sábado, 24 de febrero de 2024

Varios

Volver a ver “Hannah y sus hermanas”, de Woody Allen, más de treinta años después y, a pesar de lo que pudo removernos, comprobar que el temor de descubrir que ya no era lo mismo era absurdo, que no ha perdido nada, que hay versos que siguen siendo conmovedores, canciones que nos siguen haciendo sonreír de felicidad. Y también, gracias a Ana, encontrarme no con la crónica que me hubiera gustado escribir sino con la que me hubiera gustado ser capaz de escribir. Y suscribirla, sin gafas de pasta, sin pipa y sin beber bourbon, casi palabra por palabra. Porque, qué película.

Volver a ponerme un dorsal dos meses y medio después del maratón. Plantarme en la salida habiendo hecho kilómetros, sí, pero con muy pocos de calidad, con la incertidumbre de cómo estaría y, sobre todo, con el miedo a que el ciático se manifestase y mira, un diez mil a cuatro quince y disfrutando. Sin miedo. Sin molestias. Sin dolor. Y terminando poderoso. Y con ganas de más. Empieza la temporada.

Ir a trabajar el pasado miércoles y que, en la radio, sin solución de continuidad, sonaran Joni Mitchell, los Crosby, Stills, Nash & Young, los Beatles y Neil Diamond. No voy a decir que fuera un gran miércoles, pero sí que me sentí invulnerable.

El otro día mi hijo me dijo que tenía intención de abandonar la natación. Como le escuche una vez a un gran prócer de la humanidad (Fernando Torres), cuando uno dice adiós es porque ya hace mucho que se fue. Y en este caso ha sido así. No me ha sorprendido. Para hacer deporte hay que tener ilusión. Con ilusión no existe el sacrificio. Sin ilusión…Sus prioridades son otras. Se cierra una etapa. Y pensaba que me iba a entristecer cuando esta puerta se cerrase, pero no ha sido así. Será porque llevo año y medio preparándome. Será porque la salida del anterior club, el de toda la vida, fue amarga y que los años pasados allí, especialmente los que estuve en la Junta (si tonto es el que hace tonterías, yo soy rematadamente tonto por muchas razones, y el aceptar entrar en la Junta del club destaca especialmente entre ellas) aún pesan y no me permiten disfrutar de todo lo que viví llevándolo y trayéndolo y en cada una de las competiciones. Con el tiempo supongo que lo bueno borrará a lo malo. O eso espero. Pero ahora no estoy triste porque se aleje de la piscina. Siento quizá más pena porque ya no tendré que ir a Benimamet. En este último año y medio iba allí a recogerlo. Y he pasado muchos ratos esperando. Y he paseado. He leído en la puerta del velódromo. En el “jardí del xalet de Panach”. He estado dentro del velódromo viendo entrenar a equipos ciclistas. He paseado por su cementerio, mirando las fotos y leyendo epitafios. He visto su árbol de Navidad hecho de ganchillo. No es la pedanía más bonita del mundo, pero al final la cogí cariño. Y también siento algo de pena porque me gustaban mucho nuestras conversaciones cuando volvíamos. Aunque esto espero que no lo perdamos nunca.

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