Partido de la liga universitaria de fútbol sala. El glorioso “Patá i Avant”, que tan excelente juego desarrollara en la liga de la Escuela y que conquistó posteriormente dos ligas universitarias y un subcampeonato, se enfrentaba a un equipo de Caminos. Como habitualmente, el “Patá i Avant” había congregado en la banda como espectadores a cero personas. Aquel equipo de Caminos sí que había llevado público. Cuatro chicas exactamente. Comenzó el partido. A los diez minutos las muchachas anunciaron que se iban. Uno de los jugadores del equipo rival, entonces en el campo, pidió el cambio para poder despedirse de manera muy cariñosa de una de las chavalas que tan poco tiempo habían aguantado el primoroso juego del “Patá i Avant”. Debía de ser su novia. Siguió el partido. Ganamos. Nada nuevo.
El otro día, Maroto (efectivamente, el hombre que más daño se ha hecho a sí mismo) me contó el primer recuerdo que tiene de mí. Era mi primer día en el colegio en Valencia, en segundo de BUP, recién llegado de Madrid. Recreo. Partido en el patio. Me puse con un equipo. No sé qué jugada hice o qué gol marqué que provocó que alguien exclamara –joder con el nuevo. Me llené de orgullo. Me hinché como un pavo. Es cierto que me estoy dejando la vanidad, pero el fútbol sigue sus propias reglas (cuando digo fútbol me refiero a dar patadas a un balón sea éste del material o del tamaño que sea). Cuando pasa un balón por mi lado ni lo miro. Cuando hablan de organizar un partido ni escucho. Pero sigo siendo un jugador de fútbol. Un jugador que ni juega ni jugará. Pero un jugador. Y mi memoria está llena de partidos ganados, de goles marcados, de partidos perdidos, de goles fallados, de grandes jugadas, de grandes errores, de compañeros fabulosos, de rivales de todos los pelajes. Y mi memoria siempre me está disparando escenas (los guerrilleros vietnamitas) y yo vivo y siento esas escenas igual que las viví y las sentí. Porque el fútbol tiene sus propias reglas. Y cuando aquel tío pidió el cambio para despedirse de su novieta no me reí ni pensé –menudo capullo (que lo era). Cuando vi aquella escena me indigné porque aquel tío le estaba faltando el respeto al fútbol. Porque bien está el amor y festejar y todas esas cosas. Pero estábamos jugando. Aquello era un partido. Y mientras estuviese el balón en juego no había en el mundo nada más importante que lo que pasaba dentro. Nada. Y pidió el cambio. Y se despidió. Muy cariñoso. Ganamos. De paliza. Da igual. Los guerrilleros me disparan regularmente la imagen del capullo este dando besitos. Y me sigue hirviendo la sangre.
lunes, 8 de abril de 2019
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