sábado, 17 de febrero de 2024

De porqué amo (y perdonaré) a Giovanni Guareschi

Dentro del mundo laboral, los que se dedican al humo y a la nada son más cada vez. Y estarían bien si no molestasen a nadie. Pero, como todos los personajes innecesarios, tienen tendencia a darse importancia. Y consideran que su humo y su nada es imprescindible. Y así, me vi en una sala en una formación sobre autoconocimiento con más de diez personas tratando de responder a la pregunta -¿Cuál consideras que es tu mayor virtud y cuál tu mayor defecto (perdón, ahora se dice fortaleza y oportunidad de mejora) y en qué medida consideras que aportas a tu grupo de trabajo?

Era de los últimos en tener que responder. La leche. Y ahora, ¿qué digo? Cuando vi la solemnidad y la fatuidad que usaban los otros asistentes (algunos muy felices. El poder embriagador del humo y de la nada) decidí no complicarme la vida y tiré por el camino corto. Mi principal virtud (fortaleza) creo que es que soy muy emocional. Mi principal defecto (u oportunidad de mejora) creo que es que soy muy emocional. Y lo que aporto al grupo, creo, es que tengo voluntad de humanizarlo, siempre y cuando mis filias superen a mis fobias, claro. Si no, que le den.

En la estantería de la casa familiar de la capital del Secarral están “Don Camilo” y “La vuelta de don Camilo”, de Giovanni Guareschi. Son dos libros de relatos. En el primero, los protagonistas son don Camilo, el cura, y Pepón (Peppone), el alcalde comunista. Su relación. Sus trifulcas. Su amistad. El tono es humorístico. Irónico. Y está conseguido. Me lo pasé muy bien cuando me lo leí. Y es un libro que, de alguna manera, me sigue acompañando. Cuando estoy por allí, no es raro que lo abra y me lea alguna de las historias. Quizá no hayan envejecido bien, pero me siguen divirtiendo. Y además, desde que se lo dejamos a Gabi y nos lo devolvió no sin antes haberle derramado encima un frasco de colonia, pues es una lectura perfumada.

“La vuelta de Don Camilo” tiene otro tono. Don Camilo y Pepón pierden protagonismo. Y aparecen los relatos de la Tierra Baja. El humor y la ironía siguen. Pero aparece también la ternura. Y de qué manera. Hay cuentos preciosos. Muchos. La mayoría. Y tengo que decir que, por Navidad, lo que el “Cuento de Navidad” de Dickens es para otros, yo tengo “Conseja de Santa Lucía”, de este libro. Y nunca falla. Siempre me emociona. Y me temo que nunca dejará de hacerlo.

Recientemente me encontré con otro libro de Guareschi titulado “Vida en familia”. También de relatos. Guareschi convirtió en personajes a su mujer, a sus dos hijos, a su asistenta y a sí mismo y se dedicó a publicar historias sobre ellos en el periódico, historias que después recopiló en varios tomos. Me hizo mucha ilusión encontrar este libro porque eso suponía reencontrarme con Guareschi, después de tantos años. Y abrí el libro con avidez, pensando en el humor, en la ironía y en la ternura que me esperaban.

No he llegado ni a la mitad.

No es gracioso. No es tierno. Ha perdido toda la frescura. Se ha creído un personaje. Se ha empezado a tomar en serio.

Y vuelvo ahora al segundo párrafo, a lo de emocional y emocional.

Me enorgullece el tener cierta sensibilidad que me permite emocionarme y disfrutar con tantas cosas.

Lo malo es cuando esa sensibilidad se te vuelve en contra.

Porque lo normal es que, si un libro no te gusta, lo cierras, lo mandas a hacer puñetas, y pasas al siguiente.

Pero yo ahora tengo un disgusto de mil demonios.

Porque me siento incluso traicionado.

Guareschi era de mis intocables. Y ahora tiene un borrón. Por supuesto que se lo voy a perdonar y que esto no va a cambiar lo que, sobre todo “La vuelta de Don Camilo”, es para mí.

Pero tiene un borrón.

Y mandar un libro suyo a hacer puñetas no veas lo que me duele.

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