martes, 19 de junio de 2018

Valencia no se acaba nunca

El guante me lo lanzó Sanfélix y lo recogí: elegir mis cinco lugares favoritos de Valencia. Como él mismo dijo, es como elegir tus cinco canciones favoritas de los Beatles. No es fácil. Uno siempre tiene la sensación de estar siendo injusto. Puede ser. También he de decir que mis cinco elegidos se impusieron solos. No tuve que pensar. Me limité a tomar nota. Los reseño.

El primer lugar que elegiría sería el faro del puerto. Ya escribí sobre él y sobre la relación que nos une. Ahora, definitivamente, nuestra relación es a distancia. Cerraron el paso y ya ni los domingos puedo colarme para ir a visitarlo. Pero desde la playa se ve. Y desde algún punto de la Marina Norte. Yo le saludo y él me manda sus luces. Todo está bien entre nosotros.


El segundo lugar que destacaría tiene que ver con lo que fue mi vida nocturna festera. Guardo muy buenos recuerdos de la zona de Xúquer, en especial de un local llamado “Piccolo”. O del Carmen (la mejor música de Valencia se escuchaba en el “Lips”). O de Polo y Peyrolón (la camarona de “Mosquito”. Hors categorie). O de Benimaclet (qué bien sonaba “Born to be wild” en el “Andén”). Incluso de Juan Llorens. Pero mi zona fue siempre la plaza del Cedro. No mi zona favorita. Mi zona. Allí podría quedarme con “El Asesino” o con “Velvet”. O con “Colores”. O con “Tranvía”, aunque pillara a contramano. Incluso con “Matisse” y su ingente concentración de memos por metro cuadrado. Pero me quedo con “Tendur”. “Tendur” fue el centro geográfico de los jueves culturales. A veces estábamos muchos, pero siempre éramos Sanfélix, la Fallera y yo. Y fue una época buena. Muy buena.

Valencia, como la mayoría, es una ciudad de río. Luego creció, paso al otro lado y llegó hasta el mar. Pero es una ciudad de río y, es más, es una ciudad de recodo de río. Lo que hay fuera o es Ensanche o es menos Valencia (cuando vine a vivir aquí, en el año ochenta y uno, la gente que vivía por mi barrio (siempre he vivido al otro lado) no decía -me voy al centro- sino -me voy a Valencia. Y para ir a Valencia se tiene que cruzar por los puentes que hay sobre el cauce. Puentes hay muchos. Y alguno más se hará. Desde que vivo aquí he visto construirse ocho. Seis con pilares. Dos no. No tiene sentido construir puentes sin pilares en un cauce seco, pero oye, el ínclito Calatrava es así y se lo permitieron. Con pilares o sin pilares, los puentes siempre tienen mucho encanto. Unen. Por dos siento predilección. El primero sería el puente de Aragón. El motivo es sentimental (por supuesto). Maroto, Sanfélix, Ojos, Quino y yo, yendo y viniendo del colegio, lo transitábamos a diario. Y la mayoría de los días nos cruzábamos sobre él con María y Mª Luz, a quienes saludábamos muy sonrientes. Pero mi favorito es otro, vecino del anterior, y es el Pont de la Mar. Todo de piedra, peatonal él, con sus escalinatas y sus altares, era cruzado por mi hermano y por mí cuatro veces al día, yendo y volviendo del colegio, en aquel nuestro primer año en Valencia, todavía desubicados, todavía llenos de nostalgia. En este puente resonaban los pasos (mis pasos en esta calle resuenan en otra calle donde oigo mis pasos pasar en esta calle donde sólo es real la niebla) de dos chavales de catorce y quince años que iban y volvían. En este puente mis recuerdos vuelven y mis sentimientos se aceleran. En este puente todavía resuenan los pasos, nuestros pasos.


En el cruce de la calle Landerer con la calle Caballeros hay un edificio (o un palacio) que pertenece el Gremio de Pasteleros o Panaderos y que fue rehabilitado no hace mucho. En dicha rehabilitación participamos. Fue una obra muy bonita y, como toda rehabilitación, una obra viva, muy entretenida. Y fue bonita por algo más. Al ir a la obra, siempre aparcaba fuera del centro histórico. Y para ir a ella iba callejeando. Aquella obra me permitió recorrerme todo el casco antiguo de Valencia. Aquella obra me permitió perderme una y otra vez por todas aquellas calles. Por eso, ese cruce entre Landerer y Caballeros figura entre mis lugares favoritos de Valencia. Ni fue nuestra mejor obra ni es el rincón más bonito. Pero estoy en deuda con él.


El quinto lugar tiene que ver con correr. En Valencia está el Viejo Cauce del Turia. Siete kilómetros ajardinados dentro de la ciudad y muchos más en el llamado Parque Fluvial. Bastante llano, con carriles, fuentes, kilómetros marcados. Un verdadero paraíso para el que quiera, entre otras cosas, correr. ¿Es mi lugar favorito? No. Si viviese fuera lo echaría de menos. Vivo aquí y sólo lo piso cuando quedo. Si no, pues puerto, playa, me voy hasta Port Saplaya, vuelvo por Alboraya y por la Ronda, me voy por el carril bici hasta Pinedo y luego, si toca, pues hasta el Saler. Hay muchos sitios. Pero ninguno de estos es mi favorito. Mi lugar especial, mi quinto lugar, como todos, tiene el barniz de la nostalgia. Año ochenta y dos. Los cuatro que corríamos nos juntábamos en la Alameda, con su kilómetro de fuente a fuente. Allí conocí a Paco, a José Carlos, a Quique, a Enrique, a Ángel, a Guillermo, a Pedro. Todos juntos preparamos el maratón de febrero del ochenta y tres. En la Alameda terminó aquel maratón. En la Alameda, en el año dos mil diez, terminó el maratón en el que tengo mi mejor marca. La gente dice que el lugar natural del corredor en Valencia en el Viejo Cauce, pero no es verdad. El lugar natural, el verdadero templo del corredor en Valencia es la Alameda y de fuente a fuente. Y yo soy corredor.

2 comentarios:

Sanfélix dijo...

Ay, la blogosfera. Quién la ha visto y quien la ve. Yo te lanzo un guante, tú me lo devuelves y ahí queda, en el suelo, casi un mes sin que yo lo recoja. Qué ingrato. Como la mano de Tano, congelado su gesto en el aire, sin que Germán llegase nunca a estrecharla. Y ahí sigue, la mano, en alguna dimensión paralela a la nuestra, esperando.

Te queda bien el guante y Valencia. Coincido con muchos de tus lugares aunque no sé cuáles estarían en mis cinco. El puente de Aragón sí, seguro. El faro, probablemente. El cedro. Añadiría la Avenida del Puerto entera. Fea, sí, pero con recuerdos en cada esquina.

Loada sea siempre la República de la Gran Medusa. Valencia no se acaba nunca.

El Impenitente dijo...

La blogosfera se ha convertido en un paisaje tranquilo de donde huyó la inmediatez. No hay prisa. Un mes no es nada. Volvemos a los tiempos de las cartas, cuando mirábamos con simpatía a los carteros porque ellos nos traían mensajes agradables. No hay carteros en la blogosfera (o sí, pero de otro tamaño), pero recibir un comentario es como tener una carta en el buzón. No hay ingratitud.

Y ahora es cuando agarro el micrófono:

https://www.youtube.com/watch?v=qwSy1sDUvG8

Y que sea por siempre loada.