miércoles, 23 de septiembre de 2009

Doble apoyo

Cuando en el colegio tocaba educación física podían pasar dos cosas: que nos quedásemos en el patio o que bajásemos al gimnasio. Si nos quedábamos en el patio la cosa pintaba bien aunque al día siguiente tendríamos agujetas pues tocaba correr, abdominales o flexiones, bien de brazos o de piernas. Aquel plan de estudios debe de estar ya superado pues que un profesor diga –tiraos al suelo y a ver cuántas abdominales podéis hacer en diez minutos – o bien –de pie todos y a ver cuántas flexiones de piernas hacéis en tres minutos- yo creo que ni al preparador físico de las gimnastas de la URSS ni al de Aznar se le hubiese ocurrido. Era divertido ver a tus compañeros colgados de una barra tratando de hacer flexiones de brazos retorciéndose como culebras para llegar con la barbilla a la barra mientras el profesor decía –no cuento- sólo porque al arrancar la flexión los brazos no estaban completamente verticales y cuando tocaba correr –el celebérrimo test de Cooper- me pegaba las grandes pasadas. Quedarse en el patio, a pesar de todo, siempre estaba bien.

Mucho peor era bajar al gimnasio. Eso sólo podía suponer estar una cantidad de tiempo infinita colgado de las espalderas con las piernas a escuadra o temblando de miedo a tres metros de altura subido a la cuerda, bien con nudos o bien sin ellos, o viendo pasar toda mi vida por delante cuando arrancaba la carrera camino del trampolín para atacar el horror de los horrores también conocido como el “doble apoyo”.

Para explicar el doble apoyo adjunto el siguiente dibujo. Llamaremos potro a cualquiera de los tres primeros elementos llamando caballo al cuarto de ellos siempre numerando de izquierda a derecha.



El doble apoyo consistía en colocar el potro en paralelo y el caballo en perpendicular. Había que correr como Bubka con su pértiga, es decir, como un poseso camino del trampolín, saltar, apoyarse en el potro y, con la inercia del salto, apoyarse en el caballo y superar con elegancia los dos obstáculos. Había que dar un muy buen salto pues el riesgo testicular era evidente y, por ende, dolorosísimo. Cualquier duda se pagaba. Cualquier tropiezo era fatal.

Saltábamos en estricto orden alfabético. Yo iba detrás de Pou A. (En el colegio, como en la mili y los árbitros, todos teníamos dos apellidos. Por cierto, el otro día me enteré porqué a los árbitros se les nombra con los dos apellidos. Se lo debemos a Franco Martínez. Antes eran todos conocidos por su primer apellido, hasta que el antes citado, a principios de los setenta, ascendió a pitar partidos de primera división. Y, claro, no podía consentirse que Franco fuese un burro, que Franco fuera un paquete, que la madre de Franco estuviese en boca de todos o que Franco no tuviese ni pastelera idea. Afortunadamente el segundo apellido del árbitro no era Bahamonde, si no los árbitros serían conocidos por sus tres primeros apellidos. Y cierro paréntesis). Pou A. debía pesar ciento veinte kilos en canal y no era conocido ni por su gracilidad ni por su elegancia atacando el doble apoyo. Corría como podía, a duras penas saltaba el potro y caía sobre el caballo con resultados terribles para el pobre Pou y para el mucho más pobre (¿es correcto decir aquí paupérrimo?) equino de madera.

Una vez reparado el caballo y retirados los restos, los despojos y las vísceras de Pou, pues allí estaba yo, cara a cara con la eternidad, con las piernas temblando, empapado en sudor frío, mirando al trampolín, mirando al potro, mirando al caballo, llorando amargamente:

-Mire, es que, yo…

-¡Quieres saltar ya de una puñetera vez!

Y, bueno, aquí estamos, entero y verdadero. Y la voz me cambió hace ya muchos años.

16 comentarios:

Sett dijo...

Que buena entrada.Cuantos recuerdos

Yo coincido contigo en un 90%,puesto que tambien teniamos o gimnasio ó patio,y tambien nos tocó comer espalderas,test de Cooper,potros,cuerdas...

Teníamos un profesor que le llamabamos el Salvaje,y creo que no me equivoco si digo que aprobar gimnasia en BUP era una proeza.Aquello si que fue duro.

Habia que aprobar 15 de las 18 pruebas de cada trimestre,y esas pruebas eran por ejemplo correr 50 metros en menos de 7 segundos,o correr 1 km en menos de 3`45``.

Las espalderas,la voltereta lateral y el potro y caballo (para nosotros plínton),lo superé con esfuerzo,pero las cuerdas nunca logré subirlas.Tuve la gran suerte de que estaban distribuidas por evaluaciones,porque ni la de hierro,ni la de nudos,ni la lisa ni tan siquiera la de peldaños de escalera pude superar.

Slim dijo...

pues si que eran salvajes en vuestros colegios! yo tenia una profesora que llevaba en los pies unas adidas con tacón (lo juro!! me encantaria tener una foto de esas zapatillas. O tener las zapatillas directamente!)
tambien nos hacia saltar el potro, pero solo uno. Ahora, yo ya tenia bastante!

Ahora mis hijas tienen hasta libro de Educacion Fisica y me riñen cuando le llamo gimnasia...en fin.

el de después de Alapont dijo...

Yo intenté desarrollar un enésimo sentido que me enviase alguna señal indicándome qué día bajaríamos al gimnasio. Buscaba señales por todas partes. Alguna vez creí preverlo y conseguí pasar por gripe estomacal lo que era puro canguelo. Pero mi clarividencia era pareja a la de Paco Rabanne. Cada uno de esos días las clases de gimnasia tornábanse inocentes trotes cochineros en el patio que yo observaba desde el banquillo de los falsos griposos.

Sin embargo todo aquel sufrimiento no fue en vano. Soy el orgulloso inventor de una nueva disciplina gimnástica que cualquier día será olímpica: el dodécuple apoyo.

Arual dijo...

Los viernes de 10 a 12 eran el peor momento de la semana con diferencia, tocaba educación física, dos largas horas, con un profesor que ni tenía alma ni sentimientos ni nada de nada...
Yo me ponía mala (sí llegué a tener fiebre y todo), me quejaba, lloraba, de todo por no hacer la clase, pero nunca funcionaba, siempre tenía que acabar claudicando. Ni que decir que suspendí alguna vez la asignatura y si la aprobaba era rasadito, rasadito. Manchas en mi inmaculado expediente, sin duda.

Juan Rodríguez Millán dijo...

Potros y plintos eran el terror de todos. Al comienzo de la primera clase de gimnasia en el instituto decidí que era físicamente imposible saltar uno de esos. A última hora de esa misma clase, sufrí una luxación de rodilla que, gracias a un precioso justificante, me liberó para siempre de semejantes salvajadas inútiles.

De lo que no me libré fue de hacer las ayudas. Los demás saltaban y yo, desde el lateral del plinto les cogía para que no se mataran. Tiempos aquellos...

El Impenitente dijo...

Gimnasia y matemáticas daban lustre a mi maculado expediente.

Es evidente que fue la educación recibida por nuestra generación la que hizo avanzar de manera espectacular a la traumatología. Algo nos deben por habernos usado como conejillos de indias.

Ángela dijo...

¿Pero qué congojos significaba todo eso? el potro,las volteretas laterales,el pino... Nunca vi nada más absurdo ni más antinatural.Me extraña que la Iglesia nunca se haya pronunciado al respecto.Hacer el pino es contravenir la voluntad divina.
Seguro que Onán tras eyaculas sobre la tierra daba unas cuantas volteretas laterales. ¡SUCIOS DESVIADOS!

El Impenitente dijo...

Onán hacía el pino puente.

A la Iglesia siempre le pareció todo bien si los ejercicios se hacían con el cilicio puesto.

Todo el mundo sabe que en las Tablas de la Ley que Dios le dio a Moisés había once mandamientos siendo el undécimo: no harás el pino. ¿Por qué fue censurado? ¿Por qué no pasó a la historia? Dan Brown está trabajando al respecto. Lo que está claro es que Charlton Heston se llevó el secreto a la tumba.

3'14 dijo...

Doble apoyo, el de unas muletas, el que me haría falta a mí si me hubieran hecho saltar semejante cosa.

Y ya que sacais polvo del expediente académico, yo añado que, educación física era otra asignatura más que me ayudaba a cubrirme de mierda. Ya podrían haber evaluado relaciones públicas en el bar del insti, puntuar las excusas para justificar las campanas y tener en cuenta a los alumnos que no entorpecíamos las clases con preguntas estúpidas y/o comprometidas para el intelecto del profesor y preferíamos permanecer en el aula con una actitud contemplativa de la vida (sobretodo a través de la ventana)

El Impenitente dijo...

Hacer campana, hacer novillos, hacer pellas, pelársela (con perdón). Va a ser verdad lo del hecho diferencial.

Actitud contemplativa la nuestra en segundo de BUP en clase de inglés. Cuando la profesora se sentaba en su mesa y llevaba falda nos pasábamos toda la clase tirando los bolígrafos al suelo para agacharnos y tratar de verle las bragas.

Ángela dijo...

¡El pino puente! ¡Otra aberración!

SisterBoy dijo...

El aspecto sexual de las clases de gimansia era innegable, sobre todo a la hora de disimular erecciones, algo posible con los vaqueros y bastante más dificil de hacer con el chandall.

Sett dijo...

En Galicia le dices a alguien "voy a hacer novillos" y te habla de Zipi y Zape el mas enterado.

"Hacer pellas",eso lo tengo oido por ahi a la gente del pais pero nada de nada....

"Hacer campana",lo acabo de leer por primera vez,ni idea

En Galicia decimos "hoy colgué clase","mañana vamos a colgar clase",etc...

Aunque mi madre dice "latar la clase",sera que fueron otros times...

3'14 dijo...

Lo de pelársela vendría justo saltándose la clase posterior a la de gimnasia, no? Lo digo por el testimonio de Sisterboy :O

El Impenitente dijo...

En Valencia dicen pelarse la clase.

Lo malo de ir a colegios de curas sin tías es que las clases de gimnasia no tenían excesivo aspecto sexual. Llevábamos bien lo de las erecciones. Y más cuando, en la ducha, de repente nos quitaban el agua caliente.

Ahora, en cuanto salíamos del colegio...llevábamos vaqueros.

Gracias por la información, Stt. Todo es cultura.

Deckard dijo...

A mi la parte de gimnasia deportiva no se me daba mal, además siempre me ha gustado lanzarme contra obstáculos a toda velocidad, mis ostias con la bici dan fe de ello.

Para mí el infierno era los 12 minutos de agonía del test de Cooper, yo era de sprintar no de trotar. Los 100 lisos o saltar vallas sí, más distancia no. Cada vez que mis amigos o tú habláis del maratón me entran sudores fríos (desde la admiración al logro).