sábado, 1 de julio de 2023

Bienaventurados

En el último curso de carrera teníamos una asignatura cuatrimestral que se llamaba “Psicosociología y Derecho”. Es decir, tres carreras universitarias a dar en cuatro meses. El profesor, abogado él, planteó el curso fragmentándolo por temas. Se organizaron equipos que desarrollaban cada uno de ellos (el guion nos lo proporcionaba él). Los temas se exponían en clase y allí se debatían. Los debates fueron bastante entretenidos. Y polémicas tuvimos unas cuantas. Recuerdo que la visión del profesor era siempre muy fría. Técnica. Legal. Y eso rozaba lo inhumano cuando no lo sobrepasaba. Teníamos nosotros veintitantos años y el escepticismo y el descreimiento todavía no nos había alcanzado. Y aún creíamos a pies juntillas en valores y en ideales. Él nos rebatía con argumentos y ejemplos. Y decía siempre la última palabra.

El último día de clase llamó al delegado, le enseñó un texto y le preguntó si tenía algún inconveniente en leérselo en voz alta al resto. Respondió que no y comenzó a leer. El Sermón de la montaña. Las Bienaventuranzas.

Han sido cuatro meses creo que intensos y constructivos. Y he intentado ser lo más crudo posible porque fuera de la universidad, cuando dejéis de ser estudiantes, veréis que el mundo está lleno de lobos. Pero no quería que os llevaseis una visión sesgada de las cosas. Por eso he querido cerrar el curso con este texto. Porque las cosas, porque la vida, se puede ver de otra manera. Y no estoy hablando de religión. Estoy hablando de humanidad.

Con todo lo que nos había enconado el cabronazo, aquel día nos emocionó. Y terminamos el curso aplaudiéndole.

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