domingo, 24 de marzo de 2019

Mi vida calcificada

Me quedé retirándome del maratón de principios de diciembre de 2018 por culpa de una rotura de sóleo causada, seguramente, por un fuerte dolor en la cadera izquierda. Ese dolor se hizo insoportable tras pasar el maratón e iba totalmente cojo. Apenas podía andar. Volví al fisio y éste me dijo que tal vez lo que tenía escapaba a sus conocimientos y me sugirió que fuese al médico. Fui, me recetó unos antiinflamatorios de caballo y mandó unas radiografías. Los antiinflamatorios hicieron efecto, lo cual me tranquilizó. Comencé a andar como las personas. En la radiografía no salió nada extraño. ¿Cuál podía ser la causa de mis males? Cualquiera. No tenía diagnóstico. Le pedí que me hiciera una resonancia pero la médico se negó: podía andar con normalidad. –Ya, pero correr, no. Su respuesta fue tremendamente científica –No corras. Ea. Comencé a trotar. Cualquier punto de la pierna izquierda, desde la cadera hasta la planta del pie, era susceptible de quejarse. Fui subiendo el volumen. Mal corrí la San Silvestre de la capital del Secarral. Rodé la de la aldea. Tras la Navidad decidí subirme al carro de los descerebrados climaturbios, que se habían puesto el maratón de Barcelona como objetivo. Como pude les aguanté dos días. Al tercero, paré. Una cosa era correr con molestias en la cadera (algo que llevaba haciendo años) y otra ese dolor. Me recomendó Javi Ironman otro fisio que él conocía. Fui, le conté mis penas, cogió al ecógrafo y fue directo. –Está claro. Calcificaciones tendinosas en la cadera, ¿las ves? Yo dije que sí pero allí no había más que rayas blancas y grises. Empezó a hablar y a decir palabras raras refiriéndose a músculos, nervios y demás (qué bien me suena fascia lata). Me habló de desgaste. No citó la palabra vejez aunque trató de consolarme diciendo que todo el mundo termina, tarde o temprano, con la cadera calcificada, que sólo es cuestión de tiempo. Me pinchó. Me estrujó. Me retorció. Allí crujió de todo. Lloré más que con “El violinista en el tejado” y “El color púrpura” juntas. Cuando terminó pregunté (con un hilo de voz) si podría volver a correr. No dijo que no. Lo que estaba claro era que, si volvía a hacer lo mismo, me ocurriría lo mismo. Así que, en principio, nada de correr, estirar mucho la zona, que estaba totalmente acortada, entrenamiento cruzado y una tabla de ejercicios de fortalecimiento para compensar y, a partir de ahí, que fuese probando poco a poco.

Salí del fisio relativamente contento. Tenía un diagnóstico y saber cuál es el problema es el principio. Luego me puse tremendista: ¿habrá más maratones? ¿Habrá más Behobias? ¿Habrá más medias? ¿Habrá más carreras del Queso? ¿Viviré a partir de ahora de los recuerdos? Dejé pasar diez minutos y ya me centré. Lo que vaya a pasar no lo sé. Día a día. Hay que ir recuperando el terreno y ganarle la batalla a la cadera calcificada despacio, colándome por los resquicios que me deje. Me habían enseñado un camino para intentarlo. Pues empecemos a andar.

Y empezamos. Dos días de piscina a la semana evitando la patada de crol y metiendo la de braza. La bici la dejo para el verano (claro). Mis paseos. Mi rutina diaria de estiramientos y ejercicios. Otras cosas, no, pero disciplinado soy un rato. Paré dos semanas de correr. Comencé trotando veinte minutos muy suaves. Descanso. Veinte más. Semanas de diez kilómetros. De quince. De veinte. Paso a paso. Semana a semana. Subiendo. Siempre tensándole un poco más la cuerda a la cadera. Ganándole terreno. Cada día que salgo es una prueba. Cada día, al volver, es una batalla ganada. Cuatro días a la semana. Cuarenta kilómetros. Cuarenta y cinco kilómetros. Tiradas de hora y cuarto. Cambios de ritmo. La cadera se manifiesta pero no se queja. No protesta. Me deja ilusionarme. Me deja creer. Me deja seguir.

Ayer dimos un paso más. Diez kilómetros de Picassent. No me ponía un dorsal (sin contar las San Silvestres) desde la pasada Behobia a principio de noviembre. El objetivo era seguir tensando la cuerda pero con cabeza. El tiempo era lo de menos. No tengo kilómetros en las piernas para plantearme marcas y menos con los toboganes de Picassent. Salí. Cogí mi ritmo. La pierna no protestaba. Mantuve el ritmo. No iba ahogado. Iba cómodo. Pasaban los kilómetros. Pensaba que el cuerpo me iba a pedir apretar pero no me lo pidió. Respeté a mi cuerpo. La cadera iba bien y si la cadera está bien todos estamos bien. Meta. El crono marcaba un tiempo muy triste (43:50) pero no era un día triste. Ni mucho menos. Otra batalla ganada y con un dorsal puesto, sintiéndome corredor después de tantos meses. Como diría el Gran Memo, no sé dónde está mi límite pero sí sé dónde no está. Seguimos.

4 comentarios:

GARRATY dijo...

No sabía nada. Bueno, sí sabía que eras viejo pero no que la vejez se había manifestado tan virulentamente. Me alegro de que estés de vuelta, justo a tiempo para ir cogiendo carrerilla para el maratón.
Dudo mucho que el Gran Memo se tatuara todos los acentos de la frase.

El Impenitente dijo...

¿Maratón? Por ahora, correr. Y lo que venga después, bienvenido.

Y el Gran Memo se ahorra los acentos porque él lo pone en inglés. Por algo es el Gran Memo.

Slim dijo...

Ánimo!! Tu seras siempre un corredor!!

El Impenitente dijo...

Cuando estoy nadando y alguien me corrige, le doy las gracias y le recuerdo que soy un corredor que nada. Siempre seré corredor, eso seguro. Lo que espero es seguir siendo mucho tiempo un corredor que corre.