Uno, dos, uno, dos. El clásico. El eterno. En el último cuarto del siglo pasado (dicho así suena peor de lo que es. O no), ver pasar a alguien corriendo era la excepción y había que hacérselo notar. El uno, dos, uno, dos (herencia, me temo, de la instrucción en la mili) era lo habitual. Había otros que se esforzaban por ser originales, con escaso resultado -que te pillan. Que vas el último. Ya no los coges. Aunque, al menos, lo intentaban.
Años después, estando en París, salí temprano a correr y, de madrugada, me gritaron un, deux, un deux. En francés me sonó mejor. Me sentí internacional. Había ascendido un peldaño.
El padre de mi amigo Gabi trabajaba en La Casera y me consiguió dos camisetas de algodón con el logo de la marca. Eran escasas en aquel tiempo las carreras y extraño que en ellas dieran camisetas, así que aquellas eran de las pocas que tenía para correr. Hizo entonces una campaña publicitaria La Casera con el eslogan -corre para darte sed. El mensaje caló. Puedo dar fe. El uno, dos, uno, dos fue, durante una temporada, desbancado.
Más tarde empezó a imponerse el -corre, Forrest. Corre. Y aquí también logré la internacionalidad. Fue durante la Copa del América, cuando Valencia se llenó de angloparlantes. Run, Forrest. Run.
Es más reciente lo de -correr es de cobardes. Pero se aproxima, en cantidad, al uno, dos, uno, dos. Aquí solía responder con lo de -y de malos toreros. Y me quedaba con las ganas de pararme y explicarles el origen de dicha frase (la de los cobardes), yo, que hice la mili en Artillería.
Por mucho que me dijeran, nunca me acostumbré. Y lo llevé mal. No tuve ningún altercado, aunque, bastantes veces, respondí, y no siempre con ironía o sarcasmo. A degüello. Podría haber mirado hacia otro lado (también lo hice) pero me sentaba fatal que quisieran ridiculizarme o que intentasen ser graciosos (con resultados pésimos) a mi costa. Si aún me hubiera reído, pues vale. Pero eso jamás pasó.
Ahora corre todo el mundo. Corredores, algunos, y runners (ay), la mayoría. En Valencia los ves por todas partes. No llamamos la atención. Somos parte del paisaje. Y no llevo del todo bien ser uno más. Ser masa. Ser invisible. Y así, cuando me dijeron lo de -córrele, córrele- me emocioné. Les sonreí y a punto estuve de pararme y abrazarles. Me sentí especial. Y fue curioso. Cosas que antes odiaba y que, sin embargo ahora, descubro que echo de menos. Tenemos una categoría nueva. Nunca terminamos de conocernos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario