Llevábamos tres reuniones de una hora buscando la forma de resolver un problema que no existía y que, si apareciese, tenía fácil (y barata) solución. Al tercer día ya me cansé y les pregunté que por qué no dedicábamos nuestro tiempo y nuestra energía a otros problemas, que, con números delante, demostré que debían ser atacados. La respuesta fue antológica.
-Ya, pero ¿y si…?
No discutí. Si todo vale en nombre del arte y de la solidaridad, nada se puede hacer tampoco frente al -¿y si…?
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