Entramos. No nos habíamos quitado siquiera los abrigos (yo pugnaba por quitarle el vaho a mis gafas. Un clásico) cuando empezó a sonar “Blame in on the boogie”. Se oyeron gritos y me pareció que todo el mundo bailaba. –Me da que hoy tampoco vamos a ser los más viejos. No lo éramos. Luego, algo más tarde, sonó “Don`t stop ‘til you get enough”. Aquí ya no sé si la gente bailó. Me limité a cerrar los ojos.
G. trabaja a sesenta kilómetros de Valencia. Todas las mañanas madruga para coger el tren. Teniendo en cuenta que tiene la posibilidad de pedir el traslado le pregunté un día que por qué no lo hacía. -¿Estás loco? Esos viajes en tren son mi oportunidad para estar sola. En esos viajes aprovecho para leer, para escuchar música. Esos viajes son mi momento.
Aquel “Don`t stop ‘til you get enough” fue mi momento.
No tardé mucho en volverme a casa. La noche era fresca, con una humedad altísima. Los cristales de los coches se veían todos empañados. Los cristales de los coches eran un folio en blanco.
Si hubiera habido un incendio habríamos muerto todos. Hay sitios donde pasamos horas masacrándonos el estómago bebiendo licores de colores completamente hacinados que no creo que aún estén abiertos por razones de seguridad. Uno de ellos, en la calle Gobernador Viejo, tenía dentro una habitación no excesivamente refinada con las paredes llenas de escritos donde la gente plasmaba su creatividad, su despecho o sus filias. Contaba mi hermano que, una de las veces que fue, donde se sentó podía leerse –“¡Viva la olla podrida y Paolo Futre!”. Se rio. -Creo que ya sé quién ha escrito esto.
Los cristales de los coches todos empañados. Los cristales de los coches siendo folios en blanco. Veinticinco años después, el escritor misterioso atacó de nuevo.
domingo, 4 de marzo de 2018
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