sábado, 16 de febrero de 2019

Lo esencial es invisible a los turistos


Hemos tenido recientemente en casa a un chaval de intercambio. Era (y es) francés, de Lyon. Quince años. Un figura. Un encantador de serpientes. Un fenómeno. Si no termina de presidente de Renault lo será de la república. O del hampa. En casa era un encanto. Muy educado, siempre dando las gracias, siempre dándonos besos. Fuera, según nos contaba nuestro hijo, era capaz de conseguir que, por la calle, fuesen todos pidiendo la dimisión de Macron o de que, en una hamburguesería, todos los presentes, incluidos los dependientes, bailasen el Chocolatero. Y siempre con su gorra puesta. Apenas hablaba español (soy un turisto) pero eso no era un obstáculo. Se lo pasó en grande. De hecho nos dijo que se quería venir a vivir a Valencia, principalmente porque salieron de Lyon bajo cero y con nieve y no terminaba de creerse que en la terreta se pudiera vivir en la calle en pleno mes de enero. Y también porque probó la fideuá (es bueno). Andaba justo de geografía valenciana (lo subimos al Miguelete (por supuesto) y, señalando las montañas que rodean Valencia, preguntó -¿son los Pirineos?) pero se emocionó cuando, al despedirnos, le regalamos una bolsa donde había, entre otras cosas, mandarinas y una tarrina de ajoceite (tengo una madre en España. Tengo una padre en España). Una semana más y ya habría dicho con soltura aspaiet y chitat.

No paraba de hablar. Con cuatro palabras en español, cincuenta en inglés y el traductor en el móvil enlazaba una conversación con otra. De su familia a los chalecos amarillos. De sus hábitos alimenticios a lo importante que era para él su gorra. Nos explicó Lyon y citó su aeropuerto, el Saint-Exupery. Cuando trató de informarnos sobre quién era Saint-Exupery le dije que no hacía falta. Fui a la estantería de los libros (llamarlo biblioteca me parece un tanto pretencioso) y saqué “El Principito”. Se sorprendió.

Para no saber quién fue Saint-Exupery. Catorce años tenía yo cuando, en el colegio, nos obligaron a leer “El Principito”. También “Juan Salvador Gaviota”, de Richard Bach. De este último luego me leí unos cuantos libros más (de títulos que no recuerdo) que me prestó Chaumel, aunque me parece que no han debido de envejecer muy bien. De hecho no tengo curiosidad ni de hojearlos. Pero “El Principito” fue otra cosa. Con catorce años yo era terreno abonado para este tipo de literatura. Y este libro germinó, así que, mi querido turisto, quítate la gorra si quieres y descansa un rato que ahora me toca hablar a mí.

4 comentarios:

kyezitri dijo...

Siempre me ha dado rabia la asociación instantánea que se hace entre Saint-Exupéry y "El Principito". No por menosprecio al gran clásico, por supuesto, sino por lo poco que se habla del resto de su bibliografía, como de la imprescindible "Tierra de hombres" y, sobre todo, de esa "biblia" llamada "Ciudadela", uno de los más mejores libros de todos los siempres. Ah, y dile al turisto que venga por la aldea del secarral, que se va enterar de lo que es bueno...

El Impenitente dijo...

Pues tomo nota. Y me doy por aludido. No pasé de la asociación instantánea. Pero pronto es la feria del libro en Valencia. Ya tengo más objetivos en la búsqueda.

Y sí que me imaginaba al turisto en la aldea. Habría disfrutado. Y más que eso.

Entonoquedo dijo...

Olé, ¿ves como cuando tienes algo que contar te sale una entrada apañada? Veo que le has sacado punta al turisto. Felicidades

El Impenitente dijo...

Muchas gracias, hombre.