martes, 11 de diciembre de 2018

La soledad

Tuve un compañero en el colegio que se apellidaba Aliaga y al que apodábamos Ali Agca. No era turco, no tenía conexiones ni con Bulgaria ni con el KGB y no constaba que hubiese estado nunca en la plaza de San Pedro en el Vaticano. El origen de su apodo, como el de la mayoría en clase, era fonético. Y aunque motes buenos había muchos, el de Ali Agca era de los mejores. Al menos así siempre me lo pareció.

Tengo un compañero de trabajo que se apellida Aliaga. Es bastante más joven que yo (como la mayoría) y me llevo muy bien con él. Tiene un carácter muy guasón y siempre está de buen humor. Estaba junto a un grupo y, al acercarme yo a ellos, vi que empezaba a meterse conmigo. Me lo quedé mirando.

-La guerra que puedes llegar a dar, Ali Agca.

-¿Cómo me has llamado?

-Ali Agca. ¿No sabes quién es?

-No.

Miré alrededor.

-¿No sabéis ninguno quién es Ali Agca?

Silencio.

-No sé cuánto tardaréis en descubrirlo, pero el chiste es bueno.

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