La segunda sorpresa, ver que muchas de las portadas de los corrales o de las naves estaban decoradas pues habían pintado murales en ellas. Murales muy reconocibles para un boomer, que dirían mis hijos. Se veían un tanto descoloridos, aunque todavía en buen estado. Y era muy agradable pasar corriendo junto a la lengua de los Rolling Stones, la carátula del “The dark side of the moon” de Pink Floyd (y las pirámides que salen en el interior de dicho disco), el retrato de Marilyn Monroe de Andy Warhol o la portada del “Tubular Bells” de Mike Oldfield. Y sentirte animado por ellos.
La tercera fue que, yendo a recoger el dorsal, en mitad de la cuesta de la iglesia, a la derecha, volví a encontrarme con ella.
Me hizo la misma ilusión. La ilusión del coleccionista de nombres.
Estábamos en plena ruta ciclista cuando lo vimos. Venía andando, empujando la bicicleta. La llevaba pinchada y no tenía nada para arreglar el pinchazo. Estaba esperando que vinieran desde la Alberca a recogerlo. Como Bernardo lleva siempre un taller encima, a los cinco minutos ya tenía la rueda reparada. En el ínterin nos estuvo el hombre contando que estaba marcando un recorrido. Aquí no me enteré bien. Algo así como una antigua ruta de comercio o de trashumancia y que querían recorrer y promocionar. Y no me enteré bien porque nos contó que el final de aquel camino estaba en una localidad llamada Cadalso de los Vidrios.
Y ya no escuché más.
Cadalso de los Vidrios.
Qué bien me sonó.
Y me dediqué a deleitarme.
No he estado nunca. Ni sabía que existía.
No sé si iré.
Pero este nombre ya está en mi colección.
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