martes, 22 de marzo de 2022

Que si quiere bolsa

Suelo estirar en la calle de atrás antes de subir a casa. Hora y cuarto venía de hacer entre la llovizna y el viento, metiéndome por la Marina y por la huerta. Yo solo. Hay días, muchos, que pagaría por correr. Había sido uno de ellos. Mientras estiraba escucho que alguien me dice:

-No lo dejes nunca.

Me giro. Un señor ya mayor veo que me mira mientras pasa por detrás. Va abrigado con un chambergo, con una pelliza de la marca Kelme con el logotipo de la Sociedad Deportiva Correcaminos.

-Ese abrigo tiene historia.

-Mucha.

Se para. Sonríe.

-Veintidós maratones.

-Dieciséis. Usted gana.

-Háblame de tú.

Hablé poco. Le tocaba a él. Son las reglas no escritas. Del Grupo Salvaje. Legendarios en la carrera pedestre en Valencia. Setenta y nueve años tenía. L’home Vicent. No le faltaban ganas de hablar, de contarme cosas y yo le animé más todavía citando a Roberto Ferrándis, a Quique Jomeini, a Quique Lucas, a Toni Lastra, a Paco Borao, a Paco Gómez Trenor, recordando cuando éramos cuatro los que corríamos en la Alameda de fuente a fuente, confesándome lector de las crónicas de los macrofondos del Grupo Salvaje que siempre salían en las revistas del maratón, diciéndole que el maratón de Valencia ahora es uno de los mejores del mundo pero que aquel que corríamos en febrero siempre será el nuestro. Aquel hombre era feliz contándome todo, cada carrera, sus vivencias con el grupo, siempre con el cuchillo entre los dientes, cada preparación, sus marcas, dónde, cómo. –Ya no corro. La rodilla. Pero no me arrepiento de nada. Que me quiten lo bailao. Y yo era feliz escuchándole. Era un maestro. Un catedrático. Y yo apreciaba su lección. La entendía. Sentía cada una de sus palabras. Sabía la felicidad que hubo en cada de sus zancadas. No sé el tiempo que pasó. Comenzó a llover. Nos despedimos. Da igual. Vivimos cerca. Volveremos a encontrarnos. Seguiremos.

Soy ameno. Sé que lo soy. Tengo muchas historias corredoras que contar. Muchísimas. Y unas ganas bárbaras de contarlas. Y sé que las contaría de manera brillante. Todavía el pudor me puede y me modero. Pero se me está yendo el pudor. No soy todavía l’home Vicent aunque lo seré. Pronto. Y, con modestia (infinita. Ya que me pongo, nada de medianías), sé que también diré más de una vez –no lo dejes nunca. Y sólo espero encontrarme alguna vez (o muchas. Mejor muchas) con alguien que me escuche, no que me aguante, sino que me escuche con la misma sensibilidad, simpatía, elegancia y entusiasmo con que le escuché yo. Porque si narrando soy bueno, apreciando y sintiendo soy fabuloso. Pero fabuloso. Poco puede haber mejor a que alguien como yo se encuentre con alguien como yo. Desde la modestia, por supuesto. Infinita.

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