jueves, 27 de julio de 2023

El hombre camaleón

En “Zelig”, película de Woody Allen, el protagonista tiene la singularidad de ser un hombre camaleón, es decir, de adoptar la apariencia de la persona junto a la cual está. A veces sueño con tener un poder similar. No se trata de parecerme físicamente a quien tengo al lado. Se trata de… Pondré ejemplos. Si cojo un avión y aterrizo en Berlín, tal y como llego hablo alemán perfectamente. Si me siento delante de un piano, pues me pongo a tocar sin haber estudiado nunca antes. Si me voy a jugar al tenis con Federer o con McEnroe, pues estoy a su nivel. Si abro el “Ulises” de Joyce, no sólo soy capaz de leerlo sino que, además, lo entiendo. Alguno me rebatirá diciendo que menos mal que no es así y lo argumentará hablando del esfuerzo y el aprendizaje y, la verdad, no discutiré. Al final esto es sólo una ilusión, un juego de mis soledades, a la altura de hacer palabras con las letras de las matrículas o combinar los cuatro números de las mismas para conseguir el número veinte.

Suelo adaptar la frase del “Pedro Navaja” de Rubén Blades –si naciste para martillo, del cielo te llueven los clavos- para convertirla en –si naciste para señor mayor gruñón, del cielo te llueven los gilipollas. Procuro apartarme, pero no siempre soy tan rápido. Y, en el trabajo, no puedo alejarme. Hay uno que me saca especialmente de quicio (todos los días hago ejercicios de autocontrol para poder soportarlo). No voy a extenderme sobre él porque mi madre me riñe si hablo mal. Sí quiero contar una anécdota suya (que, por supuesto, lo ridiculiza). En breve tiene que salir de viaje a los Estados Unidos. La empresa nos paga clases de inglés semanales. Estamos agrupados por niveles. Él está en el último nivel y porque no hay otro inferior. A duras penas sabe decir lo de –my taylor is rich (igual la mayoría de ustedes no entiende este chiste, pero les juro que hace muchos años era muy gracioso). Pues bien, cuando se enteró de que tenía que hacer este viaje, fue a hablar con el profesor para que lo subiese de nivel. Y el profesor, claro, se rio en su cara. Porque una cosa es soñar con ser un hombre camaleón y otra cosa es creérselo. Porque claro, si yo no sé inglés, como éste entra por ósmosis, pues casi me siento en el claustro de profesores de Oxford y ya lo tengo hecho. Y éste lo pensó. Y lo creyó. Y no he dejado de reírme desde entonces. Porque lucho, en serio, por relajarme y no gruñir tanto. Pero es que, en serio, los gilipollas me llueven. Y con uno tan rematado como éste, que encima se permite usurpar mi sueño creyéndolo real, pues no puedo dejar de hacerlo. No puedo.

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