lunes, 10 de abril de 2023

Vendimiario en germinal

Me he puesto a pensar en los años en que fuimos a vendimiar. En el libro que estoy leyendo trataban sobre trabajos campestres y…vendimia (si el libro sigue así se avecinan entradas sobre la recogida de almendras y de aceituna). Podría guardar la entrada para septiembre, pero mi naturaleza obsesiva me ha hecho sentarme para dar forma a lo que me rondaba y que no podía esperar ni a septiembre ni a mañana. Así que, vendimiamos en abril.

Unos cuantos años (cuando unos cuantos tiende a seis) fuimos mi hermano y yo a vendimiar. Íbamos a Casas de Haro, con el abuelo de mis primos (que no era nuestro abuelo, aunque sí). Nueve o diez días estábamos. Los tres. Mi hermano y yo de espuerta. Juan, solo. ¿Quién cogía más uva? Nosotros. Por poco. Fueron días, años, inolvidables. Me duelen los riñones sólo de pensarlo. Pero recordar la vendimia, aquellas vendimias, me hace sonreír.

Dormíamos en casa de Juan. Él, en su habitación en la planta de abajo. Nosotros, en el piso de arriba. Bastante antes de que amaneciese (nos amanecía en el tractor, camino de la viña) ya lo oíamos cacharrear. Luego escuchábamos cómo subía las escaleras. Se acercaba a la puerta de nuestra habitación y decía –Vamos, chicos.

¿Es –vamos, chicos- una de las frases más terribles que existen? Sí. Porque ahora, mucha nostalgia de la vendimia, pero levantarte con todo el cuerpo dolorido y tener el día entero en la viña por delante…aún me dan escalofríos.

Parábamos a almorzar. Parábamos a comer. Pasamos frío. Pasamos calor. Nos hemos mojado. Pero, cuando ya atardecía, se escuchaba a Juan decir –me parece que el día está echado. 

¿Es –me parece que el día está echado- una de las frases más hermosas que nunca se han dicho? Sin duda.

Como escribí antes, mi hermano y yo íbamos de espuerta. Yo siempre he sido corredor (o un poco ingeniero) y llenaba el día de objetivos. Dónde teníamos que estar a tal hora, si íbamos con retraso, con adelanto, si había que modificar el plan, cuándo íbamos a cambiar de hilo, a qué hora moveríamos el tractor. Mi hermano me escuchaba con resignación y, de vez en cuando, sentenciaba –Car, detrás de una cepa siempre hay otra cepa.

¿Es –detrás de una cepa siempre hay otra cepa- una lección de filosofía que merecería figurar como leyenda en los sobres de azúcar? Con letras de oro.

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