Una semana en Lyon ha estado mi hijo. Tocaba devolver la visita al turisto. En un autobús se subieron unos veinte chavales y para allá que salieron. Ana fue a despedirlo. Se quedó triste viendo cómo el autobús partía. Él…ni miró.
Tiene quince años el tío. No pasa nada porque se vaya una semana. Va a volver. Aunque se ha hecho raro. Yo, la verdad, le echaba bastante de menos. Nos llamaba. Nos mandaba fotos, vídeos, mensajes. Nos ha puesto a Lyon en el mapa (hay que ir). Pero… ahí había un hueco. Tengo la costumbre, por las mañanas, al irme a trabajar, antes de salir de casa, de mirar a cada de uno de mis hijos, que están dormidos. Ellos dicen que es raro, pero a mí me reconforta antes de meterme en la jungla. Y esa cama vacía…Una semana. Era sólo una semana. Además, le sugerimos de manera bastante evidente que ni imanes para el frigorífico ni “Estuve en Lyon y me acordé de ti”. Queso y embutido. Para nuestro corazón y para nuestro estómago los días pasaron despacio.
Viaje de vuelta. Salieron muy temprano. Llegada prevista, las ocho y media de la tarde. Estábamos nerviosos. Íbamos a ir los tres a recibirlo. Empiezan a mandar mensajes de que van con adelanto. Llegarán sobre las ocho. Las ocho. A mí hijo empieza a planteársele un dilema. Está la familia, su hermana, sus padres, el hogar, su habitación, el reencuentro. Por otra parte, llega a tiempo para irse a entrenar. Y no es su amor al deporte y su sentido de la responsabilidad lo que le lleva a pensar en la piscina. Está su grupo, cuatro chicos y más de diez chicas de su edad. Está su entrada triunfal cuando nadie le espera, siendo protagonista, recibiendo todas las atenciones. ¿Qué fue lo que hizo?
-Papá, voy a ir a entrenar. Llévame la mochila.
Le hemos perdonado. El queso y el embutido…hors categorie.
sábado, 30 de marzo de 2019
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