A veces pensaba que si del diccionario hubiesen retirado las palabras “mi novio”, la muchacha se habría quedado muda. Es joven (aunque utilice palabras viejunas) y un tanto sosainas. Y cuando me corta el pelo siempre me habla de su novio. Bien. Asiento, le doy la razón y, como suele tener buena música y todavía no me ha hecho ningún destrozo, vuelvo cuando en mis parietales aparecen unos volúmenes de pelo que parecen moños de fallera (el punto crítico). Moños. Cita. Corte de pelo. La vi lustrosa. Recia. De buen año. Comenzamos a hablar. Tuvimos esa bonita conversación (que nunca he tenido) sobre el calor y el frío húmedo de la costa frente al calor y el frío seco del interior. Me dijo aquello (que jamás nadie me ha dicho) de que -seguro que en tu pueblo en verano, por las noches, refresca. Ni rastro de “mi novio”. Le pregunté por sus vacaciones. En Valencia. ¿No has ido a tu pueblo? (del interior de Valencia. En la ribera del Turia). No. Había roto con “mi novio”. Al principio del verano. Y él (que es del mismo pueblo) sí que había ido. Con su nueva novia (porque tenía nueva novia). Y no tuvo ganas de ir y encontrárselos. Y se quedó en Valencia. Con una amiga. -Al principio, con el estrés, adelgacé un poco. Luego se le pasó el estrés y se dedicó a la cerveza y a las tapas (ella dijo cervecita y tapitas). Cinco kilos (kilitos). Propósito para otoño: adelgazar.
Llevaba unas tijeras en la mano. No dije nada. Asentí. La historia, para un cotilla, era interesante. Pero no suficiente. Por una vez no me quedé con la superficie. Vamos a ver, yo vengo de los “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”. Yo vengo de “es tan corto el amor, es tan largo el olvido”. Vengo de “¿por qué será que se me viene todo el amor de golpe cuando me siento triste y te siento lejana?”. Vengo de las letras de Enrique Santos Discépolo. Vengo de los dramones de José Alfredo Jiménez. El desamor es un género. El mal de amores es un género. Mal está que te pase, pero, joder, si te pasa, conságrate a ello. Con orgullo. Con grandeza. Con dignidad. ¿Estrés? ¿Tapitas y cervecita? No sé cuántos cortes de pelo hemos estado juntos tú, “mi novio” y yo. Muchos y creo que se merecía una despedida como Dios manda, con silencios elocuentes, con lágrimas incontrolables rodando por las mejillas, con frases que se rompían por los sollozos. Algo elegante, sobrio, sentido. Algo a la altura de un género que ocupa parte de la literatura y la mayoría de las letras de las canciones. ¿Estrés? ¿Tapitas y cervecita? Hermosa mía, nunca te he dicho nada pero deja las tijeras encima de la mesa, que tenemos que hablar.
martes, 18 de septiembre de 2018
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2 comentarios:
Como no tengo tus antecedentes musicales ni literarios y como la cabra tira al monte, añadiría que exprimiendo convenientemente ese drama entre la clientela habitual del local ( señoras, mediana edad, ...) iba a conseguir un considerable aumento de la afluencia. Y las penas con pan son menos.
Explotar comercialmente el victimismo. Le diré que elija color para el lazo, que el amarillo ya está cogido.
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