miércoles, 2 de octubre de 2019

Sonrisas y (valle de) lágrimas


Hubo una época en que la verdad estaba en los sobres de azúcar. Igual es un tanto exagerado pero, bueno, podías encontrarte citas más o menos elevadas de personajes más o menos ilustres que te podían hacer reflexionar (más o menos). No fue muy largo aquel periodo, pero lo suficiente como para que me quedase el hábito de mirar siempre que me daban un sobre para ver qué me encuentro. Vino después otra época en la que era gente quien enviaba citas de su propia cosecha para que se las publicasen y aquello se convirtió en un despropósito de obviedades pretenciosas que, afortunadamente, tampoco duró mucho. Luego se volvió a la publicidad pura y dura y allí estaba yo, buscando sabiduría donde pretendían venderte café o recordarte el nombre del bar donde estabas.

Es reciente que escribí que el camino más corto hacia la felicidad es el de la misantropía. Y no sé si es mi naturaleza la que me va llevando por ese camino o es el mundo el que me obliga. Me resulta sorprendente la necesidad de motivación que existe. Y esta motivación no pasa por palmadas en la espalda o por un –bien hecho. Da la impresión de que se ha puesto de moda instaurar una felicidad en la que todos parece que estén drogados repitiendo frases bobaliconas de una melosidad insoportable con caritas sonrientes que me resultan de un papanatismo aberrante y es en esa atmósfera en la que tenemos que vivir sintiéndonos plenos y motivados. Este fenómeno lo observo desde fuera. Con vergüenza pero desde fuera, procurando que me salpique poco y poniendo sonrisa de circunstancias cuando me toca ser receptor de alguna de esas frases. Lo malo fue este viernes, el día de nuestro almuerzo reglamentario, cuando el café vino con el sobre de la foto. Y ahí me dolió. Mal que bien el territorio de los sobres de azúcar era sacrosanto. Parecerá una tontería (es una tontería) pero me sentí alienado. Y pensé que hay que poner freno a esto. No sé si hay que reivindicar el Concilio de Trento, volver al valle de lágrimas, electroshock, guantazos preventivos o tener a toda esta panda las veinticuatro horas del día leyendo a Paulo Coelho hasta que revienten. No sé cómo. Pero que hay que erradicar esta plaga, de eso estoy seguro. O bajarme del mundo ya de una vez y que les den por saco a todos.

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