martes, 9 de julio de 2019

Tú vales, chaval: Infantil. Primer año

Una temporada compleja ésta, primera de mi hijo en la categoría Infantil, con mucha diferencia todavía respecto a los de segundo año. Cambios también en el tipo de competiciones. En Benjamín y Alevín se nadan pruebas programadas. Muchos nadadores. Las gradas llenas. Con relevos. Ahora, en los controles, compiten juntos infantiles, juniors y absolutos. Pocos nadadores. Gradas vacías. Varias sesiones, donde se nadan todas las pruebas y cada uno elige. Y sin relevos. Una temporada con mucho crol y poco del resto de estilos. Siete y ocho sesiones semanales más dos de gimnasio de entrenamiento. Esto empieza a ponerse serio. De los nueve nadadores masculinos que subieron a Infantil en el club sólo tres compitieron en pruebas individuales en el autonómico de verano. El resto, por una razón o por otra, se han ido quedando en el camino. Alguna razón ha sido triste pues ha sido por motivos médicos. Alguna otra es más indignante. Nadadores con unas condiciones fabulosas para los que, hasta esta categoría, les ha sido fácil, ahora, para poder mantener su estatus, tienen que empezar a esforzarse. Y han desaparecido y con excusas peregrinas. Y los padres dando pábulo a sus argumentos. No señores, no. Vuestros hijos son unos vagos. Y flaco favor les hacéis justificándolos.

Mi hijo se sigue moviendo un (y dos. Y tres) peldaño por debajo de las mínimas autonómicas (sólo faltó este año la de 200 espalda. Un clásico. Aunque tampoco lo ha nadado) y un (y dos. Y tres) peldaño por encima de las mínimas nacionales. Y a la complejidad del deporte de competición este año ha habido que sumar los quince años, con lo que eso significa. La temporada empezó mal, estancado en los tiempos, sin apenas mejora. La relación con el entrenador se fue enturbiando. Y comenzó una espiral de negatividad que tocó fondo en el autonómico de invierno de Elche. Me tocó hablar con mi hijo y, con números en la mano, demostrarle que donde él veía un cero se podía ver un cinco o un seis. Me tocó hablar con el entrenador y, con sutileza, explicarle lo útil que puede ser una zanahoria o una palabra de reconocimiento para un chaval que respeta a la autoridad. Y, a partir de ahí, la espiral cambió de sentido. Y las marcas empezaron a llegar. Y la motivación fue subiendo.

Este año, aparte de mis breves labores mediadoras, mi papel ha sido el que tiene que ser, el de chófer y el de espectador. Cuando lo veía tan tozudo con el crol me daban ganas de recordarle sus logros en otras pruebas, pero me callé. El que nada es él. Y los que opinan son su entrenador y él. Y yo, pues eso, a conducir y a sentarme en las gradas, que este año había sitio de sobra. Y a sufrir. Y a vibrar. Porque sigo sufriendo mucho cada vez que lo veo detrás del poyete. Y sigo vibrando. Y este año ha habido momentos para no olvidar. El primer sub sesenta en el cien libre en Xirivella. El cien libre en Castellón, en el trofeo Ballester. El doscientos libre en el autonómico de verano en Sedaví. El cuatrocientos libre de Turís, con un marcón a pesar de pararse en el trescientos cincuenta pensando que había terminado (aún retumba en la piscina el - ¡sigue!- que le grité. Y aún tiene cincuenta vídeos pendientes de ver del Conde Draco que le envió Ana para ver si aprende a contar), el doscientos estilos de Xirivella, el cien espalda de Turís o el doscientos braza de Turís.

Pero si en las anteriores pruebas me emocioné, hubo dos en las que toqué el cielo. Y las dos fueron en relevos. Pocos ha habido este año, pero siempre espectaculares. Porque mi hijo en los relevos da lo que tiene y lo que no tiene. Y eso es, para mí, un don. No es no fallar al equipo. Es que el equipo sabe que puede confiar en ti. Siempre. Trofeo Delfín. Parque del Oeste. Cuatro por cien estilos mixtos. Mi hijo hace la posta de crol. La última. Llegan varios equipos muy igualados en la posta de mariposa. Salta al agua. Y los revienta. Los revienta. Ganaron. Tal y como tocó se giró hacia donde yo estaba, me miró, levantó el puño y sonrió. Y la satisfacción que había en su sonrisa era infinita. Y mi satisfacción…Segunda prueba. Autonómico de verano en Sedaví. Cuatro por cien estilos. Domingo por la tarde. Última prueba del campeonato. Llevan cuatro jornadas a cuestas. Han podido armar un equipo de relevos por los pelos, rescatando a un cuarto nadador que ha estado meses sin entrenar y que, en junio, se tiró al agua. Nadan la primera serie, la más floja. Encontrar motivación para nadar este relevo era complicado. Poco que ganar. Nada que perder. Mi hijo se tira en la posta de braza. El espaldista toca último. Salta. Y empieza a avanzar. Los demás parecen que vayan parados. Y tira. Y tira. Y tira. En el viraje ya va primero. Y hace una vuelta tremenda. Y mete un carro de segundos al resto que sus dos compañeros no tienen más que administrar. Y ganan su serie. Y el tiempo de mi hijo mejora en seis segundos el que tenía en piscina de cincuenta. Yo me froto los ojos ante lo que he visto. Y no puedo parar de gritar. La marca no se puede homologar pero dice mucho. Dice lo que eres. Dice lo que está por delante. Dice que hay un futuro, en el agua y fuera de ella, y que tú, hijo mío, te lo vas a comer. Porque tú, hijo mío, eres extraordinario.

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