domingo, 8 de noviembre de 2020

Contigo en la distancia

Hoy tenía que haberse celebrado la Behobia San Sebastián. Éste era nuestro fin de semana anual donostiarra. Llegará el día de ajustar cuentas con el virus, lo que nos dio y lo que nos quitó. Y la congoja que tengo desde el viernes a mediodía y la nostalgia que siento por no estar donde tendríamos que estar (no sé si se puede usar la palabra nostalgia para reflejar lo no vivido, pero que me denuncien) hará que pase factura por esto.

La carrera llevaba tiempo suspendida. Pero dejaban correr en San Sebastián. No descarté respetar la tradición y mantuve este fin de semana marcado en rojo en el calendario. Laboralmente ya lo tenía organizado. Y la cosa empezó a ponerse fea. Y cerraron Aragón. Y Cataluña. Tenía que dar demasiado rodeo. Castilla La Mancha. Murcia. Todo cerrado. Luego ya llegó Ximo y su peluquín y tomó la heroica decisión de cerrar la Comunidad Valenciana. Ya no es que no pudiera entrar. Ahora tampoco podía salir. Y Jose desde Madrid no lo tenía mejor. Y Fer, en San Sebastián, tampoco nos auguraba un buen recibimiento por parte de la Ertzaintza. Tiramos la toalla. Quitamos el rojo del calendario.

Mi vida corredora actualmente es muy placentera. Mantenimiento físico y mental. Cinco días a la semana, unos sesenta kilómetros totales y a ritmos bastante llevaderos. Por supuesto que echo de menos a las carreras pero, hasta que vuelvan, tranquilidad. No me lesiono así que, a lo mejor, estoy prolongando mi vida corredora. Sólo una cosa me preocupa y es que me he acomodado y me veo incapaz de hacer calidad. Ni pizca de ganas de hacer series ni de sufrir. Confío en el poder de la mente y en que, cuando vuelva a tocar, dé un paso al frente, pero empiezo a no estar seguro, si alguna vez llega ese día, de que mi mente vaya a ser tan poderosa.

El jueves pasado tenía que haber salido a correr. Pero estuvo lloviendo todo el día. Bueno, no llovió. Debe de haber otros verbos para reflejar lo que pasó aquí el jueves pasado: jarrear, diluviar. Una barbaridad, vamos. Laboralmente el día también fue muy intenso. Así, había salido de mi casa a las seis y media de la mañana y, por el agua, llegué casi a las ocho de la tarde. En el grupo tentaron para salir a rodar pero mi cuerpo se refugió en el sofá. Estaba muerto. Ello me obligó a salir el viernes por la tarde. Y estuvo bien. Ayer sábado hubo una prueba de la copa del mundo del triatlón en Valencia. Y ese viernes salí por el puerto y me fui cruzando con tíos que se veía a la legua que eran de élite con camisetas de distintas nacionalidades y que iban en bicicleta o corriendo y charlando a ritmos en los cuales nosotros no llegaríamos a decir dos sílabas y que saludaban al pasar. Muy majos. Y ya el sábado nos dimos por la mañana nuestra habitual vuelta de dieciséis kilómetros por el estanque de Cabecera, subiendo bien y bajando mejor. Noté fatiga al final por la salida del viernes pero no demasiada. Ahora, después de ducharme, cuando me senté, pensé: como haya un incendio muero aquí sentado. Estaba cansado y con colmo.

Jose, Fer y yo tenemos en grupo que, normalmente, es muy tranquilo y que este fin de semana ha tenido bastante actividad. Charlábamos el sábado y, en éstas, Jose dijo que él pensaba hacer la Behobia. En Majadahonda o donde fuera, pero que iba a salir a hacer veinte kilómetros el domingo. Antes de que mi dolor de piernas pudiese decir nada, ya le había respondido. –Dime la hora. No vas a correr solo. Contigo en la distancia. Fer se comprometió a salir a aplaudir y a animar (su especialidad), y así quedamos.

A las once salía esta mañana de casa. Ni cansancio ni nada. A por los veinte kilómetros. El plan era sencillo: vas, corres diez kilómetros y ya no hay más narices que volver. He decidido ir hacia el sur. Me he acercado al puerto, he girado hacia la derecha, he cruzado por el puente de Astilleros, he bordeado Nazaret cerca del muro, me he incorporado al carril bici, he llegado a la playa de Pinedo, he seguido por el paseo hasta el Saler, media vuelta y ya directo hasta el Jamonero y, de ahí, a casa. Día primaveral. Miles de ciclistas por el carril bici (nada que protestar. Era yo el invasor). Millones de personas por la zona de la playa (nada que protestar. Estaban en su derecho). Todas las fuentes cerradas (no he bebido agua hasta el diecisiete. Aquí sí que he protestado. Será legal, pero protesto). Me lo he pasado fenomenal. Ni rastro de fatiga. El poder de la mente. Hoy tocaba honrar a la Behobia y acompañar en la distancia a Jose y lo he hecho como correspondía, yendo vivo y cómodo y volviendo apretando y disfrutando. No ha sido lo mismo porque nada puede ser lo mismo. Seguiremos ajustando cuentas cuando corresponda. Pero esta mañana me he sentido bien. Con congoja. Con nostalgia. Muy bien.

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