Al bar de la piscina de la aldea del Secarral llevaron aquella noche un pinchadiscos (que suena mejor que DJ). Era el fin de semana previo a las fiestas. La terraza estaba concurrida, siendo la clientela en su mayoría cuarentona y cincuentona. La música que sonaba estaba siendo muy obvia. Y el que pinchaba, no es que estuviese siendo profesional. Es que esa sesión se la sabía de memoria. El orden de las canciones. El manejo de los tiempos. Cómo ir progresando hasta llegar al momento en que el público estuviese maduro (o macerado) para ponerlo en pie. Muy previsible. De repente, se salió del guion.
Y supe que aquel tío estaba poniendo esa canción para él mismo. Sé lo que estáis esperando. Sé lo que queréis. Sé hasta cuándo lo queréis. Y lo vais a tener. No voy a dejar de pensar en vosotros, pero, antes, dejadme un instante para mí, una canción. Sólo una. Luego, la noche será vuestra. Dejadme antes un esqueje de esta noche para mí.
Y, sin conocerlo de nada, aquel tío me cayó bien.
Por circunstancias familiares, paso tiempo últimamente en una residencia de ancianos. Y observando, no puedo dejar de preguntarme hasta qué punto es ético que la medicina siga logrando que la esperanza de vida del ser humano aumente cuando ni el cuerpo de los hombres (y mujeres) ni su mente están preparados, en su inmensa mayoría, para vivir con dignidad esos años de propina que la ciencia les ha conseguido.
"Sueños de un seductor", "Interiores", "Annie Hall", "La última noche de Boris Grushenko", "Manhattan", "Misterioso asesinato en Manhattan", "El Padrino (I, II e, incluso, III)". ¿Cómo no nos íbamos a enamorar de Diane Keaton?
Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario