Ya estuvimos el año pasado. También se apuntó mi hijo entonces. Organizan dos carreras, una de cinco kilómetros (una vuelta) y otra de diez kilómetros (si eres de ciencias, ya sabrás cuántas vueltas se dan. Si eres de letras, ánimo).
Nos pilla un poco lejos Miguel Esteban (Mancha profunda, provincia de Toledo). Pero Fernando tiene un amigo allí, mi hijo hizo podio el año pasado en la carrera de cinco kilómetros, la bolsa es buena, el ambiente es agradable, el circuito es rápido y como a los dos nos encanta ponernos un dorsal, pues para allá que volvimos.
Fernando se apuntó a la de cinco. Yo a la de diez. Llegamos con tiempo. Siguen dando buena bolsa. Cielo encapotado. Mucho viento. Había refrescado un poco (entendiendo por refrescar correr a treinta grados).
Calentamos. No tenía buenas sensaciones. Fiestas en la capital del Secarral. Me había moderado, pero no con la suficiente moderación. En la salida no veía nada claro.
El primer kilómetro fue nefasto. Mal cuerpo. Malas piernas. Pensé en retirarme. O en levantar el pie. Me fui recuperando hasta que me recuperé del todo.
Pasé la primera vuelta en 21:30. Mi objetivo era correr por debajo de 4:20 y estar sobre los cuarenta y tres minutos. Muy apurada estaba la cosa.
En el cinco estaba Fernando. Ya había terminado su carrera. ¿Cómo ha ido? Primero. Qué cabrón.
Me acompañó hasta el ocho. Yo me sentía muy bien. Fuerte. Siempre tenía una posible víctima delante y me iba a por ella. Y la cazaba. Los dos últimos kilómetros, con pendiente suave hacia arriba, me vi entero. Crucé la meta. 42:38 (un minuto y medio menos que el año pasado). La segunda vuelta en 21:08. Cuánto se disfruta cuando se corre en negativo. Qué bien me lo había pasado.
Fuimos al coche a cambiarnos. Teníamos que quedarnos a la entrega de premios. A la vuelta, miré mi resultado: decimocuarto de la general, tercero en la categoría.
Tercero.
Podio.
Después de mis últimas experiencias en podios frustrados, no quise hacerme ilusiones. Pero me las hice. Y estaba nervioso. Y expectante.
Fueron dando los trofeos. Llegó mi categoría y…dijeron mi nombre.
El podio estaba sobre un escenario. Y allí subido, mirando a la gente que estaba frente a mí, más bajos todos, pensaba –aquí estoy, una vez más. El hombre más humilde del mundo. Porque sí, me he dejado la vanidad, pero, subido al podio, en mi lugar natural, mirándoos en vuestra pequeñez ahí abajo, ebrio de felicidad, me reafirmo, con infinita sencillez, en que he nacido para estar aquí.
Duró poco. Volví a ser mortal. Pero fue eterno.
El trofeo ya está en mi altarcillo y, por supuesto, es precioso.
Representa los arcos de entrada al parque que se cruzan poco antes de la meta. No voy a compararlo con pasar por debajo de la Puerta de Brandenburgo (junto a Garraty) en el kilómetro cuarenta y uno, pero tampoco vamos a desmerecerlo.
Y a la vuelta me puse a pensar en que ya tengo podios en las Baleares y en las provincias de Valencia, Castellón, Albacete, Cuenca y Toledo.
Y me planteé comprarme un mapamundi e ir clavando alfileres en cada tierra conquistada.
Porque mi imperio sigue en expansión.
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