domingo, 5 de marzo de 2023

Ribarroja

Ayer por la tarde me entretuve en contar cuántas medias maratones y carreras de veinte kilómetros había corrido en mi vida. Me salían ochenta y ocho. No es un dato exacto, ya que en algunas dudo cuántas veces he ido (Sagunto, Picanya-Paiporta, Ribarroja), pero, vamos, que estará entre ese número y noventa. No saqué porcentajes, pero la mayoría de ellas las corrí en la primera década de este siglo, cuando hacía (hacíamos) medias como si fuesen miles. Era la época de mejorar marcas, de recuperar bien, de un grupo animoso con muy buen ambiente en el que unos tiraban de otros.

Conforme fueron pasando los años, más que respeto, la media maratón me daba miedo. Tenía que mentalizarme para hacerla. Me dejaba tocado. Tardaba en recuperarme. El sufrimiento era alto. Dejaron de ser un objetivo para convertirse en parte de un plan; como largo para preparar los maratones. Es curioso, pero me sentía más cómodo preparando un maratón que una media. Son más kilómetros, pero menos agresivos. Miro de vez en cuando el plan de preparación de una media y me sorprende que llegara a hacerlo y tantas veces. De hecho, aunque quede mal decirlo, me admiro de lo que fui capaz de hacer. No sólo hablo de marcas. Hablo de entrenamientos. De series. Siempre me sorprende el poder de la voluntad. Pero aquello es como si lo hubiese hecho otra persona. Otro yo.

Ramón, después de diez años en el extranjero, ha vuelto a España. Y ha vuelto con ganas. Y nos está poniendo objetivos. Y como yo no tengo ninguna personalidad, siempre le digo que sí. Hablamos que, después de la Behobia San Sebatián, y antes de Navidad, teníamos que correr una media: Picanya Paiporta. Afortunadamente, le salió un viaje y no pudo hacerla. Y yo acabé tan cansado de la Behobia que no tenía ni pizca de ganas de ponerme un dorsal, así que ni me acerqué por Picanya. Seguí con mis sesenta kilómetros semanales, pero sin presión. Sumar. Rodar. Disfrutar. ¿Competir? No.

Pasa la Navidad y Ramón vuelve a la carga. Y propone la media de Ribarroja. Un clásico. Íbamos todos los años. ¿Por qué? Por el ambiente, por el nivel de los participantes, por la bolsa del corredor tan buena que daban y, principalmente, porque somos como las pelotas de frontón. Las carreras son lo duras que tú quieras hacerlas. Pero, en Ribarroja, aunque no quieras. El desnivel es grande. Corres ocho kilómetros por el pueblo subiendo y bajando. Luego tienes seis kilómetros relativamente llanos cerca del Turia. Y, cuando llegas al catorce, no piensas –me queda la mitad de lo que llevo- sino –comienza la cronoescalada. Y para arriba hasta una meta que no llega nunca. Cuando Ramón dijo Ribarroja, mi cuerpo, mi alma y mi cerebro gritaron -¡No! ¡Jamás! Pero mi boca dijo -sí. Lo dicho. No me queda personalidad.

Tras las San Silvestres del Secarral, corrí un par de carreras. Un diez mil multitudinario en Valencia con un dorsal prestado del último cajón, rodeado de gente de los que corren con móvil y que esperan que se dé la salida haciéndose selfies y escribiendo mensajes y subiendo lo que suban. No corrí mal aquel día, a pesar de salir tan atrás, y estando taponado en muchos ratos, haciendo un primer cinco mil a 4:30 y un segundo a 4:15. Me sentí bien, aparte de lo divertido que es correr todo el rato pasando gente, no de uno en uno sino de veinte en veinte. Acabé muy fuerte y muy entero. Y animado.

La segunda carrera fue otro diez mil, éste en Albal. Rodamos cinco kilómetros antes, nos metimos algo tarde, salimos un poco atrás pero, aún así, hice una carrera muy digna. 41:20. A 4:08. Mis marcas empiezan a recuperar cierto barniz. No son las que eran, pero, oye. No están mal.

Ribarroja. El objetivo era correr a 4:30, es decir, terminar en 1 hora y 35 minutos. Y si puedo bajar algo, pues a celebrarlo. El día es frío (y yo con el frío voy fenomenal) y sé que no estoy mal, pero el circuito me impone, la distancia me aterroriza y hace tanto que no corro una media (octubre de 2019) que no estoy seguro de que mi cuerpo recuerde cómo se regulaban veintiún kilómetros (y pico) y me da miedo dejarme llevar por las sensaciones. Así que, cabeza, disciplina y prudencia. Mucha prudencia.

Y una mierda. Suena el disparo y me pongo a correr. Y corro. Miro el reloj y veo que estoy yendo demasiado por debajo de mi objetivo. Y entonces dejo de mirar el reloj. Así de fácil. Porque estoy corriendo bien. Me estoy sintiendo bien. La parte del pueblo la disfruto. La parte cerca del Turia la disfruto. Y cuando llego al catorce, cuando empiezo a subir, cuando después de una cuesta siempre hay otra cuesta, mis piernas no se clavan, no dudan, sino que siguen. Y los kilómetros pasan. Y miro el reloj y veo que bajar de 1:35 es un objetivo nada ambicioso. Y, salvo que pinche, igual me llevo una alegría en meta. Y no pincho. Qué va. Voy a más. Y el último kilómetro se me hace eterno, pero…1:30:36. A 4:17 minutos del kilómetro. Para ser mi primera media maratón de esta década, pues me ha quedado apañada. Y con días como hoy (aunque las agujetas de mañana y pasado van a ser de puerta grande), igual pospongo el recuperar mi personalidad. Sine die.

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