GARRATY dijo...

Me permito recomendarle Band of brothers, The Newsroom o Friday night lights. Esta última es un poquito juvenil pero como trata tema deportivo puede gustarle.
Atentamente,

El Impenitente dijo...

Agradezco las recomendaciones y le quedo muy reconocido.

Entonoquedo dijo...

¿No has probado con ninguna serie española? Cuéntame, vigesimoprimera temporada. Aunque hay otras, deduzco

El Impenitente dijo...

Creo que sí que hay otras. Ana me dice que "Treinta monedas" está muy bien. Igual pruebo.