sábado, 23 de septiembre de 2023

Ars moriendi

Me da igual que me amortajen. Como si me ponen una sábana. Lo único que pido es que, en el ataúd, metan mis zapatillas de clavos. Si me las quieren poner, que me las pongan. Si no, allí, junto a mí. El resto que se quede en el mundo de los vivos. Y luego, que me incineren. Quiero que me incineren. Y con mis cenizas…pues la verdad es que tengo dudas. A una parte de mí le es indiferente lo que hagan con ellas. A la otra, no. Me tienta la idea de que las esparzan por el recorrido de la vuelta a la Loma de la Zorra (pasando por el Sapillo), en la aldea del Secarral. De hecho he pensado que haría el circuito una bicicleta portando la urna, a la cual se le haría un agujero. Tengo pendiente calcular la velocidad a la que tendría que ir y el diámetro del orificio para que fuese homogéneo el reparto. También me tienta, al principio de ese recorrido, en la salida de la carretera, un punto en el que, entre la iglesia de San Pedro y la universidad non nata, se ve el castillo de la capital. Sería un buen sitio para reposar.

Aunque si me meten debajo de una lápida tampoco pasaría nada. Lo único que pido es que pongan mi nombre, mi fecha de nacimiento y la de defunción. Nada de poner la edad. El que quiera saberla, que la calcule. Y tampoco nada de fotografías ni de epitafios. Luego hay mucho desalmado (me incluyo) que deambula por los cementerios ironizando sobre las fotos y los aforismos escritos. Lo de poner alguna cita podría tentarme (-sois todos unos gilipollas- me estuvo rondando una temporada por la cabeza), pero es que las frases solemnes suelen envejecer mal, aparte de que tienen un contexto y, fuera de él, rechinan. Así que, nada. Austeridad, discreción y simplicidad.

Y con esto, más o menos, creía que lo tenía todo atado. Creia. En la página “Historias de la literatura” (qué hallazgo), recientemente leí lo siguiente:

El "Ars moriendi" o el "Arte de morir", fue un manual escrito en el siglo XV para ayudar a las personas a enfrentar la muerte. En él, entre otras cosas, recomendaba pronunciar un mensaje final.

Por su parte, Karl Marx dijo que "Las últimas palabras son para los tontos que no dijeron lo suficiente".

De todas formas, compartimos las últimas palabras de varios escritores que creemos memorables.

Honoré de Balzac, fallecido a causa de una gangrena, dijo en su lecho de muerte: "Ocho horas con fiebre. ¡Me hubiese dado tiempo a escribir un libro!".

Las últimas palabras de Oscar Wilde fueron destinadas al papel de la pared de la pieza: "O se va él, o me voy yo". Hasta su despedida estuvo marcada por el sentido de la estética y la ironía.

Alfred Jarry, escritor surrealista, habría dicho: "Estoy muriendo. Por favor… tráeme un palillo de dientes".

Voltaire, interrogado por el cura que le estaba dando la extremaunción, cuando le preguntó si renunciaba a Satanás respondió: "Bueno, bueno, amigo. Éste no es momento para hacer enemigos".

Y, para terminar, las últimas palabras de Kafka fueron para el médico que se negaba a darle una dosis letal de morfina: ¡Mátame! ¡O será un asesino!

Y ya me entró la duda. ¿Un mensaje final? Con esto no contaba. Tendré que prepararlo, porque me temo que soy de los tontos que no habrán dicho los suficiente. Un mensaje final. ¿Solemne? ¿De perdón? ¿De agradecimiento? ¿De amor? ¿De despedida? ¿Jocoso?

El “Arte de morir”. Y construir una frase para que nuestra muerte sea arte.

Me estoy agobiando.

2 comentarios:

kyezitri dijo...

El otro día unos amigos de mis suegros preguntaron a mi hijo que cómo se llamaba. Él contestó "me llamo Alfonso y no me molestes". Creo que puede servir como epitafio. "Me llamo Alfredo Martínez, nacido tal día y fallecido tal otro día, y no me molestes".

El Impenitente dijo...

Había oído hablar del carácter y de la personalidad de tu hijo pequeño, pero, vista su respuesta, no le hicieron justicia. Yo tendría un cuaderno donde iría anotando cada una de sus salidas. No hay tanto talento por ahí.

Y como epitafio, insuperable. Para robárselo.