miércoles, 24 de noviembre de 2021

Que este sueño de amor terminó

Hagamos útil este cuaderno y dejemos en él escritas ciertas reflexiones ya que, si de todas las facultades mentales sólo poseo la memoria, parece ser que ésta a veces se ve arrollada por la estupidez vestida de costumbre o de nostalgia y tal vez sea útil tener un lugar donde acudir y donde encontrar, si no sabiduría, sí la respuesta a una pregunta que se repite.

Me he vuelto a lesionar preparando un maratón. Es la tercera vez. Alguien podría decir que tampoco son tantas tres de las veinte que he preparado. Gracias por el intento pero, como han sido las tres últimas, cabe la posibilidad de que signifique algo.

Han sido tres lesiones y en tres sitios distintos. Una fue la cadera y sus calcificaciones que terminaron causando una rotura en el soleo. Otra, un desgarro en el abductor. Ahora tengo inflamado el nervio ciático en la pierna derecha. Podría parecer que no tengo un punto débil. Podría parecer que sí que hay un punto débil y que se manifiesta donde quiere.

Tras un mes parado, a finales de septiembre volví a correr. Y me fui encontrando bien. El maratón estaba ahí delante y no lo taché del calendario. Hice una semana de casi cincuenta kilómetros. La siguiente ya llegué a setenta. La siguiente a setenta y cinco con seis series de mil y dos tresmiles y un largo de hora y tres cuartos fabuloso por el Secarral entre los tiros de los cazadores. Ochenta y cinco kilómetros la semana posterior, con sus diez miles, sus tres tresmiles y sus dos horas del sábado. Noventa kilómetros la siguiente, con menos kilómetros en series (doce) y un largo de veintiocho kilómetros en progresión aprovechando la media de Valencia. A noventa y cinco llegué la siguiente, con dos seismiles, catorce quinientos al amanecer por la Marina Sur mientras el Infanta Cristina amarraba en el canal y el largo siempre entrañable Osa-Fuentelespino-Villaescusa de veintinueve kilómetros con un cielo que amenazaba y un viento que cumplía. Faltaban cinco semanas.

El caso es que sabía que me iba a lesionar. Las series las iba haciendo en progresión y a ritmos no muy exigentes. En ese aspecto sí tenía memoria y recordaba promesas anteriores. Pero notaba las piernas muy cargadas. Cada vez más. Tenía teclas por todas partes. El cerebro me decía –para, haz una semana de cincuenta kilómetros tranquilos, descarga. Y nadie escuchaba. La misma mentalidad de siempre: voy con todo. Moriré matado. Y no. Morí sin hacer ruido. Haciendo series de mil por el río. En la cuarta la pierna derecha dijo basta. Un dolor muy fuerte en la cara posterior del muslo me dejó clavado. Era jueves. Fisio. Inflamación del nervio ciático. En las tres semanas siguientes he salido a correr cinco veces muy suave, a probar, y he vuelto andando cuatro y la quinta con molestias. Me ha tocado volver a hacer una de las cosas más tristes del mundo: animar durante la Behobia San Sebastián. En realidad, nada que no me haya pasado antes. Nada que no haya vivido.

No es fácil estar lesionado. Se piensa mucho. Reflexionas sobre qué has hecho mal. Te preguntas qué hay que hacer para que no vuelva a ocurrir. Y en este caso, la respuesta es clara y por eso la dejo escrita, por si hiciera falta releerla en un futuro. Hace años escribí que uno no deja el fútbol sino que es el fútbol el que lo deja a uno. Y se tarda tiempo en reconocerlo y en asimilarlo. Pues es lo mismo: el maratón me ha dejado. En realidad me dejó en 2018. El maratón como lo he concebido siempre, con su plan, sus kilómetros, sus series y sus largos, pendiente del tiempo. Mi cuerpo ya no da. Se rompe. Se ha roto tres veces. No es casualidad. No es mala suerte. Es así. Nos hemos querido mucho. Hemos sido muy felices. Llegó la hora de decir adiós a quien hace tiempo que se fue.

Tampoco es fácil hacerse mayor. Bromeamos siempre, hacemos chistes riéndonos de lo que somos frente a lo que fuimos. Pero no es fácil. Para mí correr es algo muy importante. Correr es un fin en sí mismo en mi vida. Y el maratón siempre fue el centro de todo, el eje sobre el que giraba cada año, cada paso que daba. En realidad basta con cambiar de planteamiento. En el último año y medio he disfrutado mucho sin carreras, sin maratones, saliendo cinco días por semana, haciendo mis sesenta kilómetros semanales, sin presión, sin series, sin lesiones. Tengo un camino por delante, así que, puerta que se cierra, puertas que se abren. Y también, con poco más de preparación podría volver a recorrer los cuarenta y dos y pico sin cronómetro y sin importarme si soy el último. Pero decir adiós al que ha sido uno de los amores de tu vida, reconocer que quien te hizo feliz no va a volver…no es fácil. No lo es.

2 comentarios:

kyezitri dijo...

Me enfada tu post. No se puede decir bye bye a lo que para ti significa el maratón solo por circunstancias, por muy repetitivas que sean; el maratón está ya contigo aunque no lo corras. Lo has intentado ahora "deprisa y corriendo" y no has podido, pero leer de ahí un fracaso no sería justo. Y correr va a poder seguir siendo una parte importante de tu vida sin importar ritmo y kilometraje. Si me pillas cerca mientras leo esto, te zarandeo.

El Impenitente dijo...

No me zarandees mucho, que aún me romperé algo más. Y no te enfades. Desanima mucho ver que lo que antes era sí, ahora es no. Siempre me colaré por los huecos que me deje mi cuerpo. Y correr lo haré siempre como sea. Y lo que he hecho me acompañará siempre. Y no sólo a mí sino a todo el que quiera escuchar, que batallas tengo unas cuantas y me encanta contarlas (a mi hija ahora le ha dado ponerse para dormir camisetas mías de correr. Siempre le cuento la carrera donde me gané cada una de ellas). Sólo le digo adiós al maratón como forma de vida después de que él me lo dijera a mí. Nada más. Le debo a la Behobia una buena marca, que las que tengo ya han caducado. Y a ver si soy capaz de volver a bajar de veintidós en la Carrera del Queso. Aún queda.