Sanfélix y yo solemos quedar casi siempre en la misma esquina, donde también nos despedimos, especialmente si vamos hacia el centro. Una de las últimas veces, a punto de irnos, señaló una pared medianera y dijo: cuando Morsa y Trozo se encontraron.
No tiene uno bastante con sus obsesiones para asimilar también las ajenas. No suelo fijarme en las pintadas. Sí en los murales o en los textos (aquí tres ejemplos). Pocos encuentro que me gusten. Los artistas urbanos, que así se denominan aunque se dedican a firmar, no sólo no me convencen sino que me llevarían a modificar el código penal si tuviera el más mínimo poder. Y ahora voy por ahí, mirando, pendiente. Trozo es más activo. Morsa, más calmado. Por separado están incompletos. Son tristeza. No son.
Cuando están juntos, tengo que compartirlo con Sanfélix. Trozo y Morsa. Apolo y Dionisos. Daoíz y Velarde. Justo y Pastor. Ginger y Fred. Manolo y Ramón. Indivisibles. Sin sentido por separado. Inconcebibles. Su unión es nuestra fuerza. Nuestra alegría. Nuestro equilibrio.
Y su distancia es nuestra zozobra. ¿Se están dando un tiempo (creo que se dice así ahora)? ¿Crisis? ¿Es la distancia el olvido? ¿No? ¿Lo superarán? ¿Lo superaríamos nosotros?
No.
No hay comentarios:
Publicar un comentario