domingo, 12 de diciembre de 2021

¿Quién mató a Laura Porter?

Él llevaba siempre un gorro de colores y más que simpático era simpaticón. Solían acompañarle otras tres médicos, bastante más jóvenes que él, a quienes nunca dejaba hablar. Acaparaba la conversación, era el más gracioso y se creía con ese derecho por haber vivido los ochenta de manera intensa. Pasaban casi a diario. Sobre el butacón donde me sentaba, mientras la visita, dejé el libro que me estaba leyendo, uno de Dashiell Hammett. Cogió el libro. Me guiñó un ojo. -Verás- dijo. -¿Sabéis quién era Dashiell Hammett?- preguntó a las más jóvenes. Ni idea. -¿Y Humphrey Bogart?- pregunté yo. Misma respuesta. El médico vivido de gorro de colores me miró haciendo un gesto mostrando su desolación por el nivel cultural de las nuevas generaciones. Sonreí y pensé que todos nuestros referentes, nuestros iconos, nuestros intocables morirán con nosotros.

No está Dashiell Hammett entre mis intocables. Pero me hizo mucha compañía durante el mes de septiembre pasado. Tres libros suyos me leí: “La llave de cristal”, “La maldición de los Dain” y “Cosecha roja”. Muy buenos, en mi opinión, el primero y el tercero. El segundo, aunque también protagonizado por el agente de la Continental…no. Los tres libros llamaron mi atención desde la estantería de una librería salmantina. Tenía a Hammett apartado. Y la razón quizá sea un tanto estúpida. Raymond Chandler y Dashiell Hammett siempre salían en la misma frase, al menos en mi mente. Y tras leerme “El largo adiós”, “El sueño eterno” y “Adiós muñeca” y subir a los cielos de los intocables a Chandler, busqué “El halcón maltés” y ni Hammett era Chandler ni el libro era la película. Y dejé a un lado a Hammett hasta que lo vi en aquella estantería y, sensible como estaba, decidí darle otra oportunidad. Y no me arrepiento en absoluto.

Como lector de novela negra o de novela policiaca soy totalmente pasivo. Yo me siento y me dejo llevar. Me gustará más o menos, pero nunca me entran tentaciones de jugar a ser detective. Sigo de manera dócil el hilo, me trago todos los trucos, me sorprendo con las deducciones y con la perspicacia del detective y me suelo quedar con la duda de que el asesino podría haber sido otro si el autor hubiese querido sin necesidad de modificar excesivamente los capítulos previos. Pero, en la novela negra, quién es el malo es lo de menos (entre otras cosas porque nadie es bueno). Me fascinan esas escenas, esos diálogos, esos ambientes, esos personajes. Me siento como Woody Allen en “Sueños de un seductor”. A mí también me habría gustado ser Ned Beamount, Sam Spade o el agente de la Continental casi tanto como Philip Marlowe.

He vuelto a Dashiell Hammett. Encontré en la biblioteca dos libros suyos. En uno estaban todos los relatos protagonizados por Sam Spade. El otro se titula “El primer hombre delgado”. Hammett comenzó un libro titulado “El hombre delgado”. Escribió diez capítulos. Los guardó en un cajón. Escribió otro libro al que tituló “El hombre delgado”. Los diez capítulos aquellos se perdieron. Se encontraron y, muchos años después, se publicaron. Me he leído los diez capítulos y, aquí estoy, con un libro inconcluso cerrado por la última página habiendo disfrutado mucho de diálogos, escenas, personajes y ambientes pero… ¿quién mató a Columbia Forrest/Laura Porter? ¿Por qué?

Casualmente es el segundo libro inconcluso que, de manera consecutiva, me he leído. El anterior fue “Clarissa” de Stefan Zweig. No estaba terminado cuando Zweig, austriaco él, judío él, en Brasil, huyendo del nazismo, se tomó muchos más barbitúricos de los recomendables.

Buscando información sobre “Clarissa” encontré un texto de una chica donde contaba que había leído esa novela como parte de un ejercicio. En una asignatura que tenía, el profesor les hacía leer obras sin terminar y ellos debían plantear cómo continuarlas y acabarlas. 

No sé hasta qué punto es ético realizar dicho ejercicio, pero, como es un trabajo de clase, bajaremos nuestro listón moral (¿más?) y trataremos de jugar también. Con "Clarissa" no es difícil. En la época y el lugar en las que está situada la novela, y dado el carácter de Clarissa, un barco de papel que siempre es arrastrado por todas las corrientes/circunstancias sin que ella haga nada por evitarlo, y dada su suerte, puedo imaginar que no habrían puesto los alemanes un pie en Polonia cuando su hijo, reclutado a la fuerza, ya habría caído. Y a partir de ahí, a vivir otra guerra como enfermera, otra guerra en la que su marido trataría de sacar partido haciendo contrabando y donde moriría fusilado y, al final de la misma, y como concesión sentimental, se reencontraría con Leonard y, por supuesto, no terminarían juntos. El melodrama no es fácil de escribir pero sí de pergeñar. Este ejercicio podría hacerlo y con nota.

El problema lo tengo con “El primer hombre delgado”. Como lector pasivo de novela negra, estoy incapacitado de dar un paso adelante. Aquí suspendo. Pero suspendo dejando el folio en blanco. Si acaso podría dibujar un escenario lleno de botellas y de humo (lo que se bebe y lo que se fuma en una novela de Hammett), pero ¿cómo? ¿Por qué? No puedo. ¿Quién mató a Columbia Forrest/Laura Porter? Me moriré sin saberlo. Y sin imaginarlo. Quizá lo sepa el médico del gorro de colores. Voy a llamarlo. 

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