martes, 23 de febrero de 2016

Salto di Nero

Los recuerdos y los guerrilleros vietnamitas, siempre agazapados en hoyos hechos en mitad del camino, camuflados, surgiendo de la nada, sin avisar, de repente, disparando sin piedad. Recuerdos y disparos. Guerrilleros. Memoria.

No siempre sus disparos son nocivos. No todo va a ser punzadas en el estómago ni recuerdos tristes o ridículos. No todo. Mi vida laboral me ha llevado ahora a tener mucha relación con italianos, con los cuales me entiendo en spagnolo. Escribí hace tiempo de la importancia de aprender idiomas, no tanto para poder entenderse como para poder expresarse correctamente, puesto que cada actividad de la vida requiere un idioma. Y el italiano no es un idioma para trabajar. No entiendo cómo han llegado a ser una potencia económica. Hablamos, y me aprietan, me exigen y les escucho hablar y procuro concentrarme mientras los guerrilleros vietnamitas me están disparando a Mina, a Gino Paoli, a Peppino di Capri, a Domenico Modugno, a Iva Zanicchi. Hablamos de trabajo y yo me siento en el Festival de San Remo. Hablamos de trabajo pero lo que realmente escucho son letras de canciones. Y estoy todo el rato tarareándolas. Y así no hay manera.

Seguimos con el trabajo. Estamos preparando material para una obra a ejecutar en una localidad canaria llamada Salto del Negro.

Salto del Negro.

¿Cómo voy a poder concentrarme si cada vez que escucho Salto del Negro pienso en el gran Carl Lewis, en Iván Pedroso, en Dwight Phillips, en Mike Powell, en Irving Saladino, en Ralph Boston, en Jesse Owens, en Larry Myricks y, sobre todo, en Bob Beamon aquella tarde de octubre de mil novecientos sesenta y ocho saltando ocho metros y noventa centímetros (el salto del negro por excelencia)? No hay manera. Pero es que no hay manera. Veremos qué obra nos sale. Siempre supe de la crueldad de los guerrilleros vietnamitas, pero esto es ya refinamiento, disparando balas amables con efecto, espero que no, retardado. ¿Nocivos? Pues, ya veremos.

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