jueves, 24 de octubre de 2024

Dieciocho

Hoy cumple nuestra hija dieciocho años.

Es una fecha señalada. Un hito. Ya es mayor de edad.

También es un dato. Legal. Estadístico, si quieren.

Pero no real.

Porque ella (Ella) no cumple hoy dieciocho años.

Son los dieciocho años los que la cumplen a ella (Ella).

Porque son los dieciocho los que anhelaban que ella (Ella) llegara.

Son los dieciocho los que hoy tienen un brillo y un esplendor diferente.

Porque no ha sido mi hija la que ha llamado a la puerta de los dieciocho y ha pedido permiso para entrar.

Han sido los dieciocho años quienes la esperaban con la puerta abierta, con luces, fanfarrias y fuegos artificiales.

Y ella (Ella), con su madurez, con su clarividencia, con su aplomo, con su seguridad, ha cruzado el umbral.

Ella, con su criterio, con su capacidad para distinguir a los idiotas de los que no lo son (no sé si esto es una ventaja, hija mía), con su humor, con su rapidez mental, con su facilidad para argumentar, ha entrado en los dieciocho bajo palio.

Ella, con sus concesiones a la infancia, su Padington, su calendario de adviento. Con sus momentos de ingenuidad. De ternura. Con su competitividad. Con su gusto musical, todavía un tanto confuso pero direccionado ya hacia la brillantez, ha sido recibida por los dieciocho con todos los honores.

Ella, universitaria, capaz, íntegra, con su “método”, con sus referentes, con su sentido de la amistad, ha entrado en los dieciocho para darles esplendor.

Feliz cumpleaños, hija mía. Muchas felicidades. Ya sabes que somos tres en casa los que te queremos tanto como te admiramos como te tememos como te respetamos como te necesitamos como te celebramos.

Y felicidades también a los dieciocho años. Porque hoy es un día de fiesta para vosotros. Pero no un día de fiesta cualquiera. Hoy es también vuestro gran día.

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