sábado, 16 de octubre de 2021

Libros y poderes

Tuve que ir un viernes a la comisaría por un trámite administrativo. Había cola. Me dijeron que tardaría en torno a una hora. Decidí esperar. Cuando llevaba dos horas esperando y estaba en el mismo sitio en la cola, me fui para casa. Volví el lunes y me lo resolvieron al momento. ¿Por qué tardaron tan poco el lunes y tanto el viernes? Muy fácil. El viernes no me llevé ningún libro para aprovechar la espera. El lunes, sí.

Fui a casa de mis padres. Mi madre estaba en la terraza haciendo ganchillo. Me senté junto a ella. Llevaba un libro. Estábamos callados. Abrí el libro. Se puso a hablar. Lo cerré. Se calló. Lo abrí. Se puso a hablar. Lo cerré. Se calló. Así hasta cuatro veces. Me recordó a un viaje que tuve que hacer en autobús hace algún tiempo. Al ocupar mi sitio, vi que tenía de acompañante a una chica de, más o menos, mi edad. Di las buenas tardes, me senté y abrí el libro que llevaba.

-No me digas que vas a leer.

Cerré el libro.

-Me temo que no.

No leí en todo el viaje. No paró de hablar ni con el libro cerrado.

(Algo parecido pasa con la música. Hora de almorzar. Estoy solo en mi cubículo (de lunes a jueves. El viernes el almuerzo tiene otra dimensión). Saco mi bocadillo. Me preparo una canción (con una segunda en mente) en YouTube para acompañarme. Empieza a sonar. No ha pasado un minuto sin que entre alguien por la puerta con ganas de hablar).

Sabemos que los libros te enriquecen, te transportan, te hacen sentir y calzan mesas. Es hora de reconocerles también su poder para hacerte ganar tiempo y su capacidad (quién sabe si terapéutica) de estimular la expresión oral en los demás. Abiertos y cerrados.

No hay comentarios: