viernes, 28 de junio de 2019

Breves

Haremos repaso y actualizaremos de manera somera los temas recurrentes que ocupan este blog para esparcimiento, solaz y deleite de las generaciones presentes y venideras.

De correr. Mi vida calcificada sigue hacia delante. La cadera me deja correr y corro, aunque cada vez más valenciano y menos secarraleño. Voy al Secarral y, en cuanto empieza a ondularse el terreno, aquello es un penaero. Y vuelvo con la autoestima hecha un Cristo y con todo el catálogo de justificaciones desgastado. Pero bajo a la terreta y corro los diez miles ya por debajo de cuarenta y uno, que no es para salir en los periódicos pero sí para ser optimista. Y recupero mi ego (un ego meninfot, claro). Aunque (tengo que contarlo) en la última subida al castillo en la capital del Secarral hice podio. Local, ya lo sé. Con peor tiempo que el año pasado, que fue calamitoso, sí. Pero las desgracias, vistas desde el podio, se relativizan muy bien. El podio siempre embellece. Y da esplendor.

De mi hijo y la natación. Queda poco para que termine la temporada, una temporada que ha sido intensa y que, seguramente, será contada. Pero haremos un pequeño adelanto. El entrenador decidió hacer un paréntesis en las competiciones de piscina e inscribió a la mayoría del equipo al autonómico de aguas abiertas. Tres mil metros en la travesía de Burriana, en la playa del Arenal. Y la jugada salió bien: primeros por equipos. Y un montón de podios, entre ellos el de mi hijo, que fue tercero en la categoría infantil. Y no sólo eso. Quedar entre los tres primeros en una categoría autonómica te convierte automáticamente (y oficialmente. Sale en el BOE) en deportista de élite. Dejando a un lado las ventajas académicas que ello supone, me quedo con el prurito. Mi hijo es deportista de élite. La madre de la Pantoja es padre de un deportista de élite. Firmo autógrafos y me hago fotos lunes y miércoles de seis a siete.

De música. Mis obsesiones musicales de los últimos días han quedado monopolizadas por un documental que me envió Sanfélix titulado, en castellano, “A veinte pasos de la fama”. El título está muy bien puesto. Delante, en los conciertos, están las estrellas. Veinte pasos detrás, los que hacen los coros. Y en este documental se cuentan las historias de muchas voces que lo intentaron y se quedaron a veinte pasos. Ganó un Óscar lo cual, en sí mismo, hace mucho que dejó de significar algo. Y las historias que cuenta, al final, tienen un poso de tristeza. Pero las personalidades que aparecen (Merry Clayton, Lisa Fischer, Claudia Lennear, Darlene Love, Tata Vega, Judith Hill, etc.) son fascinantes. Y la época que relata también lo es. Y, además, “Gimme shelter” (la mejor canción de los Rolling Stones sin duda y sin discusión) tiene su papel. Así que tengo obsesión para una buena temporada.

Del futbolín. Del alto grado de madurez que hemos alcanzado el núcleo duro del grupo de amigos que formamos unos cuantos en el colegio da fe el hecho de que sigamos siendo amigos, de que nos sigamos riendo de las mismas tonterías y de que jugar al futbolín nos siga pareciendo el deporte rey. El local que tiene el Pato en Ruzafa es nuestro centro de reunión (he estado a punto de escribir epicentro. Y centro neurálgico también. Menos mal que me he dado cuenta a tiempo). Este local es como la “Casa tomada” de Julio Cortazar. El Pato la alquila por partes y cada vez el hueco del futbolín era menor. Pero, como cabíamos, pues no pasaba nada. Hasta que ha pasado. La casa ha sido tomada por completo por los arrendatarios. Nos hemos quedado sin centro de reunión (sin epicentro. Sin centro neurálgico). Se ha cerrado una puerta, así que tendremos que abrir otras. Pero la sensación de que se ha terminado una época me atenaza el estómago. Y por más que, a estas alturas lo de cerrar épocas sea una costumbre, me sigue doliendo.

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