viernes, 24 de mayo de 2024

Por las lejanas montañas va cabalgando un jinete

A veces tengo ganas de hacer una lista de cosas que no extraño relacionadas con mis hijos. Pasan los años y tenemos tendencia a la nostalgia y a embellecer lo que vivimos. Pero no volvería a pisar un parque. Las horas que pasé allí debieran ser convalidadas de alguna manera. Pensar que no he de volver a una feria de atracciones con ellos siendo pequeños (la verdadera encarnación del infierno en la tierra) me hace sonreír. Y tampoco echaré de menos las graduaciones. Al menos, algunas de ellas. Cuando eran pequeños tuvieron su encanto (lo que lloré al terminar mi hija Primaria). Pero conforme se han ido haciendo mayores…

La gente piensa que ciertos elementos externos pueden hacer que tu personalidad cambie. Y no siempre es así. Pondré varios ejemplos. El primero de ellos, los disfraces. No tienes gracia. No eres gracioso. ¿Qué te hace pensar que, cuando vas disfrazado, sí que lo eres? No lo intentes, de verdad. Ahórranos el pasar esa vergüenza. Lo mismo pasa con los micrófonos y los escenarios. No tienen ese poder. ¿Por qué piensas que sí? ¿Por qué te sientes brillante micrófono en mano con público delante cuando eres el mismo mendrugo de tomo y lomo que eres abajo? ¿Por qué, de repente, te sientes poseída por el espíritu de Nuria Espert y declamas totalmente sobreactuada el “Camino a Ítaca” de Konstantinos Kavafis cuando te cuesta hacer creíble la tabla del siete a pie llano? ¿Por qué?

Tenemos tendencia, como generación, a creernos el centro y el ejemplo de todo. Lo nuestro sí que era un plan de estudios, no como el de ahora. Nosotros sí que estábamos preparados, no como los de ahora. Nosotros sí que fuimos capaces de evolucionar y de adaptarnos, no como los de ahora. Nosotros sí que nos divertíamos, no como los de ahora. Y empiezo a dudar. La tendencia que tenemos a ser sobreprotectores hace que veamos el futuro de nuestros hijos con miedo y con preocupación. Miedo y preocupación que ellos no tienen. Claro, es que no saben. Son unos inconscientes. No lo sé. Más bien creo que somos nosotros los que seríamos incapaces de vivir (o, al menos, de adaptarnos) en el mundo que vemos que se aproxima. Pero ellos sí. Ellos lo viven de manera natural porque es su mundo. Nosotros comparamos. Y siempre salimos ganando. Y tal vez venciésemos en nuestro terreno, pero, en éste, perdemos por goleada. Porque son mejores que nosotros. Mucho mejores.

Ayer fue la graduación de mi hija. Su k-ésima graduación. Una vez más, un lugar y un momento donde sólo caben dos sentimientos: la emoción y la vergüenza. Los ratos de vergüenza (de discurso en discurso, de actuación en actuación) …pues nada. Con las gafas quitadas (parecerá un disparate, pero quitarme las gafas me ayuda a aislarme), con los oídos tapados tarareando “El jinete” de José Alfredo Jiménez y tratando de ensimismarme pensando en lo que tenía delante. Y los de emoción, pues viviéndolos con los ojos vidriosos. Porque fueron preciosos, hija mía. Porque estabas radiante. Deslumbrante. Porque nunca dejarás de fascinarme. Porque estoy orgulloso de ti.

2 comentarios:

Sanfélix dijo...

Enhorabuena Carlos. Y sí, son mejores.

El Impenitente dijo...

Muchas gracias, Sanfélix.