viernes, 30 de agosto de 2019

Porque en agosto, por las noches, refresca

Le preguntamos a Juanjo si se apuntaba al día siguiente a hacer una ruta con la bicicleta. Nos contestó lo siguiente:

Te quiero hablar algo está para que con Susana del producto no se.

No vino.

Le compré a Kas su bicicleta. Una maravilla. He notado una mejoría brutal. Antes me quedaba siempre y me tenían que esperar. Ahora también me quedo, pero me esperan bastante menos, dónde va a parar. Pensaba que lo importante era dar pedales, pero va a ser verdad que la máquina también influye.

Medalla de plata en la competición de relevos de natación en la aldea. Muy meritoria. Nos ganó el equipo de Silvia (y de mi hijo). Tuve mi momento de gloria puesto que hice la primera posta y toqué el primero. El que se le saliese el hombro al que iba delante de mi fue una desgracia que lamento profundamente.

Tres libros me han acompañado estas vacaciones. Dos de Lucia Berlin (me cuesta un horror no poner las tildes): “Una noche en el paraíso” y “Manual para mujeres de la limpieza” y otro de William Faulker: “Intruso en el polvo”. Me he quedado con las ganas de encontrar todo lo bueno que me habían dicho de Berlin. Le he dado todas las oportunidades. Alguna vez apuntó algo, pero fueron chispazos. Y luego, pues Faulkner. No se debe comparar, pero…bueno. Hay más literatura en cualquier signo de puntuación que no pone Faulkner que en todo Lucia Berlin.

Nos preparó Paco un almuerzo en Guillén, almuerzo (espectacular) que cogimos con ganas después de dos horas y media de bicicleta (algunos). Estando con la boca llena pasó un coche. Paró. Bajaron la ventanilla. Asomó una cabeza. “Los hombres se demuestran comiendo. Trabajar es maña”. Subió la ventanilla. Se fue.

Firmamos tablas este año Calderators y Perolators en la comida de las vacas. Unas tablas disputadas puesto que salieron muy buenas las calderetas. Y eso que Javier casi muere de insolación.

Dos días salimos a rodar Javier y yo al atardecer. Subimos hasta el vértice y luego bajamos por un camino lateral. Los dos días nos paramos a ver la puesta de sol (los atardeceres del Secarral son…No hay palabras). Los dos días tuvimos testigos femeninos. “Debajo de esta apariencia ruda, salvaje e indomable se esconde un alma tierna y un corazón sensible”.

Cinco carreras he corrido estas semanas, las cinco junto a Fernando (bueno, detrás de él). Garcimuñoz, con la sensación de haber corrido bien aunque el cronómetro decía que no. Tresjuncos, muy bien, sintiéndome poderoso. Alconchel de la Estrella, un sufrimiento, con mucho calor, la sombra de cero árboles, con unas cuantas cuestas interminables y una subida a la ermita por una senda de las de andar. Tal y como crucé la meta pensé –aquí no me veis más el pelo. Luego salieron las clasificaciones y vi que había hecho podio de la categoría y, de repente, le encontré la belleza a la carrera. Voy a poner la foto del podio, no por chuleo (bueno, sí) sino porque creo que es el podio más bonito al que he subido.

Después vino la mejor carrera del mundo. Como siempre en año impar hice podio local (y, como siempre, hice cuarto de veteranos). Corrí muy bien, con una segunda vuelta que disfruté mucho. Y, al día siguiente, y como es tradición por octavo año consecutivo, Fuentelespino, donde hice, treinta segundos arriba o abajo, el mismo tiempo de siempre. Nada cambia en Fuentelespino.

La mejor carrera del mundo sigue siendo la mejor carrera del mundo. Nos lleva trabajo, nos quita tiempo, nos deja un regusto de amargura cuando algo no sale bien, nos quita el sueño pero sigue saliendo adelante y con un nivel que, pienso, es para estar contentos. Y seguimos teniendo mucho por mejorar. Y sigue mereciendo la pena.

Tuve dos experiencias, una indirecta y otra muy directa, con padres que tienen hijos que corren muy bien y a los que tratan como galgos llevándolos de carrera en carrera para que les consigan queso, lomo o jamón y que, cuando las cosas no salen como ellos piensan, montan unos pollos que ni en una verdulería. Pobres chavales.

Nos escapamos mi hermano y yo con hijos y sobrinos al Wanda Metropolitano a ver el primer partido de Liga. Todo fue muy bien hasta que ocupamos nuestras localidades.

Me pasa esto en el Bernabéu y salgo en los periódicos. Dos pilares hay en el estadio. ¿Cinco estrellas? ¿Cómo se puede ser tan burro? Afortunadamente no se llenó y pudimos cambiarnos de sitio. Y comprobamos después dos cosas: que es indiferente quién se vaya y quién venga: la vida sigue igual (código binario, que diría el Sensei), y que Joao Félix es un jugador distinto y que va a dar que hablar.

Tres carreras se vino a correr mi hijo con nosotros. Me ganó las tres veces (de calle). En dos de ellas subió al podio. Si a eso añadimos su podio en la natación de la aldea y el que hicieron Marcos, Fernando y él en un triatlón por equipos en Las Mesas, se ha pasado un verano tremendo.

Mi hija también se ha pasado un verano para enmarcar. No la he visto. No ha parado por casa. Creo que está traumatizada porque ha descubierto que coincidimos en tres canciones (una, dos y tres), pero dudo que le dure mucho.

Nos fuimos de cena a casa de José Aníbal a comernos lo que había sobrado del aperitivo de la comida de las vacas. “Yo, que he surcado todos los mares, que he recorrido todos los continentes, que convivo a diario con gente sofisticada y de posición elevada confieso que me siento a gusto con vosotros, personas de mentes simples y de gustos sencillos”.

Seguimos este año Laura, Ana, Javier y yo con nuestras excursiones tituladas “Quién te ha visto, quién te ve”. Fuimos a Saona (Sahona), nacimiento de un río que tuvo balneario y baño para hombres y, otro, para mujeres y mulas. Ahora está seco. Y abandonado.

El Secarral sigue siendo lo más parecido al paraíso que hay en la tierra.

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