Más tarde Goldman escribió “Marathon man”. Y el guion de “Dos hombres y un destino”. Y adaptó “Todos los hombres del presidente”. Y “Un puente lejano”. Dos Óscar. Reconocimiento. Éxito. Y escribió también el guion de “La princesa prometida”, confiando en que sería llevada al cine. Y lo fue. Aunque le costó. La película, dirigida por Rob Reiner, se estrenó en 1987 y a punto estuvo de ser deficitaria. En los noventa fue rescatada y se convirtió en una película de culto.
Tengo “La princesa prometida” clasificada dentro de la categoría “películas que he visto mil veces y que no me importaría ver otras mil”. Nunca me canso. Por la historia, por los personajes, por los diálogos, por la ironía, por las interpretaciones, por los combates, por su sensibilidad, por su inteligencia, por su humor. Incluso por la música del, en mi opinión, sobrevalorado (salvo cuatro o cinco excepciones) Mark Knopfler. Siempre me pareció una película redonda, una fiesta de principio a fin.
Pues el libro es mejor.
¡Hombre! Ya está aquí el listo. Hay cosas que nunca cambiarán. El enterado marisibidillo diciendo “pues el libro es mejor” (les dejo a ustedes decir esta frase con el tono de voz que quieran) cuando es el único que se lo ha leído frente a los miles que son devotos de la película.
No te lo discuto. Pero es que el libro es mejor.
Y no por las partes que no se incluyeron en el guion (el “Zoo de la Muerte”, por ejemplo. O las historias de Fezzik e Íñigo Monyoya. O por cómo convence Yeste a Domingo Montoya para que éste le fabrique las espadas más complejas). Es por cómo está escrito, por cómo plantea la historia, por cómo juega el autor con el lector (a uno de los juegos creo que le dedicaré una entrada, porque me encantó), por el humor que desborda. Es cierto que el guion es muy fiel al libro (el autor fue fiel a sí mismo) y éste es un libro que se ve. Lees y estás viendo los paisajes, los decorados, las escenas, a los personajes. Porque los personajes no pueden ser otros que los actores que los interpretaron (aunque el príncipe Humperdinck estaba contrahecho). Haber visto la película engrandece al libro.
Aún así el libro es mejor.
Salvo por un detalle.
Por el final.
En la película, el abuelo cierra el libro y sientes que los protagonistas van camino de la felicidad, de la esperanza, de un futuro sin nubarrones. Un triunfo del amor verdadero.
En el libro, no hay ningún abuelo que cierre el libro y lees los últimos párrafos. Íñigo está herido, a Westley la píldora milagrosa está a punto de dejarle de hacer efecto, el caballo de Buttercup pierde una herradura y Fezzik, que lidera el grupo, se equivoca de camino. Y las huestes del príncipe Humperdinck están a punto de alcanzarles con aviesas intenciones.
Cuando lo acabé, tengo que confesar que estaba indignado.
Y he decidido crear una plataforma con el único objetivo de conseguir que, obligatoriamente, todos los libros y todas las películas acaben bien, plataforma que, por supuesto, se llamará –Hola. Me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir.
Siempre habrá alguien que me replique con aquello de que la vida no es justa (cero sesenta), pero, por eso mismo, la ficción sí ha de serlo, entendiendo por justicia las finales felices.
Porque un libro como éste no puede terminar así.
Un libro tan bueno.
Un libro mejor que la mejor (una de ellas. Cuartofinalista) película.
No hay comentarios:
Publicar un comentario