sábado, 19 de octubre de 2024

Mendoza y Mendoza

Tuve una época en la que repetía con frecuencia que, si alguna vez tenía hijos, les pondría de nombre Mateo Garralda y Javier Miranda (como nombres compuestos). Mateo Garralda era un jugador de balonmano. Javier Miranda, no. No cumplí, pero sigo pensando que eran unos nombres fabulosos. El primero, por su sonoridad. El segundo, no sólo por eso.

Existen dos tipos de personas: los que odian a los profesores de sus años escolares que les obligaron a leer libros (libros que aborrecieron) y los que se sienten en deuda con ellos. Soy de los segundos, por varias razones. La principal de ellas, “La verdad sobre el caso Savolta”, de Eduardo Mendoza.

Me gusta releer el final de este libro. Y lo hago de vez en cuando. No sé si fue por la edad en que me lo leí, no sé si es por lo bueno que me pareció (y me parece), el caso es que se me quedó grabado. Y me marcó mucho. Esa forma de narrar me desbordó. Y la historia. Y la época. Y los personajes: Cortabanyes, Lepprince, Enric Savolta, Maria Rosa Savolta, Claudedeu, Domingo Pajarito de Soto, Nemesio Cabra, Max, el comisario Vázquez, María Coral y, sobre todo, Javier Miranda, un tipo de personaje que descubrí entonces y que fui encontrándome después con otros nombres y con el que nunca he sabido si simpaticé con él más que me identifiqué o las dos cosas por igual.

Con este libro descubrí a Eduardo Mendoza. Y no me quedé aquí. He leído la mayoría de sus libros (de hecho, tengo uno en la mesita). Pero, cuando hablo de él, y suelo hacerlo con entusiasmo, siempre cito cinco de sus seis primeros, que fueron los que más me gustaron, influyeron, impactaron y me dejaron más poso.

Y aquí suelo hacer dos grupos. En el primero estarían el citado Savolta y el titulado “La ciudad de los prodigios”. Dos novelas, en mi opinión, colosales. Fabulosamente narradas, muy trabajadas, con una gran labor de documentación pues la ciudad de Barcelona es una de las protagonistas en las dos historias, la Barcelona de unas épocas muy concretas. Dos novelas que se leen mientras se disfrutan y se admiran. Dos novelas de las que te dejas las últimas páginas por leer porque no quieres que se terminen nunca.

En el segundo grupo incluiría “El misterio de la cripta embrujada”, “El laberinto de las aceitunas” y “Sin noticias de Gurb”. Con estos tres libros he llegado a llorar de risa. Son historias disparatadas (el detective protagonista de las dos primeras debiera figurar como uno de los caracteres clásicos de la literatura española). No sé si clasificarlas como comedias o como entremeses o como divertimentos del autor. Porque parecen escritas por Eduardo Mendoza para pasar el rato. Y como este tío tiene un talento natural para contar las cosas y que te provoquen desde sorpresa pasando por la sonrisa hasta la carcajada, terminas estos libros después de haber pasado un rato fabuloso y los guardas con la sensación de haber leído historias menores.

¿Por qué distingo las novelas de Mendoza en dos grupos? Hace poco releí “Sin noticias de Gurb” (las novelas de Mendoza pueden releerse. No pierden nada, por muchos años que hayan pasado desde la primera vez) y me hice esta pregunta. Tal vez por separar drama y comedia. Tal vez porque valoramos más el trabajo, el esfuerzo y la seriedad y le damos un grado mayor. Una nota más alta. O porque pensamos (o pienso) que jamás sería capaz de escribir una novela como “La verdad sobre el caso Savolta” pero, “El laberinto de las aceitunas”, pues oye, si me pongo… Y releyendo Gurb, pensé –hay que ser muy bueno para escribir con esta facilidad, para que parezca sencillo algo tan brillante, para que dé la sensación de que todo esto se ha construido sin esfuerzo. Y cuando lo terminé, cuando vi que lo había disfrutado tanto como hacía treinta años o como disfruto leyendo la conversación del final de Savolta entre el comisario Vázquez y Javier Miranda, sentí que siempre fui injusto hablando de dos Mendozas y menospreciando a uno respecto del otro. Eduardo Mendoza sólo hay uno. Y es uno de los grandes.

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