lunes, 3 de diciembre de 2018

Quince tres

Me alegré cuando me enteré de que habían pasado la fecha del maratón de Valencia, para no coincidir con el Gran Premio de Cheste de motociclismo, del tercer domingo de noviembre al primero de diciembre. Eran dos semanas más. Tener más tiempo para preparar un examen siempre es bienvenido. Además, en diciembre las posibilidades de que hiciera calor en carrera eran remotas. Y la preparación ya no sería tan calurosa.

Terminé agosto algo pasado de peso. No había parado, pero muy en forma no estaba. Tampoco estaba preocupado. En septiembre ya subí a setenta kilómetros semanales. La idea era llegar fino a final de mes, cuando ya empieza el entrenamiento específico. Y septiembre me fue bien, metiendo una carrera de diez kilómetros en Burjasot (donde hice podio) y sintiéndome cada vez mejor. Y sin molestias. Como repetía a quien me quería escuchar, estamos instalados en el campo base en perfectas condiciones. Podemos pensar en atacar la cumbre.

Y la atacamos. Las siguientes seis semanas, las más duras, resultaron impecables. Las series cortas, en progresión y terminando siempre muy fuerte. Las series largas, memorables, con un día de tres cuatromiles yo solo por el río hecho un barrizal corriendo bajo la no lluvia torrencial que con tanto alarmismo habían vaticinado, el día del doce mil tras Paco y el Barbas bajo la lluvia, el día del ocho más cuatro volando junto a Ernesto al final, el día de los dos seises, solo el primero, junto a Ramón y el Máquina el segundo, series en las que siempre me fui a casa con una sonrisa de oreja a oreja. Y la media de Valencia, corriendo en progresión y terminando en 1:27. Y los largos que enlacé con carreras, con la media de Xirivella, con los seis últimos kilómetros que se me cruzaron, los diez kilómetros que hice con Paco junto al Bidasoa antes de meternos en la Behobia (decir Behobia y emocionarme es todo una) y dejarme llevar. Y el último largo, veintisiete kilómetros por el Secarral, subiendo y bajando y pasando por Rada y Villaescusa y terminando en Belmonte. Faltaban dos semanas y estaba pletórico. Eufórico. Sin molestias. Y sintiéndome mejor que el año anterior. Y si en 2017 había sido 3:02, ¿bajar de las tres horas? No quería decirlo muy alto, pero…había una posibilidad.

El lunes, trece días antes de la carrera, salí a rodar una hora. Volví. Me senté. Cuando me levanté para ir a recoger a mi hijo en la piscina me dio un pinchazo en la cadera izquierda que no me dejaba ni andar. El martes volví a salir y las piernas no me iban. No sabía cómo correr por culpa del dolor. Descansé el miércoles. El jueves teníamos el diez mil que hacemos siempre diez días antes. Me sentía inseguro pero no hubo inseguridad. Veinte cuarenta y cinco en los cinco de subida, veinte ocho en los de bajada, sintiéndome cómodo, dominando. Recuperé la confianza. Tuve dolor, pero podía soportar ese dolor. Ese sábado hicimos hora y media, forzando al final un poco. Me dolía pero sin problemas. Nos despedimos y, trotando hacia mi casa, apenas a cien metros, me dio un latigazo bajo el gemelo izquierdo. Por la tarde no podía andar. Paré el domingo. Llamé al fisio el lunes. Fui por la tarde. Se centró en la cadera. Lo de debajo del gemelo sería, seguramente, un reflejo de correr apoyando mal para protegerme del dolor. La cadera estaba inflamada, irritada. Tocó, frío, calor, corrientes. Me recomendó reposo, frío, calor y drogas. Paré ese martes también. Me encontraba mucho mejor. Salí el miércoles. Acompañé a Paco hasta donde iba a hacer las últimas series de mil a ritmo de carrera (yo las iba a hacer al día siguiente). Le di la salida, bebí agua y me volví. No había avanzado ni cien metros cuando volvió a darme el latigazo bajo el gemelo. Retorné andando hasta casa. Faltaban cuatro días. Estaba todo perdido. Volví al fisio al día siguiente. Me hizo una ecografía. En la zona del sóleo (tengo sóleo. Una novedad) había una rotura muy pequeña de un milímetro de ancho por siete de largo. Cabía la posibilidad de que soldara. Mi edad no jugaba a favor pero no hay que desdeñar la musculatura de un deportista. Me pinchó, me vendó y me dejó una puerta abierta para poder correr el domingo. Era difícil pero podía ser.

Ese viernes fui a recoger el dorsal. Sentía que se lo estaba recogiendo a otro. No me veía identificado con todo lo que rodeaba al maratón. Estaba fuera. El sábado por la tarde me empecé a poner nervioso. Salí a dar un paseo (por prescripción facultativa) y no noté ninguna molestia. Por la noche, a las cuatro y media, ya estaba desvelado. Lo interpreté como una señal favorable, como si mi cuerpo hubiese mandado señales de que estaba preparado y mi mente se hubiera puesto en alerta. A las siete y media había quedado con Javi y con David. Fuimos trotando. Allí me junté con Paco y con el Barbas. Calenté con prudencia. Estiré con prudencia. Hice los progresivos con prudencia. Nos metimos en el cajón. Nos deseamos suerte. Sonó el disparo. Nino Bravo comenzó a cantar “Libre”. Allá vamos. Una vez más, allá vamos.

Y ahí terminó la carrera. Tal y como salí y empecé a subir el puente de Monteolivete, el sóleo (ya que lo tengo, lo uso) comenzó a mandar señales cada vez más intensas. A mitad del puente ya tenía claro que no había nada que hacer. Comencé a abrirme. No podía. El río de gente me arrastraba. En la rotonda del Parotet pude ya salirme y me eché a un lado. Y me salí de todo el lío. Y me fui para mi casa. Hoy, en el trabajo, me han dicho que probablemente haya batido el record de quién ha corrido menos metros en un maratón. No discuto que la parida sea buena pero a mí no me ha hecho ni puta gracia. Cuando estoy jodido pido (exijo) respeto para mi dolor. Y estoy muy jodido.

El maratón es una batalla. Dieciocho veces decidí enfrentarme a él y dieciocho veces me planté en la salida preparado para la lucha. En quince de ellas crucé la meta. En tres, no. En tres ocasiones, perdí. La primera de ellas en Madrid, en 2007, cuando me retiré en el treinta y cuatro, en una carrera que me sigue atormentando por haberme suicidado de la manera en que lo hice en la primera parte y por no haber tenido arrestos suficientes para terminarla. La segunda fue en Valencia, en 2016, cuando una contractura en el abductor derecho me mandó a casa en el nueve. Ayer fue la tercera vez. Las dos anteriores reaccioné con orgullo. Volví a Madrid en 2011 para desquitarme. En Castellón 2017, tres meses después de la contractura, me colgaba la medalla. Hoy no tengo ansias de venganza. El día era ayer, en esta carrera, en mi ciudad, con mis amigos y conocidos por el circuito, con el estado de forma en que estaba, con la ilusión de las tres horas. El día era ayer y cuarenta y dos kilómetros y pico en otra ciudad no me van a quitar esta desazón, esta tristeza. He perdido y punto. Recuperarme, que los kilómetros que llevo en las piernas salgan en alguna media, en un quince, en un diez. Correr, correr y seguir corriendo. Y volver a Valencia. Volver a vencer aquí. El año que viene. Y el siguiente. Y el siguiente. Y todos.

4 comentarios:

GARRATY dijo...

¡¡¡Eres grande impenitente!!!
El 99% de los corredores del maratón se habrían abierto el sóleo en canal a navajazos a cambio de tu currículum maratoniano. No sólo del pasado si no del que está por llegar.
Aunque sólo sea por el efecto rebote me huelo que el año 2019 va a ser cojonudo, atléticamente hablando.
Como tu me has dicho alguna vez, se te permite una semanita de duelo. Luego a levantarse y a seguir corriendo.

El Impenitente dijo...

Gracias, Garraty. Ya va pasando el duelo. La cadera me lleva a mal traer, pero, hoy, que no he tenido que ponerme calzado de seguridad, me duele menos. Creo que este martes próximo, volveré. Y la cabeza me empieza a decir Pas Ras, Picanya, San Silvestre, 10k...

Y en 2019 estaremos aquí para intentarlo. Y eso confío, en que sea cojonudo.

kyezitri dijo...

Me fascina tanto tu milimétrica y concienzuda puesta a punto que apenas he entendido que no corriste. Sé que no consuela, y no es mi intención, pero podrías creer que lo bonito es el viaje y no el destino...

El Impenitente dijo...

Sí que consuela. En un viaje de doce semanas sólo falló la última. Y aunque se hace duro, esa semana final no empaña el trayecto anterior. El viaje fue bonito, muy bonito. Y eso no me lo quita nadie.