El segundo ejemplo tiene que ver con los primeros rascacielos que construyeron en Nueva York. Los ascensores que funcionaban en aquellos edificios no eran, se ve, tan veloces como sus usuarios deseaban, y las quejas por su lentitud comenzaron a acumularse. ¿Cómo resolvieron el problema? ¿Aumentaron la velocidad de los ascensores? No. Pusieron espejos. Las quejas se esfumaron. La vanidad mueve el mundo. Esperar, lo detiene.
En la plaza de San Agustín, en Valencia, hicieron obras de peatonalización y dos marquesinas de parada de autobús se quedaron dentro. Son paradas de una línea de autobuses que no pasa. O sí. Me mandó Sanfélix un relato que hablaba de un autobús que recorría los sitios que forman parte de nuestro pasado y cuya parada era ésa. Podría ser. A mí me ha dado por pensar otra cosa. Son lugares para esperar. Tú te sientas allí y esperas. ¿Qué? No lo sé. Sólo esperas. Porque no siempre esperar es irritante. No siempre es una pérdida de tiempo. No siempre. Al menos allí. Allí no lo es.
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