sábado, 1 de junio de 2019

El maravilloso mundo de la segunda edad y pico

Pues veo ahora de cerca como nunca. De hecho, leo y escribo sin gafas. Con ellas, para poder leer, hago ese gesto de arrugar la nariz y entornar los ojos que te pone directamente en la frontera con la tercera edad. Y me traigo ese trajín de quitármelas y ponérmelas. Porque ya no las necesito de cerca. Me lo explicaron y tiene que ver con la miopía, la presbicia y las deformaciones del globo ocular. No lo entendí bien, pero dije que sí porque tenía su lógica y porque, joder, me apetece encontrarle sus ventajas al hecho de cumplir años. No todo va a ser perder facultades (y pelo). Algo bueno tiene que tener. Vale que se supone que, con los años, uno tiene más experiencia y eres lo suficientemente inteligente para aprovecharla. Y, sí, aprendes a ser más prudente, a estar más callado y a hablar sólo cuando tienes algo que decir. El problema es el -algo que decir. Y aquí entra el anecdotario del señor mayor. Cuando viene al pelo contar una batallita (y cuando no), yo la cuento. Ni prudencia ni pensar en los demás. Otra de las ventajas de cumplir años, que pierdes el complejo y cuentas tus historias sabiendo que probablemente seas un cansino que no tiene ni puta gracia, pero te importa un carajo. Yo las cuento. Es más, si, por lo que sea, el interesantísimo y amenísimo relato fuese interrumpido, yo espero mi momento y, en cuanto puedo, retomo el hilo y lo concluyo. Nunca dejo una historieta a medias. Y si los demás no se ríen no pasa nada porque ya me río yo. Porque la teoría de la simetría de la vida se confirma y uno, conforme cumple años, vuelve con ganas al egocentrismo que ha permanecido enquistado por los complejos raros (había puesto sociales pero no me sonaba bien) que nos imponemos. Y si tienes ganas de contar algo, pues lo cuentas. Y si tienes ganas de preguntar, pues preguntas. Corriendo el otro día por el río me crucé con uno que llevaba puesta la camiseta de la última subida al castillo de la capital del Secarral. Me podría haber callado, pero no. Lo abordé y, con mucha educación, (primero pido perdón, luego disparo) le conté mi ascendencia y el porqué de mi entusiasmo al ver su camiseta (que yo también tengo, ganada (y bien ganada) con el sudor de mi frente). Resultó ser de un pueblo vecino (El Provencio) y nos citamos para las próximas carreras. Esto que acabo de contar es otro ejemplo de una de las ventajas que me ha traído cumplir años. Antes me quedaba con dudas por resolver por vergüenza. Ahora no tengo ningún problema en preguntar cuando algo me choca o me llama la atención. A quien sea y donde sea. Y me gusta. Y sí, hacerse mayor tiene un montón de contraindicaciones. Pero también tiene su encanto. Y me gusta.

4 comentarios:

GARRATY dijo...

Yo también tengo esa camiseta.
Otra de las ventajas de cumplir años son los cambios de categoría y el aumento, en tu caso, de pillar podio en las carreras. Yo necesitaré estar en categoría 95-100 para tener alguna posibilidad

El Impenitente dijo...

Juanito es más optimista que tú. Dice que se está reservando para cuando cumpla ochenta.

Yo creo que también es cuestión de echar monedas. Vengo a correr de quince a veinte carreras al año. Las corro porque me gusta. La mayoría de las veces ni me fijo en las categorías. Y, de vez en cuando, se alían los astros y cae un podio.

Alex Maladroit dijo...

Sigamos con el "yo también".

Yo también hago ese gesto al mirar, al intentar ver, pero creo que me sacas un buen cesto de años, así que no monopolices esos vicios y se los regales a la tercera edad, que los que estamos acabando la veintena también merecemos reconocimiento.

Le he cogido el gusto a volver por aquí, casi diez años después.

El Impenitente dijo...

¿Y has probado a ir al oculista?

Y, señor Maladroit, ésta fue tu casa y lo sigue siendo. Y recuerdo que era un placer leerte, ver cómo cuidabas el idioma y las cosas que contabas. ¿Sigues escribiendo? ¿Dónde?